Ciencia y Cultura


ILUMINANDO UNA PÁGINA NEGRA DE LA CIENCIA EN ESPAÑA

 

La Destrucción de la ciencia en España. Depuración universitaria en el franquismo. Otero Carvajal, Luis Enrique (dir.).  Mirta Núñez Díaz-Balart, Gutmaro Gómez Bravo, José María López Sánchez, Rafael Simón Arce. Editorial Complutense. Madrid, 2006. 365 páginas


Una reconstrucción histórica


 
 

El reciente interés por las memorias tiene en el libro que comentamos un ejemplo privilegiado. A pesar de que los estudios sobre la memoria encierran en ocasiones una cierta equivocidad que los especialistas no han dejado de subrayar -por la ambigüedad del concepto "memoria social", obviamente-, la recuperación del testimonio, del recuerdo coetáneo "olvidado" u oculto, para profundizar en la historia del presente, se revela como el mejor modo de todos para evitar esa ambigüedad. Sin duda los estudios sobre la memoria "activa" -activa en el sentido de que ayudan a rescatar del "olvido" a personas, grupos e instituciones- pueden rendir a la sociedad española un papel inestimable, como es el caso.

El presente libro se centra en un importante capítulo de la historia de la ciencia española contemporánea: el de la depuración y el exilio provocados por la Guerra Civil. Se trata de un intento logrado de estudiar los efectos de la depuración desatada por el franquismo en la llamada "Universidad Central". Es un homenaje de la Universidad Complutense de Madrid a aquellos que, como señala el Rector, Carlos Berzosa, en el Prólogo, "nunca debieron ser expulsados y de la que son parte irrenunciable de su patrimonio científico y cultural". Lejos de un homenaje convencional, estamos también ante una minuciosa investigación que deberá ser tenida muy en cuenta en futuros trabajos dado el método seguido y el valiosísimo material que proporciona.

Ante todo debe destacarse la labor de equipo que entraña este estudio; una investigación de seis personas -profesores procedentes o en activo en la Universidad Complutense- dirigidas por el profesor Luis Enrique Otero Carvajal (incluyendo a los becarios David Ángel García y Elia Armero Giménez quienes no se citan arriba en la ficha técnica). Su principal virtud consiste en aunar varios elementos que hasta el presente constituían líneas de investigación independientes.

En primer lugar, lo que es el elemento central del libro: el análisis de la depuración basándose en los expedientes personales. En este punto la obra se suma a una corriente que ya ha examinado otras universidades, como las de Zaragoza, Valencia, Sevilla, Santiago o Barcelona, además del Magisterio. Intentos de situar la depuración en el marco de los regímenes fascistas han sido emprendidos recientemente, como el interesante artículo de Francisco Morente Valero en el número 54 de Historia Social (2006). Sin embargo, el presente libro tiene una particularidad que lo hace especialmente importante: se centra, como indicábamos, en la llamada a comienzos del siglo XX "Universidad Central", esto es, en el núcleo principal de la renovación científica en España en las primeras décadas o, en feliz expresión acuñada hace años por el profesor José Carlos Mainer, en la "Edad de Plata" de la ciencia española. El surgimiento de las modernas comunidades científicas en nuestro país -o de un "sistema de ciencia", como le llama el profesor Otero Carvajal- se apoyó ante todo en la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) (1907-1938), institución inspirada en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y en el modelo de la École Práctique des Hautes Études de París.

Debe insistirse en que la JAE, al apostar por las investigaciones de vanguardia, fue una institución asentada sobre un grupo de profesores de la Universidad de Madrid especialmente activos -naturalmente con discípulos en diversas universidades- y nunca pretendió ser otra cosa; un dato, sin embargo, nada insignificante si se lo compara con el posterior Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que fue un intento de poner en marcha y orientar la investigación en la universidad franquista, pero buscando la implantación en las doce universidades gracias a las relaciones y dependencias académicas surgidas tras la Guerra Civil y al vacío dejado por el exilio. Con buen criterio el profesor Otero Carvajal dedica un significativo capítulo a repasar el desarrollo de las instituciones científicas desde comienzos del siglo XX, la JAE sobre todo, la oposición de los sectores conservadores, así como algunas manifestaciones relevantes de aquella ebullición, tal el caso de la recepción de la teoría de la relatividad, que terminaría en algunos de los mejores ensayos de Ortega y Gasset.

Obviamente, la mayor originalidad del libro viene a continuación: el estudio de la depuración y de la suerte que corrieron los más de 50 catedráticos, además del número indeterminado de auxiliares, ayudantes, becarios e incluso estudiantes de último curso que también se vieron afectados de algún modo (se han manejado, según se indica, 496 expedientes personales procedentes del Archivo General de la Administración). El fenómeno acarreó "una descapitalización que tardó decenios en ser solventada" y cuyo "coste no ha sido suficientemente ponderado hasta el momento para el desarrollo educativo, la formación y la cualificación de la sociedad española de la larga posguerra", asevera el profesor Otero Carvajal.

Llegado aquí, el lector quizá hubiera agradecido un orden de capítulos distinto en el que se dieran a conocer los comentarios sobre la normativa y la complejidad del expediente de depuración antes que el repaso de la lista de depurados, con sus estadísticas y sus posteriores vicisitudes. De cualquier modo, el estudio del profesor Gutmaro Gómez Bravo resulta especialmente clarificador: el proceso de depuración fue, escribe, "uno de los casos más severos de aplicación de tribunales especiales para la seguridad del Estado". Iniciado en el otoño de 1936, después de la Guerra las distintas normativas sobre el mismo se convirtieron en parte de la cadena de leyes penales de excepción, en la que la Ley de Responsabilidades Políticas (1939) representó un punto de referencia decisivo. En la Universidad de Madrid la depuración se concentró especialmente entre finales de 1939 y comienzos de 1940, presidiendo el tribunal Fernando Enríquez de Salamanca y Danvila, un simpatizante de Acción Española que fue catedrático de la Facultad de Medicina y posteriormente vicepresidente del Patronato Ramón y Cajal del Consejo Superior. El proceso no acabó definitivamente hasta bien entrados los años cincuenta (en otras universidades, hasta los primeros sesenta). El profesor Gómez Bravo explica en su estudio, con meridiana claridad, cómo la depuración se basó en un auténtico "interrogatorio" que debían rellenar por escrito los interesados -obligados por la propia normativa, desde el otoño de 1936, a presentarse y solicitar expresamente ser depurados si querían mantener sus puestos-; también explica el papel que jugó la delación y cómo el argumento de la "desafección" se convirtió en el eje de las acusaciones y de las sentencias. La obsesión por presentar a la Institución Libre de Enseñanza como "una poderosa fuerza secreta" -según reza un libro de infausto título publicado en 1940, objeto de comentario en el capítulo precedente por el profesor Otero Carvajal-, se recoge claramente en los procesos judiciales.

La depuración también se constituyó -como recuerda éste último autor- en un instrumento de venganza y de desquite contra los profesores renovadores, lo que condujo a una auténtica destrucción de la ciencia, es decir, de instituciones y grupos de investigación. En el capítulo tercero, el profesor Otero Carvajal emprende un detallado repaso de una larga lista de personas depuradas, dividido en Facultades, que culmina con importantes "casos de autoexclusión", como los del especialista en Prehistoria Hugo Obermaier, los filósofos Xavier Zubiri y José Ortega y Gasset, así como también de la expulsión de su cátedra de quien fue primer ministro de Educación Nacional, el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez. De Ortega en concreto sabíamos -gracias al estudio de Gregorio Morán- que continuó siendo catedrático de Metafísica en la posguerra aunque nunca pisara las aulas de la Universidad; sin embargo, desconocíamos el interés que se tomó el propio Gobierno franquista en su persona.

En el apartado que comentamos ha sido trascendental la labor subyacente desarrollada por la profesora Mirta Núñez Díaz-Balart (ayudada por los becarios antes citados), una labor de acopio de datos acerca de la suerte que cupo a los depurados. Esta autora comenta al comienzo del libro las dificultades, pero también las satisfacciones, en la "localización de descendientes", sin la cual no habría sido posible el sentido de homenaje y recuperación de la memoria que tiene el libro. Tampoco habría sido posible llegar a la conclusión rotunda que refleja el título: "la destrucción de la ciencia". Porque como demuestra con detalle el profesor Otero Carvajal, la depuración se ensañó ("se actuó sin piedad y con saña", escriben él y también la profesora Núñez) con destacados investigadores, fundadores de auténticas líneas de investigación, y con sus grupos y sus departamentos, quienes acabaron dispersos en el exilio. Algunos se esforzaron por continuar con sus actividades científicas en el extranjero, o retornaron a España en los años cuarenta y cincuenta, pero los grupos de investigación como tales se habían perdido irremediablemente. La lista incluye investigadores como Jorge Francisco Tello, Gustavo Pittaluga Fattorini, José Sánchez Covisa, Pío del Río Ortega, Gonzalo Rodríguez Lafora, Blas Cabrera Felipe, Miguel Antonio Catalán, Enrique Moles Ormella, Ignacio Bolívar, Rafael Altamira o Claudio Sánchez Albornoz.

El último capítulo, firmado por el profesor José María López Sánchez, autor de una reciente monografía sobre el Centro de Estudios Históricos, examina las actividades del exilio -particularmente en México-, su asociacionismo, y los intentos de reactivar la labor profesional de los docentes que se vieron obligados a abandonar España. Normalmente los estudios sobre el exilio -que el autor acertadamente considera un caso especial de los estudios sobre la emigración- habían sido tratados aparte, dejando a un lado el problema de la depuración. El presente capítulo vincula, precisamente, esos intentos asociativos a las expectativas suscitadas por la España republicana a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y en los años subsiguientes; expectativas que no se vieron secundadas por las circunstancias como es sabido. Rematan el libro unos anexos en los que se recogen cuadros estadísticos y listas, pero sin duda lo más interesante son los datos en los que se reproduce diversa documentación del expediente personal de 41 profesores y médicos, mayormente las acusaciones y las sentencias del Tribunal de Responsabilidades Políticas. En futuras reediciones deberían corregirse algunos errores puntuales a lo largo de la investigación, por lo demás fácilmente subsanables.

Para finalizar, debemos insistir nuevamente en la documentación de primerísima mano que utilizan los autores para analizar hasta qué punto la Guerra Civil y la victoria del franquismo acarrearon la "destrucción de la ciencia" en España. También, en cómo han sabido unir varias líneas de investigación en una sola, que a buen seguro tendrá continuadores porque une estrechamente el terreno de los especialistas en historia de la ciencia a los estudiosos de la historia política e intelectual.

Gonzalo Pasamar
Universidad de Zaragoza