Ciencia y Cultura


DE LAS RELACIONES ENTRE LA NATURALEZA HUMANA Y SU MANIFESTACIÓN MÁS EXCLUSIVA

 

El mundo de las palabras. Una introducción a la naturaleza humana. Pinker, Steven.  Editorial Paidós. Barcelona, 2007. 632 páginas.



 
 

El mundo de las palabras es un acceso directo a la naturaleza humana. El lenguaje, como manifestación esencial de la mente, ofrece una ventana única a cómo percibimos la realidad, cómo la organizamos y cómo decidimos presentársela a los demás. En su última obra, Pinker se propone explicar estos y otros aspectos del funcionamiento mental y social humano a partir de lo que significan las palabras, cómo se construyen y cómo se usan.

El lenguaje es ante todo una creación humana, permitida por la evolución, por un lado, de un limitado rango de conceptos como el espacio, el tiempo, la causa o la intención, que van a ser fundamentales en una especie social que necesita ponerse de acuerdo para cooperar y necesita también comprenderse y anticiparse para competir. Pero además el lenguaje se hace posible a partir del desarrollo de un proceso de abstracción metafórica, que libera los conceptos de su contenido original, para permitir a esta especie, que en origen necesitaba comprender las rocas y las plantas, entender ahora las matemáticas o el derecho. El funcionamiento lingüístico emerge y evoluciona en la interacción entre las mentes de los individuos y por tanto puede servir de plano también para el análisis de los diversos tipos de relaciones humanas.

El lenguaje no va a crear la mente, pero va a permitir comprenderla porque el significado de sus elementos, para Pinker, revelará el sentido del lenguaje natural del pensamiento. Sitúa su teoría de la Semántica Conceptual de forma equidistante a tres teorías radicales en la explicación de las relaciones entre lenguaje y pensamiento, tomando algunos planteamientos de cada una de ellas y rechazando los argumentos que considera más extremos. Para la Semántica Conceptual el sentido de las palabras se representa como expresión de un lenguaje más abstracto del pensamiento. Como en las teorías innatistas más radicales, la precisión de este significado puede explicarse porque los conceptos recogen exactamente algunos aspectos de la realidad, obviando otros. Sin embargo, la evidencia que ofrecen las posturas partidarias de que la diversidad lingüística va a suponer diferencias en algunos aspectos de presentación y de representación de la realidad que codifica, implica que esa serie innata de conceptos básicos va a poder organizarse de forma diferente en función de las distintas lenguas. Por último, las perspectivas que se rigen por las demandas de los usos pragmáticos proponen que las palabras no significan siempre lo mismo; un mismo fenómeno puede ser referido de distintas formas y ese modo de conceptualizarlo ofrecerá mucha información también sobre el estado mental del hablante (en algunos ejemplos del autor: no es lo mismo terminar un embarazo que matar a un feto, ni liberar un país que invadirlo).

El lenguaje implica una generalización, una interpretación del mundo que permite categorizarlo y por tanto aprehenderlo en las categorías lingüísticas: podemos acotar el espacio en las preposiciones, recoger el tiempo mediante la flexión verbal, incluso realizar un zoom mental en aquel aspecto temporal que queramos enfatizar; la materia y la causa van ligadas a la esencia de sustantivos y verbos, y además de la expresión de esta causalidad puede derivarse toda una teoría moral sobre la culpa.

El modo cómo organizamos las palabras también ofrece información sobre lo que queremos decir. Podemos enfatizar un aspecto de la realidad empleando una u otra estructura sintáctica, cuando decidimos entre un verbo transitivo o intransitivo, o entre una construcción locativa de contenido o de continente, estamos optando en realidad por una mirada particular sobre un mismo suceso.

Este poder combinatorio del lenguaje va a conferirle la propiedad de productividad lingüística, que define cómo es capaz de crear infinitas combinaciones desde un número limitado de unidades y de significados. Pero además, es un sistema infinitamente productivo porque el mecanismo de la metáfora hace posible alterar esos significados originales.

Para expresar nuevos significados, las metáforas establecen lazos entre conceptos: así el tiempo se recorre como el espacio, el amor se convierte en un viaje que hacemos con la otra persona, y también nuestras metas acaban siendo un destino físico al que llegar. Pero a la vez las metáforas van a servirnos para reflexionar; trazar la analogía entre dos elementos nos permitirá construir teorías y establecer hipótesis que hacen avanzar la ciencia, como cuando entendemos la estructura del átomo como la del sistema solar, o los genes como un código. Después el lenguaje fosilizará el concepto y hablaremos del código genético.

Como en la metáfora, despegarnos del sentido literal va a permitir otra de sus funciones esenciales, porque el lenguaje es además un modo de negociar relaciones sociales. En muchas ocasiones no conviene decir lo que se quiere decir, y hay que buscar maneras alternativas para expresar el mismo contenido pero asegurar al mismo tiempo el mantenimiento de la relación. Por ejemplo, en los actos indirectos de habla podemos realizar peticiones sin ni siquiera poner a nuestro interlocutor en la situación de tener que negarse. Cuando decimos algo como: "si pudieras pasarme el guacamole sería estupendo", estamos pidiendo un favor al mismo tiempo que evitamos establecer un escenario de dominancia.

Manteniendo esa diferencia entre el nivel literal y el interpretado podemos amenazar o tratar de sobornar a alguien sin que parezca que lo hacemos, sin arriesgarnos por ejemplo a las consecuencias de intentar un chantaje explícito. Jugar con el lenguaje nos permite expresar sólo una parte, sabiendo que el oyente completará el resto, porque, en una sucesión recursiva de estados mentales, el sabe que nosotros sabemos que él sabe lo que queremos decir.

El lenguaje es por tanto una creación social con propósitos sociales que no usamos sólo para referir la realidad, sino también para filtrarla ante los otros y ante nosotros mismos. Porque el lenguaje además de denotar, connota, e incluso nos lleva a pensar que esas convenciones arbitrarias que son las palabras tienen en realidad poderes mágicos, y por eso hay palabras tabú que no pueden pronunciarse en televisión, y un asunto tan aparentemente personal como el nombre que damos a nuestros hijos puede ser fundamento de toda una teoría sobre las relaciones con los niños y con la sociedad.

Como Pinker ya argumentó brillantemente en El instinto del lenguaje el lenguaje es un instrumento biológico, pero es también es una herramienta cultural. Las palabras son una creación de la mente, pero no de una sola, sino de la interacción de millones de mentes durante miles de años. Nos permite comunicar y acceder a estados mentales que serían opacos en otra circunstancia; sirve como reflejo del mundo, como filtro de cómo lo experimentamos y como medio para crear mundos posibles,

El mundo de las palabras recoge los dos temas que apasionan a Pinker y a los que ha dedicado su obra: el lenguaje (El instinto del lenguaje y Words and rules) y la naturaleza humana (Cómo funciona la mente y La tabla rasa); una pasión que se hace evidente en el modo con que realiza explicaciones profundas y en contenido complicadas, pero que convierte en fáciles y accesibles a cualquier lector. Es el mérito de los buenos científicos y los buenos comunicadores: en su pluma las cuestiones más complejas resultan en sugerentes asuntos de debate.

En su obra Pinker no renuncia ni a su estilo divertido, irreverente en algunos casos, ni tampoco a sus supuestos teóricos fundamentales acerca del origen del lenguaje en la historia de la especie y del individuo, que argumenta mediante un hábil despliegue de ejemplos de la cultura popular y de la vida cotidiana, anécdotas de situaciones y personajes conocidos, citas y viñetas de humor, con algunas pinceladas de sexo; todo ello le permite abordar cuestiones claves de la psicolingüística y ofrecer al mismo tiempo explicaciones a dilemas tan irresolubles como porqué alguien puede referirse a sí mismo como "la almeja china airada".

El mundo de las palabras aporta datos relevantes para los conocedores de la materia, pero también puede ser una excelente introducción para todos aquellos interesados en un tema tan universal como las relaciones entre la naturaleza humana y su manifestación más exclusiva.

Ruth Campos García
Universidad Autónoma de Madrid