Fecha
Autor
José Manuel Nieves

¿Por qué el rostro humano es como es?

Un estudio recién publicado en Nature Ecology and Evolution propone que la evolución de los rasgos faciales de nuestra especie no se produjo solo por necesidades biológicas o biomecánicas

El rostro de los humanos modernos es completamente diferente al de nuestros antepasados, y los científicos se preguntan por qué. Ahora, un equipo internacional de investigadores, entre los que se encuentra el paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga, codirector de los yacimientos de Atapuerca, propone que la evolución de nuestras caras podría haber sido dirigida, por lo menos en parte, por la necesidad que tenemos los humanos de desarrollar un amplio abanico de habilidades sociales.

Como homíninos de cerebro grande y rostro corto, nuestras caras resultan muy diferentes de las de otros homíninos ya extintos, como los neandertales, así como de las de nuestros parientes vivos más cercanos, los bonobos y los chimpancés. Pero, ¿cómo y por qué evolucionó el rostro humano de esta forma tan especial?

Según explican los investigadores en un artículo recién publicado en Nature Ecology and Evolution, la necesidad de comunicarse socialmente nunca se había considerado como un factor importante en la evoliución de los rasgos faciales de los humanos modernos. Pero nuestros rostros, opinan los autores, deben considerarse como el resultado de una combinación de influencias muy diversas, que van desde lo puramente biomecánico hasta lo fisiológico y, también, lo social.

Para demostrarlo, los científicos rastrearon los cambios que han ido sufriendo nuestros rostros desde los primeros homíninos africanos hasta nuestros días.

La cara, ¿un «órgano» para comunicarse?

«Creo que, entre otras funciones -explica para ABC Juan Luis Arsuaga- el rostro humano cumple también la de la comunicación social. La cara de algunos fósiles antiguos se nos antoja inexpresiva, mientras que una calavera moderna tiene expresión, incluso en los huesos parece que se ríe. Por mera intuición, empecé a preguntarme si nuestra cara era algo más que un órgano para dar soporte a la visión, la masticación y el olfato. Algo más que un aislante del cerebro. ¿Y si fuera también un órgano que sirve para comunicarse?».

Para los investigadores, en efecto, nuestras caras no solo evolucionaron debido a factores como la dieta o el clima, sino también para brindar más oportunidades a los gestos y a la comunicación no verbal, habilidades que resultaron vitales a la hora de establecer los grupos que se cree que ayudaron a nuestra especie a sobrevivir.

Las caras de nuestros antepasados

Según Paul O´Higgins, de la Universidad de Nueva York y uno de los autores del artículo, «hoy en día podemos usar nuestras caras para señalar más de 20 categorías diferentes de emociones, a través de la contracción o relajación de los músculos faciales. Es poco probable que nuestros primeros ancestros humanos tuvieran la misma destreza facial, ya que la forma general de sus caras y la posición de sus músculos eran diferentes».

Por ejemplo, en lugar de la pronunciada cresta frontal presente en otros homíninos, los humanos modernos desarrollaron una frente lisa, con cejas más visibles y llenas de vello, capaces de una mayor variedad de movimientos. Algo que, junto a nuestras caras, cada vez más delgadas, nos permite expresar una amplia gama de emociones sutiles, incluídos el reconocimiento de los demás y la simpatía.

«Sabemos - continúa OHiggins- que otros factores como la dieta, la fisiología respiratoria y el clima contribuyeron a dar forma al rostro humano moderno, pero interpretar su evolución únicamente en términos de esos factores sería una simplificación excesiva».

Por otra parte, hace ya tiempo que, en Atapuerca, Juan Luis Arsuaga y su equipo aplican una metodología de análisis que ha resultado fundamental para el desarrollo de la nueva idea.

La cara cambió antes que el cerebro

«A la hora de estudiar un cráneo -explica Arsuaga- nosotros hemos adoptado una perspectiva modular. Es decir, no lo estudiamos entero, sino descomponiéndolo en partes, y suponiendo que cada uno de esos componentes tiene una función distinta. Y concluimos que, por lo menos en los neandertales, la evolución de la cara es anterior a la evolución del cerebro. Ambos, cerebro y cara, son módulos distintos y no relacionados. En la evolución de los neandertales, la cara fue primero y el cerebro después».

Poco tiempo más tarde, se pudo comprobar que en el caso de Homo sapiens, nosotros, sucedía exactamente lo mismo. «En ambas especies -señala Arsuaga- existen diferentes unidades morfofuncionales, o módulos, que no evolucionan a la vez. Lo cual nos enseña que no todo en la evolución cambia al mismo ritmo. Podemos descomponer el cuerpo entero en módulos independientes que evolucionan y se combinan a distintos ritmos. Y al aplicar este enfoque modular a la evolución humana, la perspectiva misma de la evolución cambia por completo».

El rostro humano, por lo tanto, pudo evolucionar como un «módulo idependiente» del resto de los otros «módulos» que componen el cuerpo. Nuestra cara se moldeó, en parte, para afrontar los cambios de las demandas mecánicas de la alimentación durante los últimos 100.000 años. De esta forma, nuestros rostros se han ido reduciendo a medida que nuestra capacidad para cocinar y procesar los alimentos fue llevando a una masticación cada vez más fácil.

Al mismo tiempo, sin embargo, y especialmente desde el surgimiento de la agricultura, los grupos humanos se hicieron cada vez más numerosos y estables. Y con ello aumentaron, también, las necesidades de comunicación con los demás. Un rostro capaz de expresar emociones y sentimientos al instante sería, en este contexto, una gran ventaja evolutiva.

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