Ciencia y Cultura


CIENCIA, HISTORIA Y COMPROMISO

 

El Poder de la Ciencia. Sánchez Ron, José Manuel.  Editorial Crítica. Madrid, 2007. 1020 páginas.



 
 

Después de una década de declaraciones y escritos que sostienen la existencia de una sociedad del conocimiento, a nadie sorprenderá que José Manuel Sánchez Ron publique un libro que ostenta una portada medio obscena. Y es que, en efecto, así como contamos con críticos de la literatura y el arte que, sin dejar de ser amantes de la palabra o la pintura, exploran sus veleidades cortesanas o sus comercios con el capital, es extremadamente raro que se hable de la ciencia en unos términos que no sean propios de una admiración beata o de la conmemoración más oportunista. La cultura de la ciencia sigue siendo una cultura de las maravillas o, en otros términos, una cultura que trata de asociarse al espectáculo y la novedad, para atraer clientes o turistas, pero sin mucha enjundia social.

Este 2007, declarado por el gobierno año de la ciencia, tendremos la oportunidad de cambiar las cosas e imaginar otras iniciativas distintas a la mera divulgación o la simple apología. Y, desde luego, quien quiera comenzar las celebraciones nutriendo su cerebro con un alimento de calidad, puede hacerlo con este voluminoso /El poder de la ciencia/. Son tantas las páginas, porque son muchos los asuntos que se tratan y todos, de verdad, son suculentos. Al juntar la palabras poder y ciencia no se está aludiendo a la fuerza innovadora de decenas de miles de científicos y de científicas experimentando con la materia y la vida. Este el modelo seguido por la mayoría de los libros que se publican sobre ciencia en España, incluidos los que vienen apareciendo en la excelente colección Drakontos que dirige el mismo Sánchez Ron. El que aquí comentamos, sin embargo, adopta otra perspectiva e intenta explicarnos con serenidad el proceso que ha dado a la ciencia una centralidad política y económica incuestionables.

Quien se atreva con este libro acabará entendiendo porqué todos los gobiernos (democráticos o no) han situado la ciencia en el centro de su agenda política. Para quienes sólo se interesan por la historia de las ideas científicas (una afición que nada tiene de reprobable) encontrarán jugosas pistas sobre los muchos y a veces sutiles hilos que conectan los libros con las armas y las fórmulas con los negocios. Pues, las prácticas científicas que discurren por sus páginas son las que se funden con las dinámicas industriales, militares o imperiales.

En España no hay otro libro parecido. Ninguno ha sido tan agudo en los detalles, ni tan cuidadoso con las palabras. No es que el autor goce revolviendo en el estercolero de la historia (como lamentaría Popper al referirse a todos los intelectuales expertos en dar malas noticias), sino que se sorprende con sus lectores por lo fácil que es cruzar la línea que separa la genialidad de la truculencia, o la que debiera existir entre patriotismo y barbarie. Me sorprende que el subtítulo no incluyera también la palabra moral (incluso veo perfectamente posible suprimir las otras tres -social, política y económica-), pues el pálpito que late capítulo tras capítulo tiene que ver con la reflexión que se hace el autor sobre el papel histórico desempeñado por la ciencia y quizás el que nuestra sociedad debe asignarle en el futuro. Y sí. Sánchez Ron no oculta lo que piensa: la ciencia es la mejor creación humana, pero por si misma no puede ser garantía de nada. Son tantos los ejemplos que narra de pudrición de los valores en el seno de la comunidad científica que debemos permanecer atentos.

La ciencia no ha sido garante de la democracia, y no hay que confiar demasiado en la capacidad de los científicos para autorregularse. Las carreras armamentísticas química y nuclear en la I y II Guerras Mundiales, respectivamente, son los ejemplos más lamentables de conductas genocidas. Hay más y todos convergen en una idea simple: la guerras son enfrentamientos de tecnologías rivales y, cuando llega el armisticio, se prolongan las luchas en la conquista de mercados y en el ensanche de las economías. Así que los científicos de Sánchez Ron son gentes empeñadas en la búsqueda del conocimiento, pero también demasiado dependientes de los estados que les pagan y, quizás hoy, de las corporaciones que les financian. Son una comunidad demasiado frágil y, sin embargo, clave para los destinos del mundo. Cada día lo serán más. Los necesitamos como gentes de rigor, expertos en el arte de contrastar opiniones enfrentadas, pero si su sabiduría es imprescindible, nada es más urgente que su compromiso con valores democráticos, así como su independencia respecto a los muchos intereses que los quieren satelizar, ya sea a cambio de poder, ya sea a cambio de dinero. Muchos científicos, lo acabamos de decir, sucumbieron a semejantes tentaciones, pero el libro está lleno de testimonios que supieron resistir y que son ofrecidos como documentos memorables y como monumentos históricos. /El poder de la ciencia/ entonces siempre radicó en su imponente creatividad, pero lo que al fin este libro nos enseña es que también hemos de buscarlo en su compromiso cívico.

Antonio Lafuente
Publicado en ABCD (06/04/2007)