Mientras me ducho, se va la luz y la casa se queda en extremo silenciosa. Bien, tengo una pila de pijamas y calcetines sucios en la lavadora y, estando en posesión de un doctorado, conjeturo que probablemente el cableado no soporta a un tiempo el agua caliente (la ducha lleva fluyendo un buen rato, lo admito) y la colada. Así que me apresuro hacia el garaje, pulso unos cuantos interruptores, pero la bombilla roja (15 A) sigue roja. Sin embargo las otras luces continúan encendidas, lo que interpreto como un buen augurio, y vuelvo a conectar la lavadora, pero en cinco segundos todo se vuelve a parar. Decido que es mejor terminar el lavado a mano, abro la puerta frontal de carga, con lo cual se forma a mis pies un lago de agua oscura y jabonosa. Ya era hora de fregar el suelo de todos modos, y tras achicar parte del agua empiezo a hacer justo eso. Pero se me ocurre que, ya puesto, debería traer algo de leña, lo que ensucia todo, sacar el montón de cenizas fuera. Así que traigo un cubo de metal y lo lleno con las cenizas, pero entonces cerca de la puerta hay un pequeño charco de agua que olvidé secar, resbalo, me contorsiono fantasmagóricamente para evitar la culada, sin soltar el cubo y sin dañarme la espalda. Pero algunas cenizas se escapan, y ocurre que caen en su mayoría sobre los tres pares de zapatos pulcramente ordenados junto a la puerta. Me digo que las cenizas son limpias, en los viejos tiempos la gente incluso las usaba para limpiar. Y que justo hoy puede ser el día perfecto para trabajar en la revisión de nuestro manuscrito sobre El Diseño Racional de una Constante de Acoplamiento Máximo Electrón-Fonón.
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