Ciencia y Cultura


UNIVERSO Y VIDA

 

Astrobiología. González Fairén, Alberto.  Colección Milenium. Equipo Sirius. Madrid, 2004. 220 paginas.


Un estimulante recorrido por la astrobiología y sus puntos más neurálgicos


 
 

Según la definición dada por la NASA en su "hoja de ruta", la Astrobiología es el estudio del origen, evolución, distribución y futuro de la vida en el Universo. Este revitalizado campo de investigación reformula viejas y fundamentales preguntas con nuevos métodos y lenguajes. ¿Cómo se originó y evolucionó la vida?, ¿existe vida en otros lugares del Universo?, ¿cuál es el futuro de la vida en la Tierra y, en su caso, fuera de ella?, son algunas de las cuestiones más trascendentes a las que trata de dar respuesta.

Dada la complejidad y diversidad de las áreas temáticas involucradas en la resolución de las cuestiones anteriores, la Astrobiología requiere para su desarrollo del concurso de muchas y variadas disciplinas bien establecidas, como son la Biología, la Física, la Química, la Geología o la Robótica. Se trata, por tanto, de una ambiciosa y fascinante área transdisciplinar que pretende tender puentes de entendimiento entre las ciencias biológicas, las físicas y la ingeniería, lo que la convierte en un modelo ideal para comunicar al público de forma integral distintos aspectos científicos y tecnológicos. Como bien señala Ortega y Gasset la «ciencia es todo aquello sobre lo que siempre cabe discusión», y es, justamente, la vitalidad y la incertidumbre inherentes al trabajo científico las que hacen de la Astrobiología un área de estudio en continuo avance y debate.

Este carácter transdisciplinar, como apunta en su prólogo Ricardo Amils, precisa de obras que se esfuercen por aunar las diversas y complejas líneas de investigación que confluyen en la Astrobiología. El libro de Alberto González Fairén nace, por tanto, con la vocación de servir de síntesis divulgativa de los aspectos más notables que aborda este amplio campo de la investigación tecnocientífica.

El libro se estructura en tres secciones que equivalen a sendos temas generales de la Astrobiología. La primera (capítulos 1-6), comprende desde los aspectos fundamentales de la química prebiótica y del origen de los sistemas biológicos (1) hasta el papel protector que tienen los campos magnéticos generados por algunos cuerpos planetarios frente al efecto de arrastre del viento solar sobre los compuestos volátiles de sus atmósferas (6), pasando por una interesante crítica del concepto de zona de habitabilidad en la que puede surgir y evolucionar la vida (5), la naturaleza de los bio- y geo-indicadores (3) y la importancia del estudio de los ambientes extremos terrestres para la investigación astrobiológica (4).

La segunda, la más extensa de las tres secciones (capítulos 7-21), hace un recorrido por aquellos cuerpos del Sistema Solar candidatos para haber albergado vida en el pasado o, incluso, hacerlo en el presente. González Fairén, esboza un estudio comparado del origen y evolución de las atmósferas e hidrosferas de los planetas interiores, y su relación con la emergencia de la vida en la Tierra, Marte y Venus (7). Precisamente a este último le dedica un breve capítulo (9) en el que sopesa la posibilidad de que Venus hubiese sostenido formas vivas en un hipotético océano primitivo muy cálido. Como aventura el autor, en fases posteriores de la evolución del planeta, cuando las condiciones de la superficie se tornaron hostiles, estas supuestas formas vivas podrían haber migrado al subsuelo y/o a las capas inferiores de las nubes, donde habrían permanecido confinadas hasta el presente.

Puesto que el único ejemplo de vida que tenemos es el de nuestro planeta, se dedica una serie de capítulos (10-14) al estudio del origen, evolución, diversidad y rastros primigenios de la vida en la Tierra. La controversia sobre la naturaleza biológica de los primeros rastros fósiles de supuestas bacterias primitivas, es un buen ejemplo del vigor y, por consiguiente, de la dificultad para dilucidar uno de los aspectos básicos de la Astrobiología: el origen de la vida y su datación. No en vano, como afirma el filósofo francés Edgar Morin, la ciencia se funda en el consenso y, a su vez, en el conflicto. Marte, el planeta mejor conocido del Sistema Solar después de la Tierra, bien merece la atención en los capítulos 15-18. En ellos se desgranan algunos de los logros más sobresalientes de su exploración. El autor parte del supuesto razonable de que cualquier intento de búsqueda de rastros de vida fósil o actual en Marte, implica tener un conocimiento pormenorizado de su historia hidrológica. Es la misma lógica que han seguido las sucesivas misiones de exploración del planeta rojo, de las sondas Viking a mediados de los setenta a los más recientes robots de superficie, Spirit y Opportunity. El capítulo 16, a mi juicio, uno de los más interesantes del libro, plantea de una forma muy didáctica la posibilidad de que Marte hubiese tenido en algún momento de su historia grandes masas de agua líquida e incluso un antiguo océano en lo que hoy son las llanuras de escaso relieve y con muy pocos cráteres del hemisferio Norte. Esta sugerente hipótesis se discute planteando, analizando y valorando sus puntos débiles: la escasa concentración de CO2 para mantener un efectivo efecto de invernadero, la ausencia de líneas de costa que sugieran la existencia de tal océano, la relación temporal entre las redes fluviales y los grandes cráteres de impacto, la no existencia de huellas de redes fluviales complejas, anastomosadas o evolucionadas, la ausencia de carbonatos en la superficie y la presencia de olivino, un mineral que es fácilmente alterado por el agua líquida.

Los capítulos 19 y 20 plantean la fascinante posibilidad de que existan océanos de agua líquida bajo las cortezas de hielo de determinados satélites exteriores del Sistema Solar; en concreto, en Europa, Ganímedes, Calisto, Titán, Tritón y Encelado. En este sentido, hace tan sólo unos días antes de escribir esta reseña, la sonda Cassini detectó en el satélite saturniano Encelado pruebas de salidas violentas de agua desde su superficie de forma similar a cómo lo hacen los géiseres terrestres.

Por último, la tercera sección (capítulos 22 y 23), está íntegramente dedicada al estudio de los planetas extrapolares: su formación, las técnicas para detectarlos y los objetivos que se plantea la reciente investigación en este campo.

Como bien refleja el libro de González Fairén, no es casual, por tanto, que las líneas de investigación más excitantes y prometedoras se encuentren en la frontera entre dos o más disciplinas. Así, por ejemplo, se sabe que los microorganismos terrestres están íntimamente relacionados con los procesos de degradación de las rocas. Desde una perspectiva astrobiológica, estos procesos dejan "firmas de la vida", como por ejemplo compuestos químicos específicos de origen biológico o, incluso, fósiles microbianos, que podrían servir para identificar formas de vida en rocas de otros cuerpos del Sistema Solar. Este tipo de investigaciones implica tanto la participación de geólogos planetarios y biólogos moleculares como de ingenieros, capaces de diseñar instrumentos que detecten de forma automática y remota posibles señales de actividad biológica en muestras de origen extraterrestre.

En resumen, la vocación transdisciplinar, la estimulante incursión en problemas que están en las fronteras de la ciencia y la tecnología, el carácter pionero e innovador, el halo poético y enigmático que impregna muchas de sus realizaciones, los beneficios sociales que, a veces, proporciona, y la sensación de riesgo y aventura que conlleva toda empresa que transciende los límites conocidos, hacen de la Astrobiología y de la Exploración Planetaria, como demuestra este libro, excelentes materias para divulgar diferentes aspectos de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad.

Miguel Alcíbar Cuello
Centro de Astrobiología (CSIC-INTA)
Asociado al NASA Astrobiology Institute