Ciencia y Cultura


EL ERMITAÑO DEL REY

 

El ermitaño del rey. De la Rosa,  Julio M.

Algaida. Sevilla, 2007. 248 páginas

 
 
 
 

EL AUTOR

Julio M. de la Rosa (Sevilla, 1935) es uno de los mejores representantes de la actual narrativa española, a la que, a través de 40 años de sostenida dedicación, ha aportado rigurosas novelas, que versan sobre las secuelas de la guerra civil (Fin de semana en Etruria), el conflicto mismo ubicado en Andalucía (Las guerras de Etruria), los últimos días de Fernando Pessoa (Los círculos de noviembre), y poderosos relatos sobre la aventura existencial del hombre, recogidos en varios volúmenes, como De campana a campana y La columna. Y, sin embargo, verdad tan evidente no ha sido asumida por la sociedad literaria española, demasiado preocupada en sus premios, promociones, ecos periodísticos y toda esa grisalla que se llama la actualidad, aunque no hayan faltado, pero son pocas, voces cualificadas que han proclamado la excelencia de Julio de la Rosa, como José Manuel Caballero Bonald, que no han dudado en calificarlo como "uno de los grandes prosistas andaluces contemporáneos".

 
 

RESUMEN ARGUMENTAL

Esta novela magistral refiere, en primera persona, la agonía del gran escriturista Benito Arias Montano (1527-1598); la reelaboración narrativa de personajes históricos es una constante de la obra del autor. Así la ya señalada novela sobre Pessoa, la recreación de la figura de Cervantes en Las campanas de Antoñita Cincodedos o la del gran pícaro cervantino de Memorias de Cortadillo. En este caso la atención del escritor se proyecta sobre el eminente escriturista e influyente consejero de Felipe II Arias Montano, a cuya agonía asistimos a través del impresionante y hermoso monólogo que despliega el notable personaje con una prosa -un habla- de calidades excepcionales en el que los estilemas arcaizantes, propios de un hombre culto del XVI, se conjugan con un bellísimo castellano, de anómala pureza en los tiempos que corren, no casticista pero exento de cualquier contaminación "contemporánea". Un prodigio de lenguaje bruñido, artístico sin manierismos, fluido y llano sin someterse a las hipotecas de la "prosa de arte". En este sentido la novela es ya en sí un monumento.

Pero hay más: hay el contenido de esa agonía, que es un examen del turbulento XVI español, que pasó del "liberalismo" tolerante, propicio a las doctrinas de Erasmo, al integrismo ortodoxo de la segunda mitad del siglo, que cabe cifrar en el concilio de Trento, cuya significación reaccionaria captó con agudeza Menéndez Pelayo al definir a la España tridentina como "luz de Roma, martillo de herejes". Toda su vida combatió Arias Montano por la libre interpretación de los textos y el uso de las versiones primigenias, como era también la opinión de Erasmo. Problema nada menor que rebasaba el ámbito del pensamiento humanístico y trascendía el del conocimiento científico, pues en definitiva, lo que estaba en juego era el duelo entre la intolerancia y la libertad. Con sensibilidad plenamente moderna, el autor sitúa el problema no solo en su justa dimensión sino en su específica dimensión contemporánea. Arias Montano fue un luchador por el conocimiento, como lo fue Erasmo, sin apartarse un ápice de la ortodoxia cristiana.

El hermoso monólogo del agonizante pone a esta clara luz la pugna entre integrismo y cristianismo evangélico y tolerante, que se resolvió con el triunfo del primero. De ahí la significación que adquiere en la novela el personaje de Erasmo, que casi llega a tapar a veces al propio Arias, y de quien se refieren sus hitos biográficos centrales, sin soslayar los más crudos. Consecuentemente el luteranismo también cumple en el texto una función nada secundaria, complemento pero, y a la vez, antítesis de Erasmo.

La urdimbre de orden científico que sostiene el libro es, con todo, menos conmovedora que el personaje de Montano: un personaje que respira por todas sus múltiples heridas, físicas y psíquicas e ideológicas, pero siempre sostenido por una purísima fe evangélica, que hace de él un auténtico "varón de dolores" bíblico. Su resignación, humildad y modestia en la sabiduría son admirables y persuasivas. De la Rosa ha utilizado una abundante documentación histórica, de la que da buena cuenta en su nota final, pero si ha idealizado al personaje, cosa que no estamos en condiciones de juzgar, lo ha hecho con tal verdad novelesca que la presunta "mentira" merecía la pena. Esa nota ilumina el rigor con que De la Rosa abordó la recreación de un personaje y un tiempo tan difíciles.

 
 

VALORACIÓN

El ermitaño del rey -el título alude a la peña de Alájar, el nombre del idílico retiro que Arias Montano se hizo en la sierra de Aracena- indaga con maestría en el tema central de la lucha por el conocimiento a través de las luchas ideológicas (religiosas) del siglo XVI, de las que nos da una imagen muy inclusiva; y es además una gran novela por la incomparable hermosura de su lenguaje y por lo sostenido de su ritmo narrativo que, exento de intrigas o acciones inesperadas -en suma de culminaciones climáticas- sustenta con extraordinaria eficacia el desenvolvimiento del discurso.