Ciencia y Cultura


Roald Hoffmann

INGENIERÍA DE LA SERVILLETA

Imagínate que no fuéramos esa carne suave
que se desgarra en pernos oxidados y astillas
sino algo mucho más duro, algo que brilla.
Que todas esas linfas, puses, caóticos fluidos

que discurren por autopistas de metástasis,
o justo por sucias cañerías con residuos
aparcados en doble fila en cada curva, que
toda esa viscosidad sangrara. Imagínate,

un nosotros mejor, no un ensayo de construcción
corpórea de algún micólogo chapucero, sino algo diseñado
para durar: en brillante acero 304 inoxidable, o hierro
en barra fundido al vacío, un complejo de trampas,

cámaras, centros de bombeo (ninguna arteria
endurecida aquí; una molécula a 10-10 torr
puede viajar una milla antes de rozar con otra).
Este es el concepto eficiente, un dos piezas

acoplado en cuerpo, extremos soldados
sin fisuras para reducir cualquier riesgo
de contaminación, juntas de pestaña, más
herméticas que las tuercas en situaciones

ajustadas. Las señales vienen a través de membranas
cargadas en mosaico, hay altavoces para nuestro haz
y necesidad de iones, para alimentar esos largos, fríos
chorros de láser que fluyen por la camisa de la bomba

gris, sobre paletas refrigeradas, regulados según curvas
de control de pata de perro; control, los ordenadores
lo conocen bien. Las energías necesitan entrar y salir,
por orificio en placa enfriada, pezones reducidos. A

medida se ejecutan penetraciones según demanda.
¿Montaje? En cualquier posición. Quien necesite
fantasía, este vacío alto entre los altos.
El mecanismo, una tuerca de láminas de bronce
autolubricante en la cubierta, puede controlar
el flujo en una cruz cúbica de seis vías, pasear
el perro, colgar al hombre. ¿Una mancha de herrumbre?
¡Imagínate eso! Lija, lista la pistola iónica,
raspa arriba, raspa abajo – es materia, aprieta.

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