Ciencia y Cultura


GOULD, OBRA PÓSTUMA

 

La estructura de la teoría de la evolución Gould, Stephen Jay.  Tusquets. Barcelona, 2004. 1426 pág.


Ve la luz la edición española del eminente evolucionista.


 
 

Stephen Jay Gould (1941-2002) ha sido probablemente el evolucionista más conocido, leído y controvertido desde los tiempos de Darwin. Nacido en Nueva York, paleontólogo de profesión, enseñó en la Universidad de Harvard diversas materias como biología, geología o historia de la ciencia. Aunque durante toda su vida trabajó en la evolución de los caracoles fósiles de las Bermudas, su fama esta asociada por una parte a sus contribuciones a la teoría de la evolución y a su actividad como divulgador no sólo de la evolución sino de muchos temas de la biología, geología e historia de la ciencia fundamentalmente a través de más de 300 artículos publicados en Natural History y que posteriormente han sido recogidos en varios libros, muchos de ellos traducidos al castellano (ver por ejemplo Revista de Libros, números 17, 34 y 86).

El mismo año de su muerte Gould nos ha obsequiado con una magna obra, "La estructura de la Teoría de la Evolución" con ambiciones más académicas que divulgativas por lo que su lectura es laboriosa, lejos de los estupendos artículos con los que nos ha deleitado a lo largo de su vida. De hecho son cerca de 1400 páginas y 2,5 kg de peso, en los que tras una pequeña introducción de 112 páginas, dedica 6 capítulos a la historia de las ideas de la evolución que le preocupan seguidos de otros cinco en los que argumenta a favor de una expansión del darwinismo.

La piedra angular del pensamiento de Gould es la teoría de los equilibrios interrumpidos (o puntuados según la traducción que comentamos). En 1972, junto con el también paleontólogo Eldredge, propuso esta teoría que cuestiona la validez del neodarwinismo en el sentido de que los procesos macroevolutivos, esto es, la aparición de grandes grupos taxonómicos por encima del nivel de especie, son distintos de los microevolutivos que se refieren a los cambios, algunos de ellos adaptativos, que ocurren dentro de las poblaciones que constituyen una especie. Su propuesta se apoya en que, en su opinión, los linajes fósiles suelen mantenerse con escasas alteraciones durante largos periodos de tiempo, del orden de varios millones de años (estatismo) y que los cambios morfológicos experimentados por un determinado grupo (discontinuidades o interrupciones) ocurren durante lapsos relativamente cortos, del orden de cincuenta mil a cien mil años, asociados a fenómenos de especiación.

El primer frente de controversia es si la imagen del proceso evolutivo tal y como queda plasmada en el registro fósil es o no la postulada por Gould y es una cuestión de tipo empírico que debe resolverse mediante análisis de los datos pertinentes, aunque cabe recordar que pudiera ser en parte un reflejo de las técnicas paleontológicas que utilizan para diferenciar unas especies de otras, criterios puramente morfológicos, ya que si la especiación no va unida a cambios de forma es indetectable en los fósiles. Además, hay un problema semántico en esta cuestión, ya que un proceso de especiación que durara cincuenta mil años sería calificado de instantáneo por un paleontólogo, pero de gradual por un genético de poblaciones.

El otro frente de controversia son los mecanismos que podrían generar el patrón propuesto por los interrupcionistas. Inicialmente Gould favoreció la existencia de "leyes de la forma" aún por descubrir, que restringirían el número de configuraciones que pueden presentar los seres vivos y que determinarían en última instancia la diversidad morfológica, relegando a segundo término la adaptación por selección natural como agente causante de dicha diversidad. Un segundo mecanismo serían las denominadas "revoluciones genéticas" en poblaciones que ocupan zonas periféricas dentro del área de distribución de la especie y que las aislaría reproductivamente del resto de las de su especie. Sin embargo, leyendo el libro parece que Gould, no acabó de estar satisfecho con ninguna de estas explicaciones.

Hay dos razones por las que muchos evolucionistas no simpatizan demasiado con el libro que comentamos (aparte alguno de sus bien conocidos adversarios como el evolucionista R. Dawkins, o el filósofo D. Dennett). La primera es que, pese a su pretensión de exhaustividad, apenas discute o presenta los argumentos de sus críticos con el agravante de que tiende a atribuir motivaciones ideológicas, no científicas, a sus oponentes, lo cual pudiera ser verdad, pero no se considera de recibo manifestarlo en un texto supuestamente científico. La segunda razón, que entenderá cualquiera que aborde su lectura, es la excesiva verbosidad y farragosidad con continuas digresiones que dificultan seguir el hilo argumental, de forma que muchos se preguntarán cada cierto número de páginas: pero ¿cuál es exactamente la tesis de Gould?. Si uno ojea las numerosas recesiones del libro encontrará que muchos muestran su entusiasmo por la erudición, calidad literaria y contenido revolucionario (¿?) del libro mientras que otros, más amigos de la claridad y precisión, evocan el artículo de Watson y Crick sobre la doble hélice, de apenas un par de páginas, como paradigma de lo que debe ser la exposición de una idea científica.

En definitiva, un compendio académico de lo que el autor, un evolucionista de una capacidad excepcional, considera su obra científica fundamental, tan interesado en contribuir a la teoría de la evolución como en difundirla y defenderla. Aunque paradójicamente no hay documento de la literatura creacionista que no cite a Gould como el 'eminente biólogo que ha cuestionado la teoría de la evolución y demostrado la aparición súbita de las especies' (cosa que le ponía furioso), participó en el juicio de Arkansas sobre la enseñanza de la teoría de la Evolución en las escuelas. Tan interesado por las ideas biológicas como por la historia de las mismas y por combatir su utilización espúria a favor del determinismo biológico y del racismo, Gould, aunque no haya conseguido su objetivo de sustituir el paradigma neodarwinista, si ha contribuido a que éste sea hoy mucho más pluralista.

Agustín Zapata
Universidad Complutense de Madrid