Georg Wilhelm Steller, nacido en Windsheim (Franconia), tropezó en el curso de sus estudios en la Universidad de Halle, varias veces, con la noticia inserta en los diarios de anuncios de que la zarina rusa hacía preparativos, en el proceso de expansión de su imperio, para enviar una expedición de escala inigualada, bajo el mando supremo de Vitus Bering -cuya cabeza, unos dos siglos y medio más tarde, aparece, para espanto nuestro, otra vez en la literatura-, a la costa del Pacífico, a fin de que, desde allí, se conociera la ruta marítima hacia América.
II Las imágenes de ese viaje de descubrimiento se condensaron en la imaginación de Séller que, hijo de un director de coro, dotado de una hermosa voz de tenor y con una beca cristiana, estuvo al principio en Wittenberg, pero luego renegó de la teología y pasó a las ciencias naturales, paulatinamente, de forma que, durante las disputationes, que superó de la forma más brillante, no podía pensar mas que en las formas de la flora y la fauna de aquella región distante donde convergían este, oeste y norte y en el arte de su descripción.
XIX Manuscritos al final de su vida, escritos en una isla del Ártico con una pluma de ganso que rasca y tinta biliosa, listas de doscientas once plantas diferentes, historias de cuervos blancos, raros cormoranes y vacas marinas, reunidos en el polvo de un inventario sin fin, su obra maestra zoológica, De bestiis marinis, programa de viaje para cazadores, guía para contar pieles, no, no suficientemente alto estaba el norte. |
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