Un cielo más real, el micro-cielo de las partículas atómicas más infinito que el que con sus estrellas visibles abre los ojos del barato asombro, descubre a Juan y a Pedro, y a ti, y a mí, y a cualquiera, la verdadera maravilla.
Juan-Pedro y Pedro-Juan se creen tan diferentes, personales, como el imán dorado, como la luna negra, como el enjambre-nadie polar y radiante, y es como, rauda, la historia sin historia de un pequeño mesón lambda. Juan-Pedro y Pedro-Juan, Pedro-Pedro y Juan-Juan proyectan sus cargas de electrones contrarios, y el isomero resuelve su identidad distinta, y hace así perceptible cierto invisible espejo, cierto número neutro, cierto modo de que exista realmente el cero: Modo o miedo.
Lo que no se comprende es que existan Juan o Pedro solos, sueltos como está loco sin duda en su explosión sola el cielo. Pero ahí está. Lo veo. El cielo, tan limpio, que me da vértigo, miedo, agua de acero, sistema huyendo con su temblor quieto, ojo sin mirada que me ve y no veo, siempre lejos, más lejos, ya no real, no humano, no adscrito a lo suficiente, ni físico quizá, metafórico sólo, puro producto humano, real como los sueños. Da miedo.
Me daba a mí más que miedo hasta que he visto que es sólo la expulsión hacia el cero que Pedro-Juan y Juan-Pedro, Pedro-Pedro y Juan-Juan han hecho de sus sueños para ser quienes son, físicos y concretos, en un más acá sin cielo o en el cero sin medida de un átomo pequeño: De diez elevado a menos quince centímetros, si quieren que sea más concreto. |
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