Sobrinos, dadme los brazos y creed, pues que leales a mi precepto amoroso venís con afectos tales, que a nadie deje quejoso y los dos quedéis iguales: y así, cuando me confieso rendido al prolijo peso, sólo os pido en la ocasión silencio, que admiración ha de pedirla el suceso. Ya sabéis -estadme atentos, amados sobrinos míos, corte ilustre de Polonia, vasallos, deudos y amigos-, ya sabéis que yo en el mundo por mi ciencia he merecido el sobrenombre de docto, pues, contra el tiempo y olvido, los Pinceles de Timantes, los mármoles de Lisipo, en el ámbito del orbe me aclaman el gran Basilio. Ya sabéis que son las ciencias que más curso y más estimo, matemáticas sutiles, por quien al tiempo le quito, por quien a la fama rompo la jurisdicción y oficio de enseñar más cada día; pues cuando en mis tablas miro presentes las novedades de los venideros siglos, le gano al tiempo las gracias de contar lo que yo he dicho. Esos círculos de nieve, esos doseles de vidrio que el sol ilumina a rayos, que parte la luna a giros, esos orbes de diamantes, esos globos cristalinos, que las estrellas adornan y que campean los signos, son el estudio mayor de mis años, son los libros donde en papel de diamante, en cuadernos de zafiros, escribe con líneas de oro, en caracteres distintos, el Cielo nuestros sucesos ya adversos o ya benignos. Estos leo tan veloz, que con mi espíritu sigo sus rápidos movimientos por rumbos y por caminos. |
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