Ciencia y Cultura


DEL BIEN Y DEL MAL

 

Ciencia del bien y el mal. Echeverría, Javier.  Editorial Herder. Barcelona, 2007. 598 páginas.


Una pluralidad singular


 
 

El último título de Javier Echeverría resulta sorprendente y no poco ambicioso: sorprendente, porque lanzar una ciencia de lo bueno y lo malo al torrente de productos editoriales en estos tiempos no la coloca precisamente a favor de la corriente; ambicioso, porque bien y mal suman entre ambos territorios tan extensos que la empresa de recorrerlos en un solo libro tiene todo el aspecto de una osadía. Estas dos características de su encabezamiento representan con propiedad a la obra que preside. Además, quien ceda a la curiosidad y se aventure a la lectura no hallará sino motivos para aumentar su perplejidad, y por tanto su interés. Al modo de las buenas películas, Ciencia del bien y el mal comienza con una secuencia de acción que nos presenta al protagonista y reúne la mayor parte de los elementos que constituirán la historia. Aquí el personaje principal es el mal, encarnado por la serpiente edénica, y la trama está urdida por el conjunto de los seres humanos que han sido y deseado comer del fruto del árbol prohibido. El ansiado bocado, el saber cómo discernir lo bueno de lo malo, debería ser el desenlace.

Como todos los buenos relatos, éste de Echeverría se genera a partir de paradojas y conflictos. Así, en primer lugar, se nos anuncia que se partirá del mal pero, para empezar el recorrido, se nos sitúa en el Paraíso. Se nos declara que se discrepa del relato bíblico, pero se nos coloca, como en el Génesis, ante un conocimiento del bien y del mal que sólo es posible fuera del Edén. Conocemos el bien únicamente cuando conocemos el mal; es la conciencia del mal la que nos presenta lo perdido como un bien. Hemos comido del árbol y no somos ya dioses por encima del bien y del mal ni bestias ajenas a ambos. Se asume que somos humanos, demasiado humanos. Pero no tanto que no podamos ponernos en el lugar de otros seres. A eso nos invita Echeverría, en la que seguramente es la sección más fresca de su texto: a ser un árbol, una hormiga, una abeja, una golondrina, un lobo, una serpiente, una rapaz, un chimpancé, un cavernícola, una cría, Edipo y aun el Eichmann de Hannah Arendt. Por boca de todos estos personajes van llegándonos una serie de reflexiones que abonan el terreno para lo que sigue a continuación, adelantándolo, contemplándolo, dibujándolo una y otra vez desde perspectivas diferentes y no siempre complementarias. Este acopio de miradas múltiples conforma otra de las paradojas que tejen la Ciencia. Y es que, siendo un libro ordenado y con partes bien distintas, uno puede saltarse el orden a su antojo. Así lo advierte el autor en su prólogo: no importa por dónde se empiece a leer, acabarán por sacarse las mismas conclusiones que aparecen por doquier a lo largo del libro. El fruto de esta Ciencia no brota al final. Toda ella es fruto, y semilla, y árbol, según el punto de vista que se escoja. Es una instantánea en un ciclo que gira sin llevar a parte alguna, sin más razón de ser que su propia repetición. Pero no es una repetición monótona. El retorno permite la fertilización, la variación, las diferentes combinaciones, la pluralidad. Quizá sea esta misma diversidad la que aleja el tedio que alguien puede razonablemente temer ante un volumen de 598 páginas; es más, puede que sea incluso la culpable de que al final ese número acabe resultando escaso para aquellas personas más familiarizadas con los asuntos de que se trata. Escasez o abundancia dependerán de cómo se valore lo escrito, de las cotas máximas y mínimas de argumentación que se den por buenas.

Precisamente de esta manera de valorar, y por tanto de determinar lo bueno y lo malo, es de lo que habla el tramo central del libro, el de mayor densidad. Como un trimestre de invierno, entre el comienzo entusiasta del curso y la rendición final de cuentas, esta amplia sección, bautizada como de "Comentarios y debates" contiene el grueso del trabajo. Se trata en ella de fijar las tesis que constituirán la parte tercera y de las cuales, a nuestro juicio, las más notables son las que afirman la inevitabilidad del mal, su primacía sobre el bien, la relatividad de ambos (que incluye su convertibilidad), su carácter sistemático (es decir, no jerárquico), su correspondencia con los valores, el particular status ontológico de éstos (que, de acuerdo con Lotze, se derivan de funciones y no son, sino que valen), y la necesidad de una racionalidad particular, la racionalidad axiológica acotada, para establecerlos y ponderarlos correctamente.

La obra se cierra con otra sorpresa: una teoría axiomática de los bienes y los males, expuesta more geometrico sui generis, que combina el estilo de exposición más puramente matemático con las preguntas y hasta los ejercicios que suelen contener los textos escolares, aderezadas con largos trechos de estricto ensayismo. Así, el autor predica con el ejemplo la pluralidad de la que tanto gusta, llega a todos los públicos y vuelve más vistosa la provocación que sin duda pretende al reclamar una Ciencia del bien y el mal ignorante de las barreras disciplinarias y las tradiciones filosóficas más pertinaces.

Este libro es prácticamente una consecuencia de al menos otros dos que le han precedido: Ciencia y valores (Destino, 2002) y La revolución tecnocientífica (FCE, 2003). Sin embargo, pensar que remata un tránsito de su autor desde la filosofía de la ciencia hacia la ética sería un error. Primero porque Echeverría lo sitúa, discutible y discutidamente, más allá de la ética. Y segundo, porque no remata nada. Constituye más bien un gran movimiento de tierras, que remueve más de un cimiento y que a la vez permite, aun exige, nuevas construcciones. Es de esperar que el propio autor las vaya levantando con éxito en un futuro próximo. Ciencia del bien y el mal es un volumen indubitablemente atípico, de lectura fluida, pero inepto para quien no se acerque a él con la voluntad relajada, el entendimiento diligente y la memoria libre (en particular, de los prejuicios que suele atesorar). Y es que esta Ciencia no nos procura guía alguna; al contrario, nos da motivos para adentrarnos por caminos de trazado sinuoso, orillas desdibujadas y destino incierto. Déjense llevar por ella, por la pluralidad y por el conflicto, y su lectura les premiará con un viaje pleno de paisajes imprevistos, que querrán seguir explorando.

Armando Menéndez Viso
Universidad de Oviedo