Paracelso llevaba una flor en cada mano: una, amarga y concreta, le enseñó la mezcla de lo exacto que embellece la ciencia en los manuales. Improbable, la otra le tentaba la sien más distraída dibujándole pozos sin final allí donde las brújulas se pierden. Su sabor, imagino, era más dulce. Botánica secreta, igual que a Paracelso permíteme espiarte las raíces, que tu tallo al hervir se transparente aunque sea un instante y luego sigas creciendo por la tierra alborotada, impregnando la atmósfera agridulce, enloqueciendo cada microscopio |
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