Fecha
Fuente
El País
Autor
Manuel Ansede

El accidente laboral que mejoró la visión de millones de personas

El francés Gérard Mourou, último Nobel de Física, recuerda un percance en su laboratorio que abrió las puertas a las cirugías oculares con láser

Un día de 1992, un joven chino sufrió el que probablemente sea el único accidente laboral que ha acabado beneficiando a millones de personas en todo el mundo. El estudiante Detao Du estaba alineando los láseres de una máquina experimental en su laboratorio cuando la potente luz le entró por el ojo. Su jefe, el francés Gérard Mourou, le acompañó corriendo al hospital. El médico de urgencias exploró inmediatamente la retina herida y, asombrado, preguntó qué clase de láser era aquel. Detao se lo explicó: era una nueva técnica para generar pulsos ultracortos de alta intensidad. “¿Por qué me lo pregunta?”, dijo el paciente. “Porque la herida es perfecta”, respondió el médico.

Menos de tres décadas después, la técnica, conocida como amplificación de pulso gorjeado, es una herramienta estándar en oftalmología para moldear la córnea y tratar la miopía, la hipermetropía y el astigmatismo. “Creo que ya se ha utilizado en 20 millones de ojos”, señala Mourou. A mediados de la década de los ochenta, el físico francés le propuso a una de sus estudiantes, Donna Strickland, de 25 años, que hiciera su tesis doctoral desarrollando esta idea de láseres de alta intensidad. “La idea le parecía demasiado simple. Estaba preocupada de que no fuera suficiente para una tesis”, recuerda ahora con sorna el investigador. El año pasado, ambos ganaron el Premio Nobel de Física por sus "rompedoras invenciones”, según destacó el jurado.

Mourou nació el 22 de junio de 1944 en Albertville, un pueblo de los Alpes franceses, en plena Segunda Guerra Mundial. Dos semanas antes había sido el Día D, con el desembarco aliado en Normandía. “No me acuerdo de nada”, bromea el investigador. Su padre era un maquis, un miembro de la guerrilla francesa de resistencia contra la ocupación nazi, según relata Mourou, de paso por Madrid para dar una conferencia en el Institut Français. Cuando el pequeño Gérard nació, su padre estaba oculto “en la montaña”.

El premio Nobel investiga ahora nuevas aplicaciones para su láser, tan potente y tan rápido que el francés lo compara con “golpes de kárate”, según explica dando multitud de puñetazos a la mesa. En 1991, Mourou fundó en la Universidad de Míchigan (EE UU) el Centro para la Ciencia Óptica Ultrarrápida, donde desarrolló la técnica para las cirugías del ojo y donde se construyó el láser más intenso del mundo, bautizado Hércules. Su haz es más intenso que el de una hipotética lupa gigante que enfocase toda la luz del Sol hacia un grano de arena de la Tierra, según ilustra dicha universidad estadounidense.

En la UE, Mourou ha convencido a la Comisión Europea y a varios países, entre ellos España, para que inviertan 850 millones de euros en el proyecto ELI, un conjunto de instalaciones de láseres ultraintensos en República Checa, Hungría y Rumanía. En 2013, el científico protagonizó un polémico vídeo en el que aparecía bailando reggae en el laboratorio junto a sus jóvenes estudiantes de la Escuela Politécnica de París, dos de las cuales se quedaban, entre risas, ligeras de ropa. “La idea era animar a las mujeres a hacer física, decir que la física es divertida, pero creo que se nos fue de las manos. No me gusta ese vídeo”, dice ahora. La letra de la canción explicaba los objetivos del proyecto europeo: “Tratar residuos nucleares, entender el universo y, ojo, incluso curar el cáncer”.

Algunos hospitales ya utilizan la llamada terapia de protones para tratar tumores, sobre todo de cerebro, ojo y pulmón. La técnica mata las células cancerosas pero, a diferencia de otros tipos de radioterapia que emplean rayos X, esta herramienta usa rayos de protones, partículas que se encuentran en el núcleo de los átomos. “Ahora se puede hacer, pero necesitas máquinas muy grandes, los aceleradores convencionales. Con nuestro láser es posible hacer máquinas mucho más compactas”, pronostica.

Mourou cuenta en sus conferencias que la intensidad de sus láseres es equivalente a sostener 10 millones de torres Eiffel en la punta de un dedo. Durante su viaje a España, el ganador del Nobel aprovechó para visitar el moderno Centro de Láseres Pulsados de Salamanca, basado en su tecnología, y destacó las futuras aplicaciones en medicina de este bisturí de luz.

Otra de las metas de Mourou es utilizar estos haces ultraintensos para eliminar los peligrosos residuos de las centrales atómicas que ahora se acumulan en almacenes de alta seguridad. “Hay cuatro átomos que son realmente malos, porque pueden liberar radiactividad durante cientos de miles de años: neptunio, curio, americio y plutonio. El neptunio tiene una vida de 2,1 millones de años. Con nuestro láser podemos acelerar partículas para fisionar los núcleos de esos átomos y obtener otros con una vida muchísimo menor, con una vida incluso de minutos”, detalla entusiasmado.

“Funciona, pero hay que hacer que funcione de manera comercial”, asegura. Si tiene éxito, esta vez los beneficiados no serán unos pocos millones de personas con problemas de visión, sino toda la humanidad. “Me siento bien, creo que he hecho algo significativo para la sociedad”, remacha.

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