Fecha
Autor
Jesusa Vega; Javier Portús

Enrique Lafuente Ferrari (1898-1985)

Con puestos de trabajo -en museos, bibliotecas y cátedras- ínfimamente atendidos o remunerados por el Estado, faltos de consignaciones o que han sido tercermundistas comparados con los países más ricos y cultos, la labor de los que nos hemos dedicado a la Historia del Arte ha sido densa y difícil. Hemos carecido de buenas bibliotecas dedicadas a nuestras especialidades, con escasísimas y a veces inexistentes posibilidades de completar nuestra formación fuera de España, de viajar, de visitar museos y colecciones privadas, con escaso acceso de la producción extranjera de libros de arte, tanto para las bibliotecas públicas o menos para nuestro magro bolsillo, trabajar en la especialidad era un problema para cuya solución hemos ido sorteando dificultades inimaginables.

"Con puestos de trabajo —en museos, bibliotecas y cátedras— ínfimamente atendidos o remunerados por el Estado, faltos de consignaciones o que han sido tercermundistas comparados con los países más ricos y cultos, la labor de los que nos hemos dedicado a la Historia del Arte ha sido densa y difícil. Hemos carecido de buenas bibliotecas dedicadas a nuestras especialidades, con escasísimas y a veces inexistentes posibilidades de completar nuestra formación fuera de España, de viajar, de visitar museos y colecciones privadas, con escaso acceso de la producción extranjera de libros de arte, tanto para las bibliotecas públicas o menos para nuestro magro bolsillo, trabajar en la especialidad era un problema para cuya solución hemos ido sorteando dificultades inimaginables". (Lafuente Ferrari, 1984, p.33.)

Adentrarnos en la vida de Enrique Lafuente Ferrari es introducirnos de lleno en la biografía de la historia del arte, disciplina de corta trayectoria en los estudios universitarios españoles y siempre expuesta a la beatería, charlatanería y chamarilería, por servirnos de las palabras del historiador. Pero, a la vez, es recuperar una parte fundamental de la historia del pensamiento español tras la crisis del 98 y las formas de sociabilidad hasta la llegada de la democracia. En el ingente número de sus escritos, superan el medio millar, Lafuente fue entretejiendo su pensamiento, vivencias y circunstancias en el sentido orteguiano, demostrando en cada línea que la historia del arte es parte de la historia de la cultura (entendida en los términos enunciados por Burkchardt), es decir, se construye en el ámbito de la vida diaria, trasciende la individualidad del objeto y alcanza al gusto, el público y la mirada. En consecuencia, consideraba inseparable de la historia la crítica de arte, actividad que desarrolló con vocación docente, rigor académico, claridad expositiva y un valiente compromiso personal.

Discurso de Lafuente en la Real Academia de San Fernando

A lo largo de su vida demostró que el campo de trabajo de la crítica se extendía a todas las cuestiones referentes a la historia del arte: desde la docencia, el estudio y la conservación del patrimonio hasta el funcionamiento de las instituciones, pasando por la práctica artística más contemporánea y el cuestionamiento de la política de Estado. Su constancia la unió a su empeño por hacer comprender que una sociedad, además de cuidar lo que las generaciones anteriores habían legado, no podía renegar del arte de su tiempo. El objetivo principal del crítico-historiador será entonces orientar y motivar al lector para que visite las exposiciones y, sobre todo, para que dedique un poco de tiempo y esfuerzo a la comprensión del arte moderno, el arte de su tiempo. Consideraba necesario aceptar el arte nuevo y poner fin al academicismo y, aunque fue leal en sus intereses y gustos, siempre respetó la regla de que el crítico ni puede pontificar, ni erigirse en oráculo, teniendo como modelo a Baudelaire, padre de la crítica moderna.

Cuándo se lee su obra, es fácil percibir la huella dejada por Baroja en sus escritos. En ellos prima la claridad expositiva, brilla la riqueza y plasticidad del idioma, seduce la apasionada forma de razonar y sostener las convicciones, y arrastra la particular fuerza de expresar las emociones, sin sensiblerías ni lugares comunes. Lafuente, no sólo logra hacer sentir al lector que está presente —de ahí la complicidad o el rechazo, nunca la indiferencia—, sino también demuestra que, su compromiso prioritario, es presentarle la realidad con sentido crítico.

Lafuente, dibujo de Joaquín Puente

En 1915 comenzó los estudios de Filosofía en la Universidad Central de Madrid donde pronto vio cumplido un deseo de mucho tiempo: oír a José Ortega y Gasset. La profunda impresión que le causó nunca sería rectificada. Como discípulo de Ortega asumió desde un principio un firme compromiso con su obra, su pensamiento y su persona —muchos de los sinsabores de su vida derivarán precisamente de este compromiso—, y también aprendió que los problemas sólo se enfocan de verdad desde la vida misma, y no desde el abstracto observatorio de la erudición y el ensimismamiento al que conduce el despacho universitario o el laboratorio, a donde no llega la impureza de la realidad.

En 1925 vuelve a las aulas universitarias para cursar los estudios de Historia y posteriormente doctorarse, entonces conocería a Carmen Niño quien, siete años más tarde, se convertiría en su esposa; entre las nuevas amistades se cuentan Manuel Terán, María Elena Gómez Moreno, José Hernández Díaz y Rafael Lapesa, y entre los nuevos maestros Manuel Gómez Moreno y Elías Tormo, este último el primer catedrático de Historia del Arte de la universidad española, y a través de ellos se incorporó a las actividades del Centro de Estudios Históricos. Su contacto con la Institución Libre de Enseñanza hará que, además de llegar a ser profesor del Instituto-Escuela durante el curso de 1927, se sume a la solidez del método orteguiano el posibilismo que predicaba Giner (verdadero sacerdote laico de los institucionistas), basado en la especulación y la experiencia del krausismo. Recordemos que el sustrato teórico de ambos era común, fundado en las propuestas del idealismo alemán, y también compartieron la crítica al positivismo radical decimonónico que también llegó a la historia del arte y que será sistemáticamente rechazada por Lafuente quien nunca lo consideró como una práctica metodológica.

El Cairo, Crucero universitario

La fundamentación de la "ciencia histórica del arte" fue una de las prioridades y preocupaciones de Lafuente quien pronto comenzó a desarrollarla en sus investigaciones con resultados excelentes, el más señero, sin duda, su obra fundamental sobre Goya con la que pronto alcanzó el prestigio internacional, Antecedentes, coincidencias e influencias del arte de Goya (1947). En el sistema organizado por el historiador es clave el concepto orteguiano de generación como sujeto del cambio histórico, apoya la idea de la generación decisiva pero, sobre todo, cree en la existencia del genio. Con estos planteamientos redactó su discurso de ingreso a la Real Academia de San Fernando, leído el 15 de enero de 1951, cuyo título, no por esperado, resultó menos rotundo: «La fundamentación y los problemas de la Historia del Arte». En él no se limita a hacer una síntesis reflexiva, sino que articula un discurso sobre la historia del arte como sistema, es decir, construye esa estructura previa que permita encajar los hechos, pasados y presentes, que dé sentido a la práctica artística. Esto le llevará a hacer una profunda revisión cualitativa a uno de sus libros más queridos: Breve historia de la pintura española. Sin duda es la obra que más ocasiones ha dado para que admiradores y críticos bromearan sobre la personalidad del autor, entre otras razones, porque aquello que comenzó siendo un librito en cuarto menor de poco más de ciento cincuenta páginas —redactado en el ámbito altruista de las «Misiones de Arte».y publicado en 1934—, se convirtió en un grueso tomo en cuarto mayor de casi setecientas.

En su actividad profesional Lafuente siempre demostró claridad de objetivos, capacidad organizativa y diligencia de actuación, luchando contra la administración por el logro de recursos y dotaciones, mirando fuera para aprender de la experiencia ajena y tratar de situar a las instituciones españolas a la altura de las mejores foráneas, y creando equipos de trabajo estables que permitieran la continuidad y perdurabilidad de lo creado. Su paso por la Biblioteca Nacional, Patrimonio Nacional, Museo de Arte Moderno, Museo de Reproducciones Artísticas, Calcografía Nacional y Fundación de Amigos del Museo del Prado, coincide en todos los casos con el principio de algo nuevo, y no es exagerado decir que el prestigio alcanzado en nuestra época por la mayoría de estas instituciones se debe, en gran medida, a la semilla que, en su momento, allí sembró.

Más información:

PORTÚS, Javier y VEGA, Jesusa, 2004. El descubrimiento del arte español. Tres apasionados maestros: Cossío, Lafuente, Gaya Nuño. Madrid: Nivola. ISBN 8495599899.

LAFUENTE FERRARI, Enrique, 1984. Bibliografía del profesor Lafuente Ferrari. Academia. Madrid: Academia de Bellas Artes de San Fernando, no. 59, p.29-101. ISSN: 0567-560X

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