La nueva Física nos está dictando un poema sobre las Metamorfosis, mucho más fantástico por real, simplemente más real, que el que escribió Ovidio mitologizando.
En su blanco candente, la luz quema el hecho pretérito e imperfecto. Un humo de pájaros alargándose fuma lento, melancolías más vastas que el recuerdo de la anécdota de un día. ¡Los pájaros!
¿Quién sabe qué son esos raudos, intocables, raros? Ya han volado, y el cielo parece de repente más radiante, más igual a sí mismo, más puro o más loco en su vacío, más abierto a lo impensable y al prodigio.
¿Qué va a pasar? ¿Qué puede pasar cuando terminan los incendios, y el terror, y los dioses, y el cielo, de puro cielo, se convierte en un vacío y en un espejo barrido? Todo está limpio. O todo oculto en sí mismo.
En su celda carcelaria, los átomos sin flores de explosiones, radiaciones o nuevas metamorfosis de -Ovidio, perdón- los dioses en que actualmente creemos y muy pronto no creeremos (es posible, ya veremos), y los nombro y los evoco por su poder ionizante y la magia de sus nombres fascinantes y vulgares: Mesones neutros o pi, hiperones, positrones, neutrinos y neutrones, mesotronios y muones, que sois más y sois mejor que Antífona y Edipo o Hécuba, y Medea, y Alcestes, personajes para una tragedia griega donde el fatum (eme por ce que es igual a uve al cuadrado) dicta el mismo terror estúpido, implacable, de un orden ciego, no humano, mientras brilla el azul, o el vacío, todo luz, de donde se han escapado todas las aves, y quedan sólo los hombres pensando, es decir, no volando. |
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