Lejos han quedado los primeros neuroestimuladores implantables de la década de los ochenta. Tras veinte años de continua evolución tecnológica, los especialistas en tratamiento del dolor asisten al nacimiento de la séptima generación de estos aparatos, que ofrecen destacables ventajas, como el ser recargables, tener mayor autonomía y permitir una personalización de la terapia.
La neuroestimulación se ha consolidado como una técnica importante en el manejo del dolor crónico, sobre todo en los pacientes resistentes al tratamiento farmacológico.
Normalmente se realiza mediante el implante de un pequeño dispositivo electrónico debajo de la piel en la zona del abdomen o del glúteo del que salen dos conductores que se colocan pegados a la médula espinal, a la altura donde se genera el dolor.
EL VOLUMEN DE LA TV
Los hasta ocho electrodos que contiene cada conductor administran pequeños impulsos eléctricos. "En un enfermo la médula transmite la señal de dolor al sistema nervioso central. La corriente eléctrica que aplicamos con los electrodos bloquea esta información dolorosa. Es como si, molestos por el ruido que hace el vecino, ponemos la televisión a un volumen más alto para no oírlo. No es una terapia curativa pero provoca un gran alivio en pacientes que han agotado las demás alternativas terapéuticas", ha explicado a Diario Médico José de Andrés, jefe del Servicio de Anestesia, Reanimación y Tratamiento del Dolor del Hospital General Universitario de Valencia.
Son tributarias de la tecnología las personas con dolor neuropático crónico, como las que sufren síndrome del dolor marginal complejo o los enfermos operados de hernia discal que tienen secuelas en forma de fibrosis o atrapamiento de raíces. También es útil en enfermedades isquémicas como la angina de pecho refractaria.
MAYOR SOFISTICACIÓN
Los nuevos aparatos que empiezan a aparecer en el mercado ofrecen claras ventajas respecto a los anteriores. La principal es que son recargables, lo que evita tener que reintervenir periódicamente para cambiar el dispositivo y amplía el rango de pacientes que se pueden beneficiar.
"Hasta ahora no se podía tratar adecuadamente a algunas personas porque la potencia que requería su patología era muy elevada. Esto obligaba a reponer la batería cada pocos meses, lo que hacía inviable el implante", ha añadido Jorge Pallarés, jefe de la Unidad del Dolor del Hospital La Fe, de Valencia.
El paciente tiene una especie de control remoto que, cuando el nivel de la batería está bajo, advierte de la necesidad de recargar. Sin necesidad de interrumpir la estimulación y mediante un cinturón que se coloca alrededor de la cintura, se alimenta la batería.
Ésta, de litio, tiene una autonomía de entre tres y seis semanas, lo que facilita que el enfermo prescinda del cargador durante un viaje o las vacaciones. Algunos neuroestimuladores habían causado quemaduras en este proceso, cosa que se ha solucionado en los modelos más sofisticados. "Existen dispositivos con un mecanismo que detiene la carga si se alcanzan los 38,5 grados", ha añadido Pallarés.
VIDA ÚTIL
La posibilidad de alimentar la batería hace que el estimulador tenga una vida útil de nueve años. El aparato además ofrece varios programas que permiten personalizar la estimulación. "Algunos pacientes sólo sienten dolor cuando andan o hacen algún ejercicio físico concreto. Mediante el control remoto pueden escoger de entre los diferentes programas que el médico ha elaborado el más adecuado para cada momento".
Pallarés y De Andrés, que han participado en la evaluación europea del Restore, han considerado que la nueva generación de productos "representa un paso muy importante para aliviar eficazmente el dolor".
Autor: Daniel Arbós
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