INGRATO CORIDÓN
Con elegancia siempre Gris perla nos habló De su niñez. Mundillo Correctamente pútrido Sin fondo hospitalario: La familia. ¡Qué horror De error! No sin su <<gloria>>: Entre el padre y la madre, Merced a tan pueril Embrollo de pasiones, Brotó la flor del mal. ¡Placeres prohibidos!
PÁNICO
Se contempla Narciso en el espejo, Y admirándose goza, simple Onán, Halla después en otros su reflejo, Su idéntica tensión y grita: ¡Pan!
LA SERPIENTE DE ESTE LAOCONTE
Como filial serpiente se da a este Laoconte. Retozando le abraza, le ciñe, se le enrosca. Hijo tan niño trisca por su paterno monte Con un empuje oscuro ya de su fuerza fosca,
Que se tuerce después en aborrecimiento, Cuando el padre será la obsesión inconfesa, Y el vivir descarriado malogrará el intento De esconder aquel ímpetu de toro en la dehesa.
Los años implacables deterioran las máscaras. El traje, corte inglés, cubre un desnudo hirsuto. En basura terminan desperdicios y cáscaras. No trates de mentirte. Veo tu estado bruto.
Atroz amor, que odia su siempre amado imán, No puede resistir al forzoso atractivo, Aunque le escupa como si escupiera en el pan, En la sustancia misma que le mantiene vivo.
Víctima sabe Dios de qué número trece, Huyendo de su origen reniega de su entraña. Hijo por sí maldito, su propio ser padece. Atado a Laoconte, ¿contra quién va su saña?
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