Quien lo recuerda sabe. En el principio era sopa no condensada, pura energía boba, filamentos sin tiempo, vómitos apilados en cadenas sin fin -su fin era su inicio, estruendoso silencioso que nada percibía.
Después -en qué momento es inútil saberlo-, el peso palpitante se contrajo hacia el más leve centro, y la sopa bulló con un rugido hondo que a sí mismo se oía emergiendo sin cráter de donde no hay derecha, izquierda, arriba, abajo, ni delante ni atrás, sólo el peso flotante de cien mil universos sobre el eco sonoro de la palabra Brahman o el hueco entre los dedos de su danzante pie -pues precisa el poema, para decirse, un nombre.
Y el peso, el dedo, Brahman, no quiso resistirse y se inflamó en sí mismo con estruendosa hóndura, y a sí mismo se hizo ya para siempre el tiempo, el círculo del tiempo, y mires donde mires no puedes abarcarlo: el vacío, las formas, la sonora energía, la materia viajera con sus leyes diversas en sus cosmos diversos, y los gases de fuego en todas dimensiones escupidos como semen de Brahman para placer de Brahman -pues es así nombrado por la voz del poema.
Y los mundos giraban sin alma todavía, a oscuras gravitando en todos los posibles universos -el del tiempo, el del ruido, el del deseo acuoso y el de la acción violenta, el que no tiene forma ni palabra posible que conformarlo pueda- y desde aquel entonces estallan, se derivan, de sí mismos se alejan como arena aventada en la noche ominosa.
Pues mires donde mires no puedes abarcarlos ni imaginar debieras el rayo deslumbrante de sus irisaciones -fuego vivo y vacío musitando tu nombre, que nada significa. |
|