Contemplación que me contempla, ayúdame, y pensamiento que me piensa, ayúdame, lengua que me modela cuando la noche cae en un recuerdo hondo, casi al fin del camino, con un pie en el instante y el otro en el estribo, sin mayor esperanza, no desesperanzado.
¿Olvidar debería la deriva de un río cenagoso de plásticos, familias de judíos dinamitadas sobre el Danubio helado, argelinos sin nombre arrojados al Sena desde puentes serenos, y la flotante imagen malamada de Ofelia, coronada de flores?
Éste es mi hombre, el auténtico hombre de la mirada ávida y los tiempos oscuros, el hombre fatigado de gritar sin voz, que sabe que no es hombre y el puño fragmentado que ya ni es puño alza como pata gigante de cucaracha ciega hacia el cielo vacío.
El hijo bienamado sobre el ara sangrienta de Sabra y de Chatila, de Kolimá, de Auschwitz, mon semblable, monfrlre, oh lector desnudado a los ojos mirándote en el texto bruñido, rriecido por los sones que llamamos poema y que a decirse empieza con versos augurales. |
|