La Enseñanza de la Ciencia

Escribo esto tras enseñar física, meteorología y mecánica de fluidos durante 45 años en la universidad, y rodeado en la familia por profesores de instituto y de universidad. Quizás no haya aprendido mucho sobre la enseñanza, pero algo sí he sido capaz de absorber. 

En primer lugar, ahora que se denigra tanto la memoria, es preciso poner encima de la mesa que la inteligencia, y la capacidad de resolución de problemas, en las profesiones y en la vida, no son más que la recombinación de conocimientos almacenados en la memoria. Esta es pues esencial para cualquier cosa, y es también preciso saber que la memoria no tiene límite: la memoria son circuitos neuronales, y con un número finito de neuronas se puede establecer un número inmensamente grande de circuitos. Aprender (memorizar) algo no impide, sino que ayuda a memorizar (aprender) otras muchas cosas. 

En segundo lugar, entre los mejores matemáticos, físicos, químicos, biólogos, geólogos, médicos y fisiólogos, arquitectos e ingenieros de España, están aquellos que estudiaron al final de siglo XIX y principios del XX, cuando no se hablaba de stress ni se suponía que el aprendizaje era un juego. Al revés, estudiantes, padres y sociedad asumían, de forma natural, que estudiar y aprender era algo que requería un esfuerzo considerable. Y no pasaba nada. 

En tercer lugar, aunque aceptemos que un objetivo en la vida de las personas pueda ser el alcanzar la felicidad, nadie  ha sido capaz todavía de definir la “felicidad”, ni cómo alcanzarla. Hay personas para las cuales la felicidad es trabajar sin descanso, mientras que para otras la felicidad se encuentra en una vida de contemplación mística.  Por lo tanto la “felicidad” no puede ser un fin de la enseñanza, como tampoco la preparación explícita para encontrar trabajo, pues lo que se necesita para esto cambia casi día a día en este mundo en que vivimos. 

La enseñanza mediante la exigencia constante de asimilación de conocimientos y su utilización para resolver problemas concretos, sean estos ejercicios de física o traducciones de las lenguas clásicas a la lengua vernácula, o un análisis químico, por ejemplo, crea en los alumnos hábitos de trabajo duro, que no impide, por otro lado, la diversión en su momento; y hábitos de manejo de lo aprendido para recombinarlo de otra manera para resolver problemas nuevos cada día. 

Se plantea, por ejemplo un problema de física a un grupo de alumnos. El problema exige tener en la mente las ecuaciones de Navier-Stokes de la mecánica de fluidos, saber manejar derivadas e integrales, manejar muy bien la geometría y la trigonometría, y ser capaz de cambiar los puntos de vista directos para llegar a la solución buscada. Se precisa memoria para recordar cómo se integra, la capacidad de encontrar unas fórmulas a partir de otras, imaginación para visualizar el problema desde otros puntos de vista. En definitiva, memoria y entrenamiento. Eso solo se consigue habiendo memorizado lo que significan esas ecuaciones y habiendo resuelto muchos problemas nunca iguales al propuesto, pero si semejantes a él. 

Entre mis alumnos (unos 4500) siempre ha habido unos pocos en cada curso que han merecido matrícula de honor. Son los que han atendido en las clases para ver que era lo que era importante memorizar y retener, los que han intentado hacer los problemas propuestos cada semana, y sobre todo, los que han hablado y consultado conmigo sus problemas con los ejercicios, e incluso con sus vidas. 

Y ha habido los que se han sentado en los bancos de detrás de la clase, se han entretenido durante esta con sus teléfonos móviles y con sus compañeros, los que no han intentado resolver ningún ejercicio, y sobre todo, los que nunca se han molestado en acudir a las tutorías para hablar con el profesor. 

Hay teorías que desconocen cómo son las personas, que sugieren que el profesor debe ser capaz de interesar a los alumnos en las distintas asignaturas. Pero hay personas que oyen música clásica y huyen horrorizadas, a los 14 años, y otras que la encuentran bella a esa misma edad y que huyen horrorizadas de la música monorrítmica contemporánea. Hay quienes en una misma familia y con la misma educación rechazan los paisajes por carentes de interés y otros, en la misma familia, se sienten tremendamente interesados por ellos. No es posible hacer que el que rechaza los paisajes los aprecie, o que el que rechaza el monorritmo lo encuentre interesante. Hay quienes, por más que uno se esfuerce, nunca se preguntan “¿Cómo puede volar un avión?

Si no se tiene curiosidad por lo desconocido, sea esto el vuelo de un ave o de un avión, o los poemas de Virgilio, es imposible despertarla. Si se tiene, es totalmente posible estimularla, y esta, finalmente, es la misión del profesor, pero solo puede hacerlo mediante el esfuerzo constante del alumno. 

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