Ciencia y Cultura


UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CULTURA

 

Ecología de la Cultura. Antonio, Lastra.  Editorial Katz. Buenos Aires, 2008. 199 páginas.



 
 

La dificultad estriba, a la hora de reseñar un libro lleno de pliegues como este, en mostrar aquello que ha podido ser visto sin dar por sentado que esa visión haya de ser la única, la correcta, o ni siquiera la mejor. Porque el que nos ocupa no es un libro sencillo, ya que -y esto no debería ser sino un estímulo para aquellos que confíen en sí mismos como lectores- en cada palabra habita un secreto y tras cada cita se despliega una zona oculta en un mapa, que lleva a una antigua biblioteca que espera. El itinerario que cada lector recorre con este mapa en la mano es por ello único, completamente personal. Eso sí, a cambio de la promesa de un viaje digno de tal nombre y un oculto tesoro, la escritura de Antonio Lastra (Valencia, 1967) no permite una lectura perezosa. Como si quisiera ser una esfinge, el texto, que es un mapa hacia tierras lejanas, hace una pregunta al que se aproxima a las puertas que vigila, exige una respuesta sobre nuestras intenciones, sobre nuestra intención última como lectores (aun a pesar de que muchos no sean conscientes de que tienen una intención de ese tipo), y -si debo escribir desde mi experiencia para que esta reseña no sea más que un ejercicio muerto- cuando encuentra una respuesta acorde a sus expectativas, desvela la entrada a una terra nova, a un inmenso e inexplorado mundo de lectores (una Leserwelt, diría Kant).

Entre los lectores más viajados habrá quien gustará de incluir nuestro mapa en el catálogo de los Estudios Culturales, otros pensarán que es filosofía o ensayo, incluso puede haber un lector demasiado sabio al que podría parecerle, a primera vista, que esta obra fuera un cascarón lleno de restos de otros viajes -a través de la poesía, el cine o el psicoanálisis- en busca de destinos originales que, por no se sabe qué necesidades, literarias o no, termina formando un libro. Aunque los primeros estarían en lo cierto, este último lector se equivocaría al intentar entender a nuestro autor mejor que sí mismo, pues en este caso asistimos a la visión de conjunto de distintas expediciones, que en pequeñas naves como hicieran los vikingos, intentan tomar puerto en una América incógnita. Así el texto va, desde distintos puertos, desenvolviéndose poco a poco hasta formar un libro centrado bien en los dos últimos siglos de ese Nuevo Mundo (de lectores) que estamos descubriendo, como atestiguan las palabras sobre Robert Gardner, Harold Bloom, Stanley Cavell, Leo Strauss, Robert Lowell, George Santayana y Robert Warshow en el siglo XX o Emerson y Thoreau en el XIX; o bien en el cambio de enfoque que este re-nacimiento americano y sus consecuencias producen en nuestra cámara si la dirigimos esta vez a Platón, Lucrecio, Rosenszweig o Lévinas, al Viejo Mundo del que partimos, finalmente. Es el resultado de cada travesía, una vez puestos los tesoros -todos juntos, como en una continuidad de impresiones- en el centro del pueblo, lo que permite observar que todas las naves enviadas atracaron misteriosamente en las mismas tierras, y avala que se cante su gesta como un solo viaje en seis capítulos, que avanzan desde la lectura del De rerum natura de Lucrecio por Santayana y Leo Strauss hasta la cinematografía literaria de Robert Gardner, desde una reflexión sobre la muerte, el cine y los cuidados paliativos hasta la crítica de Robert Warshow sobre nuestro déficit de experiencia, dejando en una confrontación central los capítulos que oponen Obedecer y Leer, Jerusalén y Atenas.

Cada lector que se aproxime a Ecología de la Cultura (y no solo los que seguimos la estela de nuestro autor) podrá, por tanto, apreciar en el detalle de cada uno de los estudios que la componen, el interés medular de Lastra por ahondar en la experiencia de la lectura y sondear la influencia que la escritura tiene o ha de tener en nuestras vidas. La expresión que da título al libro "ecología de la cultura" viene a renovar la forma en que el autor denomina su proyecto filosófico, literario y vital, sustituyendo, o mejor, complementando a la "ética de la literatura", con la que se podría denominar con justicia su singladura por entre la escritura constitucional americana, el trascendentalismo, el arte de escribir y la religión. Quién encuentre en estos términos ecos de posibles hallazgos debería leer los libros en los que Lastra se ha dedicado con más detenimiento a apropiarse de muchas enseñanzas de los autores y textos que aparecen en Ecología de la Cultura. De especial interés son La naturaleza de la filosofía política. Un ensayo sobre Leo Strauss (Murcia 2000) o la trilogía dedicada a Ralph Waldo Emerson La Constitución americana y el arte de escribir (Valencia 2002) Emerson trascendens (Valencia 2004) y Emerson como educador (Madrid 2007). En todos ellos observamos la existencia de un estilo labrado con mimo y tenacidad, una escritura que, por seguir con el símil náutico, fuera como un navío que afrontase con seguridad los océanos más profundos -¿qué otra cosa podríamos decir de una aproximación sincera a preguntas como las del judaísmo?-, sin engañarse ni engañarnos con pretendidas experiencias de solidez. En la obra de Lastra no hay más solidez que el armazón de una lectura concienzuda y generosa de los grandes libros. Que el tiempo haga de él un escritor menor o mayor no es cosa suya, pero en Ecología de la Cultura ya podemos valorar lo ardua de su tarea.

En mi opinión, no se hace ningún favor este libro con el formato que le han dado que, por lo pequeño, lo hace parecer casi de juguete (aunque dicen los editores que así tiene mejor aceptación entre el público joven de Latinoamérica). Esta será, a pesar de que el cuerpo de la letra permite una lectura digna, otra prueba para medir la capacidad del lector de no dejarse distraer en su búsqueda por las cosas importantes y la más importante de todas las cosas.

En los últimos tiempos Antonio Lastra codirige La Torre del Virrey, una revista de Estudios Culturales que bien podría considerarse un puerto y una flota dispuestos a redescubrir toda la nueva Leserwelt. Si nos ha de aportar frutos como la obra que tenemos entre manos, ¡buena suerte y viento en las velas!

Juan Diego González Sanz