Ciencia y Cultura


VIAJAR NO ES UN PLACER

 

Diez estudios sobre literatura de viajes. Lucena, Manuel; Pimentel, Juan.  CSIC. Madrid, 2007. 255 páginas.


Un sugestivo volumen sobre "la lectura del mundo"


 
 

Da escalofríos sólo pensar en la posibilidad de caer enfermo durante el viaje desde España a las Antillas, sobre todo porque los únicos remedios que parece haber en la botica de la nave son «aceites de lagarto, de ladrillo, espíritu de hollín y de cuerno de ciervo, emplastes de ranas y murciélagos, polvos de ojos de cangrejos y leche virginal». Y quizás lo que más asusta es saber que este inventario no lo transporta una nave colombina de finales del siglo XV, sino cualquier otra de principios del moderno siglo XVIII. El contundente recorrido descriptivo que Alfredo Moreno Cebrián ofrece sobre la vida cotidiana de los embarcados en la Carrera de Indias es uno de los ensayos incluidos en Diez estudios sobre literatura de viajes (CSIC, 2006) y editados por Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel. Tampoco parece irles muy bien a las refinadas damas británicas que se aventuran por la pintoresca España del siglo XIX; y eso que algunas de ellas trasladan un mundo entero para sentirse como en casa, como los seis baúles de Matilda Barbara Betham-Edwards y su amiga, la sufragista Mme. Bodichon, en los que cabe hasta «una bañera plegable de goma, [...] dos o tres fardos de alfombras, [...] un costurero de seda [...] y por último, una bolsa de objetos misceláneos como cuadernos de escritura, gemelos de teatro, pasaportes, una tetera, una bolsa de agua, una almohadilla de aire, zapatillas y objetos innumerables». Elena Carrera recoge los testimonios de las viajeras inglesas (el de la masculina Elizabeth Mary Grosvenor en su ruta marítima, la mirada de la pintora Louisa Tenison, el aristocrático viaje turístico de Lady Sophia Dunbar y familia), sus aventuras y desventuras, sus desilusiones y sus sorpresas, las dosis de infinita paciencia que se necesitan para viajar por una España que, contrariamente a los retratos elaborados por Washington Irving o Théophile Gautier, les parece, a la mayoría de ellas, muy poco española. No hay exotismo oriental en esa polvorienta Málaga que apesta a pescado podrido y en la que cae un sol de justicia muy poco recomendable para la blanca piel de Frances Minto Elliot. Viajan siguiendo la estela del grand tour europeo decimonónico, pero además son mujeres, y eso enriquece el motivo de su viaje: lo hacen porque la experiencia, original y peculiar, las distingue entre la condición que les impone su época. El viaje a la peligrosa y salvaje España las realiza y las singulariza como mujeres.

Tampoco es de extrañar el tono de disgusto que se advierte en el ensayo de Fernando Rodríguez Mediano respecto a los viajeros que estudia; de hecho, les muestra rechazo ya desde el mismo título, "Contra el viajero", y es que algunos de los fragmentos seleccionados de la crónica que el liberal Pedro Antonio de Alarcón escribe sobre la guerra española en Marruecos (1859-1860) se hacen sencillamente intolerables, y al mismo tiempo demuestran que la imagen negativa y grotesca del "otro conocido", el enemigo tradicional de Occidente, el musulmán y el judío, sigue siendo la misma a mediados del siglo XIX que la elaborada por la imaginación occidental durante los cinco siglos anteriores. Ante la actitud de indiscutible superioridad colonialista de Alarcón y otros viajeros españoles por Marruecos -José María de Murga, llamado el Moro Vizcaíno, el espía catalán Joaquim Gatell, el geógrafo Julio Cervera Baviera- lo cierto es que se agradecen las palabras pseudo-anticolonialistas de la fotógrafa catalana Aurora Bertrana, la única que parece esforzarse por entender la realidad del otro encontrado.

Y es que entender la realidad del otro obliga a un ejercicio muy complejo; de ahí el impulso a sentirse ciertamente comprensivo con la incapacidad del rey de Siam en aceptar la existencia del mar de hielo que le describe un embajador holandés. Juan Pimentel se sirve de este episodio para explicar la difícil frontera entre la realidad y la verdad, entre lo verosímil y lo creíble, y la dependencia que sufren estos conceptos de la tradición y la formación cultural propia. Parece contradictorio, pero los contenidos de las crónicas de viajes siempre fueron y han sido difíciles de aceptar, porque hablan de lo ajeno y lo desconocido y porque, en definitiva, el mundo se reduce al propio mundo y el de los otros, por desconocido, simplemente no existe. Sirve de ejemplo el juego de palabras que corría por la Lisboa del XVI con el nombre del viajero Fernão Mendes Pinto, una vez ya divulgado su fabuloso viaje por Oriente: Fernão, mentes? Muito (Fernão, ¿mientes? Mucho).

Los libros colectivos siempre son complejos, no sólo por la variedad de temas, sino también por la pluralidad de tonos y puntos de vista; se suelen leer de manera dispersa, yendo a buscar los capítulos de interés propio, pero en este caso cabe recomendar una lectura ordenada y completa, porque el diálogo que se llega a establecer con los textos es muy rico, plural y al mismo tiempo convergente. En el fondo, tanto las crónicas de los viajes como los estudios historiográficos llegan a una conclusión casi común: viajar es muy difícil. El viaje es una fuente de conflictos de diverso orden, una fuente de tensión, un peligro; y su narración -la experiencia autobiográfica del viajero- acaba siendo un sistema para expresar una suerte de sentimiento de diferencia, de identificación, de singularidad frente a lo otro contemplado (e inevitablemente, en la mayoría de las épocas, un sentimiento de superioridad). El viaje convierte al viajero en un ser especial, en alguien que se identifica a sí mismo por el acto de viajar. Así se siente el admirado Alexander von Humboldt, singular y único, ante las imponentes cordilleras americanas, y lo cuenta Manuel Lucena Giraldo para reflexionar sobre las estrategias narrativas de un científico revolucionario, aunque también responsable de la fabricación de una imagen de América de connotaciones mitológico-nacionalistas. Parece que a los viajeros les una más sentirse diferentes que el reiterativo tópico teórico de la búsqueda del encuentro con lo otro. Y en algunos casos, las consecuencias de ese sentimiento de diferencia se hacen tan extremas que se impone la denuncia. Lo hace duramente Antonio Pérez, desde el análisis de crónicas y reportajes, algunos muy actuales, sobre la Amazonia y el impacto de lo extranjero en su frágil pluralidad antropológica, para demostrar que el racismo y el tono de superioridad paternalista sigue muy vigente entre los aventureros viajeros occidentales, por mucho que se disfrace de expedición científica o de indigenismo humanitario.

Estos Diez estudios sobre literatura de viajes se inician con dos ensayos con voluntad definitoria y tipológica del género. El de Axel Gasquet, "Bajo el cielo protector", va en busca de unas coordenadas de cariz simbólico -partida, separación, tránsito, regreso- para conceptualizar tanto viajes y viajeros de todas las épocas como las formas en que las experiencias fueron expresadas. Luis Alburquerque se centra en aspectos más próximos al patrón del análisis literario y textual para destacar la hibridez de un género fronterizo desde los parámetros estéticos. El panorama histórico sobre el viajero occidental que presentan estos Diez estudios demuestra la complejidad de trabajar sobre un género resbaladizo e inestable que habla de algo tan concreto y al mismo tiempo tan plural y poliédrico como el viaje (los viajes) y su crónica, pero que al mismo tiempo contiene uno de los temas al que el pensamiento occidental ha dado más trascendencia: la lectura del mundo y las formas de reflexión sobre él. Desde las diferentes épocas y experiencias que se analizan, la obra enseña que no hay en las crónicas identificación o unión con el otro, sino un compendio de pruebas sobre las diferencias entre la cultura del viajero y la encontrada. No hay encuentro, sino desencuentro, ni siquiera se advierte el tan teórico encuentro con uno mismo; lo que hay es expectación, observación, y sobre todo, opinión y juicio. Como mucho hay una dialéctica en términos de superioridad (la del viajero) e inferioridad (la del encontrado), basada en el tradicional binomio civilización y barbarie. Como siempre ha sido, por otro lado, salvo en contadas ocasiones, la literatura de viajes.

Isabel Soler
Universidad de Barcelona