Mirad al tigre: su altiva pose de vanidad satisfecha, dormido en sus laureles, gato persa de algún dios sanguinario. Y esas rayas que encorsetan su fama. Allí en la jaula, como estatua erigida a la soberbia, el tigre de papel, el desdentado tigre de un álbum infantil. Ociosa en su jubilación la antigua fiera de rompe y rasga sin querer parece el pavo real de los feroces. |
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