Lo hackearon sin darse cuenta y un virus o un troyano se adueñó de su mente y de sus sueños.
Su vida pasada se desvanecía como la espuma de la cerveza. Ya no recordaba lo que había amado ni odiado.
Esa epidemia silenciosa se adentraba sin permiso.
Cruzó el umbral de la cordura dejándolo vulnerable sin reparo.
Ahora todo se reducía a notas en las paredes para recordar lo que antes no salía de su mente.
Apuntaba recetas, las fechas de los cumpleaños, los nombres de sus nietos y lo que les gustaba.
Su cerebro envejecía más rápido que su cuerpo.
Lo miraban con pena, como a un anciano que no sirve para nada, sin saber todo lo que había hecho durante su vida, sin saber lo feliz que había sido y sin saber todo lo que había logrado.
Aunque lo peor de todo era no poder recordarlo |
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