Ciencia y Cultura


Manuel José Quintana

SIGLO XIX:
A LA EXPEDICIÓN ESPAÑOLA PARA
PROPAGAR LA VACUNA EN AMÉRICA BAJO
LA DIRECCIÓN DE DON FRANCISCO BALMIS

....... Con tales quejas el Olimpo hería;
cuando en los campos Albión natura
de la viruela hidrópica al estrago
el venturoso antídoto oponía.
La esposa dócil del celoso toro
de este precioso don fue enriquecida,
y en las copiosas fuentes le guardaba
donde su leche cándida a raudales
dispensa a tantos alimento y vida.
JENNER lo revelaba a los mortales;
las madres desde entonces
sus hijos a su seno
sin susto de perderlos estrecharon,
y desde entonces la doncella hermosa
no tembló que estragase este veneno
su tez de nieve y su color de rosa.
A tan inmenso don agradecida,
la Europa toda en ecos de alabanza
con el nombre de JENNER se recrea;
y ya en su exaltación eleva altares
donde, a par de sus genios tutelares,
siglos y siglos adorar le vea.

De tanta gloria a la radiante lumbre,
en noble emulación llenando el pecho,
alzó la frente el español: <>,
clamó, <en tan grande ocasión mi patria olvide.
El don de la invención es de fortuna.
Gócele allá un inglés; España ostente
su corazón espléndido y sublime,
y dé a su majestad mayor decoro,
llevando este tesoro
donde con más violencia el mal oprime.
Yo volaré, que un numen me lo manda,
yo volaré: del férvido Océano
arrostraré la furia embravecida,
y en medio de la América infestada
sabré plantar el árbol de la vida.>>

Dijo; y apenas de su labio ardiente
estos ecos benéficos salieron
cuando, tendiendo al aire el blando lino,
ya en el puerto la nave se agitaba
por dar principio a tan feliz camino.
Lánzase el argonauta a su destino.
Ondas del mar; en plácida bonanza
llevad ese depósito sagrado
por vuestro campo líquido y sereno;
de mil generaciones la esperanza
va allí, no la aneguéis; guardad el trueno,
guardad el rayo y la fatal tormenta
al tiempo en que, dejando
aquellas playas fértiles, remotas,
de vicios de oro y maldición preñadas,
vengan triunfando las soberbias flotas.

A BALMIS respetad. ¡Oh heroico pecho,
que en tan bello afanar tu aliento empleas!
Ve impávido a tu fin. La horrenda saña
de un ponto siempre ronco y borrascoso,
del vértigo espantoso
la devorante boca,
la negra faz de cavernosa roca
donde el viento quebranta los bajeles,
de los rudos peligros que te aguardan
los más grandes no son ni más crüeles.
Espéralos del hombre: el hombre impío,
encallado en error, ciego, envidioso,
será quien sople el huracán violento
que combata bramando el noble intento.
Mas sigue, insiste en él firme y seguro;
y cuando llegue de la lucha el día,
ten fijo en la memoria
que nadie sin tesón y ardua porfía
pudo arrancar las palmas de la gloria.

Llegas, en fin. La América saluda
a su gran bienhechor, y al punto siente
purificar sus venas
el destinado bálsamo; tú entonces
de ardor más generosos el pecho llenas,
y, obedeciendo al numen que te guía,
mandas volver la resonante prora
a los reinos de Ganges y a la Aurora.
El mar del Mediodía
te vio asombrado sus inmensos senos
incansable surcar; Luzón te admira
siempre sembrando el bien en tu camino
y al acercarte al industrioso Chino
es fama que en su tumba respetada
por verte alzó la venerable frente
Confucio, y que exclamaba en su sorpresa:
<<¡Digna de mi virtud era esta empresa!>>

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