Ciencia y Cultura


UNA OBRA LUMINOSA

 

Emociones e inteligencia social. Morgado, Ignacio.  Editorial Ariel. Barcelona, 2007. 178 páginas.


De la hermandad entre el pensamiento y los sentimientos


 
 

Señoras y señores, pasen y vean las noticias sorprendentes, las paradojas y las informaciones pasmosas que contiene esta pequeña gran obra que se lee de corrido, avanzando en ella como quien navega entre agradables descubrimientos. "Emociones e inteligencia social", de la que es autor el profesor Ignacio Morgado, constituye una obra brillante por su sencillez, escrita como un relato que recorre con talento y pasión los últimos avances de la neurociencia y cuyo propósito consiste en "explicar la naturaleza de los sistemas emocionales y racionales de la mente humana, cómo están organizados, cómo funcionan y cómo interactúan" (página 16). Es por ello que, con la sutilidad que le caracteriza, el catedrático de Derecho Constitucional de la UAB, Francesc de Carreras, recomendaba la lectura del libro del profesor Morgado "a los políticos del momento y a los periodistas y comentaristas que contribuyen diariamente a la confusión" (La Vanguardia, 15 de febrero de 2007). Pero antes de adentrarnos en las muchas bondades de la obra, permítanme una pincelada sobre la personalidad del autor.

Ignacio Morgado nació en Extremadura, muy cerca de la raya con Portugal, y vive en Barcelona desde hace unos treinta años. En la capital catalana se casó y han nacido sus dos hijos, y aquí ejerce su magisterio como profesor de psicobiología, con escalafón de catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es por tanto, el profesor Morgado, un arquetipo de esa mayoría de ciudadanos que hacen grande y próspera a Cataluña. Ejerciendo y sintiéndose científico a tiempo completo -como los poetas anteriores a la guerra civil, que eran poetas las veinticuatro horas del día- Ignacio Morgado ha mostrado sobrados indicios de una voluntad renacentista por profundizar en saberes bien distintos. Véase como ejemplo su valiosa historia de Portugal, escrita con una humildad admirable y una hondura al alcance sólo de los historiadores que ambicionan la excelencia, un libro escrito con el propósito de comprender al vecino, porque sólo se ama lo que se conoce.

Releo la frase anterior y me invade una duda. ¿Se ama lo que se conoce, o sólo se conoce aquello que se ama? Siempre habíamos pensado que el miedo provocaba ese estremecimiento que nos pone los pelos de punta o la piel de gallina, pero ahora Ignacio Morgado nos explica en su libro que las recientes investigaciones científicas prueban que el proceso funciona al revés. Temblamos ante un estímulo determinado y ese temblor es el causante de que sintamos miedo; en palabras del autor: primero es la emoción y después el sentimiento. También estábamos asentados firmemente en la creencia de que convenía no mezclar los sentimientos con la razón si nos proponíamos acertar en nuestras decisiones. Se trataba, nos decían, de pensar con la cabeza, no con el estómago o con el corazón. Y ahora el profesor Morgado, con convicción científica, afirma que la contaminación, o la hermandad si ustedes quieren, entre el pensamiento y los sentimientos y las emociones garantiza un mejor resultado, un mayor acierto en las decisiones. Es decir que debemos darle la vuelta al supuesto antagonismo entre el cerebro pensante y los sentimientos porque ahora sabemos que uno y otros actúan en estrecha complicidad y constituye una aberración ideológica la ilusión de separarlos o de mantenerlos alejados. Los sentimientos "no dejan de ser una manera de percibir el estado del propio cuerpo en situaciones especiales" (página 34). Incluso la primacía de la razón, considerada por la ideología dominante desde hace al menos dos mil años como superior a las emociones, está puesta en cuestión. Como afirma Ignacio Morgado en el libro, la razón es servidora de la emoción, las emociones son la sal de la vida y los sentimientos doblegan la mente.

Las emociones y los sentimientos, sostiene Ignacio Morgado, actuando como el aceite que lubrica los engranajes de la razón, dirigen la atención y asignan valor a las diversas experiencias que nos suceden día a día. Ellas, las emociones, lejos de constituir un estorbo para el recto pensamiento, contribuyen de modo decisivo a que los humanos optemos por las mejores alternativas posibles, tanto en el presente como en el futuro, potenciando el razonamiento justo. Bien es cierto que las emociones nos delatan, pero incluso esa característica, explica el científico, contribuye a mejorar la confianza entre los miembros de la especia humana.

Los mecanismos de selección que utiliza la memoria, sus en apariencia antojadizas relaciones han constituido un tema recurrente de la literatura mundial. Algunos grandes autores han basado lo mejor de su obra en indagar sobre "la olla podrida de la memoria" (Juan Marsé, "La muchacha de las bragas de oro", 1978). En unas pocas páginas, de la 85a la 91 precisamente, Ignacio Morgado nos descubre que es el cerebro emocional el responsable de la selección, del número y de la nitidez de nuestros recuerdos. El proceso de formación de las memorias implica "la fabricación en el interior de las neuronas de proteínas y otras sustancias químicas que sirven para estabilizar las espinas dendríticas y fortalecer las nuevas conexiones (...) Como podemos imaginar, las emociones potencian el proceso cerebral de formación de la memoria" (página 86). En otras palabras, "las emociones son como el fuego que energiza los moldes y mecanismos cerebrales haciendo que las memorias resultantes sean igualmente indelebles" (página 91).

La última parte del libro lo dedica Morgado a ilustrarnos como influye la razón en los sentimientos y a ofrecernos una síntesis sobre lo que vale la pena citar de lo mucho que se ha publicado últimamente sobre inteligencia social e inteligencia emocional. Es posible controlar eficazmente los sentimientos, unos más que otros por supuesto, concluye el autor, pero no lo conseguiremos tratando de evitarlos "hasta que el tiempo los desvanezca, ni en utilizar la razón como un ariete para golpear y abrir la sólida muralla que los protege. De ese modo nunca podremos con ellos" (página 129). Tampoco resulta una buena estrategia la conocida receta de pensar en otra cosa para esquivar las preocupaciones. Los mejores resultados se obtienen mirando de cara las emociones y analizando sus características y sus causas. Se trataría de coger el toro por los cuernos, desentrañarlo, y reevaluarlo, si es posible, viendo cuanto hay de positivo en lo que nos parecía horrendo tras una primera impresión. O sea el sabio aforismo de hacer de la necesidad virtud, que en eso consiste, al cabo, la inteligencia social, que Ignacio Morgado define como "la capacidad de un individuo para relacionarse satisfactoriamente con los demás, generando apego y cooperación, y evitando conflictos" (página 146), y la inteligencia emocional entendida como "la capacidad de una persona para utilizar provechosamente las emociones propias y ajenas" (página 149).

A pesar de la muchísima ciencia que contiene la obra a comentario y del exacto recorrido por las últimas investigaciones sobre el cerebro, lo más deslumbrante de esta joya firmada por el profesor Ignacio Morgado reside, en mi opinión, en la voluntad pedagógica del hombre de ciencia que escribe, no para alardear de sus conocimientos, pavoneándose ante los integrantes de su gremio, sino para iluminarnos a los ciudadanos de a pié con su honda sabiduría. Una sabiduría que no requiere palabras campanudas ni frases interminables, una sabiduría que se apoya en ejemplos extraídos de la vida cotidiana y que se expresa con una sencillez cautivadora. La lectura de "Emociones e inteligencia social", escribe Milagros Pérez Oliva en el prólogo, "no sólo aporta un estimulante ejercicio intelectual, sino también un gratificante sentimiento de felicidad". Comparto plenamente su opinión.

Juan Zamora Terrés
CELSEM-UPC