En su incesante lanzamiento de dados, pausadamente, a ciegas, ahora el polvo de estrellas está amasando mundos que se atraen y repelen como ariscos felinos en celo o solitarios, racimos suspendidos y a plomada cayendo en la negrura helada de vientos estelares.
Así se hizo la tierra con sus dos grandes lunas, fuera de nuestro tiempo y entrechocando olas altas como volcanes, excitados sus limos por el roce de ritmos azarosos, ensamblados por fin y con placer rasgados en mitades que a su vez se escindían en otras dos mitades, vomitando una a una en el espacio sus frágiles cordadas.
Luego un azul más denso despertó el apetito voraz de las mitades, que de sí moldearon para mejor sorberlos el falo y la vagina, y morir luego, exhaustas -la palabra morir pronuncia aquí el poema -, tras dejar a su paso copias casi perfectas de una nueva mixtura en forma de mandato: el de arder un instante con creciente deseo mezclándose, copiándose con feroz obediencia y arder en más espacio para morir, exhaustas, a su paso legando desde que el tiempo es tiempo su imperiosa escritura en clave palpitante. |
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