Medí los cielos, y ahora mido las sombras. Johannes Kepler, Epitafio. I
Mi vida estuvo hecha de soledad, cuadrantes y esferas armilares, de pura matemática o del amor inaudito por las melodías en fuga que levantan los mundos en su lecho, en este universo al que no obstruyen, digan lo que digan, ni epiciclos ni esferas de cristal. Yo descubrí en los movimientos celestes la naturaleza plena de la armonía, esa desolación que acecha a las elipses y las agita de belleza, pues la hermosura habita en lo perfecto como bulle la sal dentro de los mares. ¿No oís la música de los planetas?, blanca polifonía que hiende el espacio y la desnudez de la noche que esta noche comienza y que es húmeda y es fría, que no tiene ese lugar donde encontrar sosiego.
II
Mi vida fue amar la lejanía que se dibuja entre el Sol y unas manos, uncir a mis números grises el tiempo que se gasta en cada órbita del mundo. Si alguien preguntase por mí, decidle que ya he muerto, que pensé cosas que ningún ser humano había pensado antes y, lo que es más, fui consciente de ello; decidle que es tan dulce la cinemática del Sol, tan simple, sin fisuras? Decidle que estos ojos se volvieron hacia arriba mientras expiraban para señalar el cielo por encima de mi cabeza, y que yo, Johannes Kepler, huésped extraño de la vida durante mi existencia pude, a pesar de todo, medir los cielos, el espíritu, y ahora mido las sombras y reposo en la tierra. |
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