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Autor
Cris de Quiroga

Ciencia 'made in Madrid', élite mundial

La Universidad de Stanford destaca a 31 investigadores de institutos de la región en el ‘top’ internacional

Cuando José María Ordovás (1956, Zaragoza) se embarcó en los estudios de química, su sueño, como el de cualquier joven español de la década de los setenta, era obtener un empleo decente. Nunca imaginó que escalaría hasta la cima de la élite científica mundial; en concreto, al 1 por ciento de los profesionales más excelentes. En su rama de estudio, nutrición y dietética, ocupa la 29ª posición de todo el planeta. Como Ordovás, otros 30 investigadores de los  Institutos Madrileños de Estudios Avanzados (IMDEA) de la Comunidad de Madrid pertenecen al 2 por ciento de la cúspide de la pirámide, según la segunda edición del Ranking of World Scientist, elaborado por la Universidad de Stanford (EE.UU.). 

Ordovás, ahora afincado en Boston, utiliza un refrán para describir el último de una larga lista de reconocimientos: «Un grano no hace granero pero ayuda a su compañero». La recompensa de la investigación académica no es la fama ni el dinero, sino «ver que esa dedicación continua al descubrimiento, y en este caso particular a la mejora del bienestar humano, es utilizada por otros como referencia para hacer avanzar la ciencia». Su currículum es extenso: profesor en la Universidad de Tufts (Massachusetts), director del laboratorio de Nutrición y Genómica del Jean Mayer USDA Human Nutrition Research Center on Aging (Boston), líder del Grupo de Genómica Nutricional y Epigenómica del IMDEA Alimentación y, desde el estallido de la pandemia, presidente del Grupo de Trabajo Multidisciplinar (GTM) que asesora al Gobierno de España en materias científicas relacionadas con el Covid-19. 

Dos maestros y un momento Eureka han labrado la brillante carrera de Ordovás. Su profesor en Bachillerato Tomas Millán le abrió los ojos a la química y Francisco Grande Covián, uno de los grandes cerebros mundiales de la nutrición, fue su «mentor» y el «arquitecto» de su migración a Boston. Al otro lado del Atlántico continuó la investigación nutricional y dio los primeros pasos en genética. Entonces, humildad aparte, dio con su huevo de Colón: «Me pregunté si quizá la expresión genética estaba modulada por la dieta y, asimismo, la respuesta a la dieta por la genética». Ahí nació la semilla de la nutrición de precisión. Ordovás busca la evidencia científica para cumplir una promesa: poder recomendar a cada persona la dieta más saludable para cada etapa de su vida.

En el 1 por ciento de la excelencia también bucea el físico Francisco Guinea (1953, Zaragoza). Es el 97º del mundo en física aplicada. Su campo es la nanociencia, en pocas palabras, «hacer dispositivos con unos pocos átomos». Estudia, literalmente, otro mundo, donde las leyes de la inercia y la gravedad son inútiles, una realidad sometida a las leyes de la mecánica cuántica. El progreso en las últimas décadas ha sido exponencial. «Hoy en día cualquier móvil tiene más capacidad de computación que todas las computadoras que ayudaron a la NASA a que el hombre llegara a la Luna», señala. Los mismos circuitos, pero en pocos átomos. 

Revolucionarios

Las grandes revoluciones científicas ocurren cada ciertas décadas. En el campo de estudio de Guinea, la física de la materia condensada, la bomba se produjo hace 15 años, cuando se descubrieron los materiales bidimensionales. Guinea mantiene un idilio con el grafeno desde entonces, una capa de átomos de carbono que se obtiene a partir del grafito. «Se pueden crear capas muy grandes con una anchura de un solo átomo», explica. Nada puede ser más estrecho y la lógica sugería su desintegración. Sin embargo, «son materiales extraordinariamente robustos y tienen propiedades anómalas», destaca Guinea, que ha firmado más de 400 publicaciones científicas y dirige un equipo de investigación en el IMDEA Nanociencia. El futuro es alentador y, «en 30 años», augura, «habrá cosas todavía mejores, como dispositivos para estudiar el cuerpo humano desde dentro». Suena a ciencia ficción, pero ya existen sondas diminutas que permiten realizar extraordinarias intervenciones quirúrgicas. 

«Yo estaba muy confundida, los comienzos no fueron por vocación», reconoce al otro lado del teléfono María Teresa Pérez Prado (1972, Avilés), directora adjunta del IMDEA Materiales. Después de estudiar ciencias físicas, obtuvo una beca de colaboración y se enamoró del laboratorio: «Me encantó, me pareció que la investigación era como estar jugando». Su parcela es el desarrollo de materiales metálicos avanzados y sus proyectos se enfocan en obtener aleaciones ligeras que logren un transporte más sostenible, nuevos metales que puedan moldearse como el plástico para la impresión 3D y materiales biodegradables que se empleen en biomedicina. ¿Un sueño científico? «Una aleación de magnesio ligero [es un 30 por ciento más liviano que el aluminio] con una resistencia de un acero, eso entra en el rango de lo imposible», dice.

Pérez es investigadora experimental, coautora de un libro y un centenar de publicaciones en revistas internacionales, miembro de ese 2 por ciento de científicos líderes y madre de un hijo de nueve años. «Lo he podido compatibilizar, pero es duro». Las mujeres abundan en las primeras etapas de la trayectoria académica, durante la carrera, el doctorado y el posdoctorado, no obstante, «en los líderes de grupo y gestores de investigación hay menos, son etapas en las que empieza a coincidir con la maternidad», escenifica. 

Los IMDEA se erigieron en 2007. La crisis de 2008 dejó por los suelos una financiación pública que todavía no ha despegado y los proyectos de investigación se sostienen, sobre todo, a base de autofinanciación o fondos externos. Sin embargo, y aunque la fuga de cerebros es la norma, en los últimos años los siete centros de excelencia madrileños han conseguido atraer talento. La mitad de sus investigadores son extranjeros. Joerg Widmer puso las manos en un ordenador en la década de los ochenta y, tras aprender en las universidades de Mannheim y Berkeley, desechó una vida en consultoría. Este programador alemán, director de investigación de IMDEA Networks, arrancó con las redes inalámbricas y, desde hace ocho años, se dedica a las comunicaciones de onda milimétrica, que empieza a dar sus frutos en las redes 5G y 6G. «A la larga, solo esta tecnología será capaz de proporcionar la velocidad de datos tan alta requerida para los futuros servicios de comunicación inalámbrica», apunta. 

Una de las razones por las que Widmer se mudó a Madrid fue la independencia académica que proporcionan los IMDEA. «Somos muy afortunados porque tenemos mucha libertad», coincide Patricia Horcajada, jefa de la unidad de materiales porosos avanzadosen IMDEA Energía. El presupuesto de este año para su investigación es de 650.000 euros, de los que solo el 30 por ciento procede de fondos de la Comunidad de Madrid. Tampoco ha llegado a la élite por vocación. «No había financiación para mi tesis y estuve a punto de irme a Irlanda como farmacéutica», recuerda. Un giro de acontecimientos le permitió viajar a Francia a realizar el posdoctorado, donde su flechazo fue con los polímeros de coordinación. «Pensamos en estos materiales, en la química, como algo tóxico, pero facilitan nuestra vida», asevera.

El núcleo de la investigación de Horcajada, los materiales porosos, están en las pantallas, en las baterías, en los medicamentos. Desde hace un año son más necesarios que nunca: se encuentran en los filtros de las mascarillas, en los geles de agarosa de los test de detección del Covid-19, en las nanopartículas que nadan en las vacunas para incrementar la reacción del sistema inmune. Horcajada es optimista y fan del «saldremos mejores» de la pandemia: «El aspecto positivo es que la sociedad es más consciente de la importancia que tiene la investigación». Los científicos madrileños que han ascendido al ‘top’ mundial no elaboran vacunas. Reman juntos por el progreso de la humanidad en sus infinitas ramas de conocimiento.

La excelencia en los IMDEA

Un total de 31 investigadores de los Institutos Madrileños de Estudios Avanzados (IMDEA) pertenecen al 2 por ciento de los profesionales más destacados del mundo y once de ellos al 1 por ciento de los científicos más excelentes y citados por sus colegas. Es la clasificación de la segunda edición del Ranking of World Scientist, elaborado por la Universidad de Stanford en colaboración con Elsevier —la editorial de referencia en publicaciones científicas—, que mide el impacto de las publicaciones de casi ocho millones de investigadores de todo el mundo hasta mayo de 2020. Los 31 profesionales madrileños trabajan en diversas disciplinas y representan casi el 20 por ciento de la estructura estable de los IMDEA, formada por 163 científicos.

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