Aunque no sea muy estimulante, pensemos en lo que dice Charles de Koninck: «¿Qué sabíamos del hombre antes de averiguar que era un conjunto de cargas eléctricas?»
No hablemos de como hombres, sólo como elementos, quizá micro-sujetos, y aun así pasajeras fijaciones de un campo de ondulación perpetua. No más cordialidad, sinceridad en ascuas, no más humanidad supuesta, ni mentiras. Tratemos de entender la minúscula parte que somos en el todo. No vayamos a los otros comiendo corazones. No ofrezcamos el nuestro. Tratemos de entendernos con menos humanismo, con menos porquería, y mucha más asepsia de lirismo. ¡Muerte a las hinchazones del bello sentimiento! Ocupemos el puesto efímero en el campo magnético e imprevisto que vivimos un momento, y ya no es nada o sólo movimiento perpetuo.
Está bien; nos volvimos, no el contrario del que amamos por ampliamente humanos, sino lo no pensable, lo que con nuestra mente no podía pensarse pues ¿qué sabe el nucleón de los mesones pi? Parecemos puntuales y somos, colectivos, un enjambre que cambia sin salir de sí mismo, mas a veces, es raro, salta a un mundo distinto.
Salto cualitativo. Y entonces ya no hay tema, ni poema, ni enjambre o vértigo explicable según una constante; sólo una relación matemática por bella que quizás algún día sea calculable.
El hombre ha muerto, decimos. Pero ¿no fue siempre un mito? ¿Tiene acaso usted noticias de que en serio haya existido? Alguien me dijo: «Si, Mozart». Y casi empiezo a dudar. Pero todo terminó con un tonto tararear que era el de las estrellas en la igualdad sin más. |
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