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Fotos: Greenpeace, El País, forocoches  y “Manuel Fraga y el embajador de EEUU en España disfrutando de un baño ¿radioactivo? en Palomares» Fuente: Que.es!

Yo tenía alrededor de los once años cuando  a las “10.22 horas del 17 de enero de 1966”, cuatro bombas termo-nucleares cayeron en la provincia de Almería en el SE de España. En ese preciso momento un bombardero B-52 de las fuerzas norteamericanas, armado con estos juguetitos, 75 veces más potentes que las que lanzaron en Hiroshima (segunda guerra mundial), y un avión cisterna KC-135 chocaron en pleno vuelo durante una maniobra para el suministro de combustible. Tan solo recuerdo como en la Televisión Española se visionó a un ministro español y al embajador norteamericano bañándose en la playa para demostrar que no había ocurrido nada. ¡Falso, rotundamente falso!. Desde entonces tanto a la opinión pública española, como a la internacional se le hurtó cualquier información de lo acaecido. Os lo vamos a contar hoy, utilizando dos noticias de los rotativos Público y el País, así como alguna otra información adicional. Por zaquel entonces, bajo la dictadura fascista, cualquier información era censurada, mientras que las investigaciones llevadas a cabo estaban sujetas a un estricto “top secret”.

 Se puede alegar que fue casi un milagro que no ocurriese una tragedia de enorme magnitud. Empero en aquellos lares decenas de miles de metros cúbicos de suelos contaminadas por plutonio aún permanecen enterrados bajo unos pocos centímetros de tierra acarreados por los militares yanquis, de origen africano y latino ¿sin comentarios). En racismo seguía (¿sigue?) siendo el mismo que cuando EE.UU. declaró la Guerra a España en Cuba después de montar la pantomima del hundimiento del acorazado USS Maine en el Puerto de la Habana, 1898. Curiosamente en aquel navío tan solo permanecía esencialmente personal afroamericano en el trágico momento.

De aquellas cuatro bombas atómicas una calló en el mar y “dicen” que fue recuperada intacta, como otra que fue a impactar en el lecho que bordea el  río Almanzora, que por las condiciones blandas del terreno, retuvo afortunadamente su “inocua” carga intacta.

Otra de las bombas, fue localizada al oeste de Palomares, en un cerro desértico. Su impacto produjo un cráter de seis metros de diámetro y dos de profundidad, mientras que sus restos se esparcieron hasta 90 metros de distancia. Parte del combustible nuclear se dispersó por la zona. Otra de las cuatro golosinas fue a parar al casco urbano del pueblo de Palomares. Milagrosamente de nuevo, nadie murió mientras trozos del avión que acompañaban el caramelo envenenado llovían con ruidoso y fulgurante resplandor, como podréis leer en parte de las noticas de prensa que abajo os reproducimos.  En este caso, como en otro de los anteriores tan solo estalló, el explosivo convencional. Sin embargo, también se produjo una fuga de plutonio. La cuarta que fue a amerizar en las aguas del litoral produciéndose otra nueva fuga del mismo elemento radioactivo. Ambos gobiernos negaban casi todo y no entraremos en más detalles, ya que podéis leerlo en las notas de prensa que abajo os reproducimos. El antiguo imperio español, bajo el yugo del franquismo, era ya un fiel lacayo, por no decir perrito faldero, del emergente y poderoso Imperio Americano.  Y desde entonces poco se ha sabido (…..). La fuga radioactiva de la bombita de Palomares tuvo necesariamente que afectar a los suelos, cultivos y población “de alguna forma” (obviamente no muy grave), aunque la versión oficial ha negado cualquier repercusión hasta hace poco tiempo.  De no ser así, ¿Por qué se desplegaron más de mil soldados yanquis para enterrar las evidencias bajo toneladas de suelo y regolito, junto con el material para realizar tales tareas?

Hace unos diez o doce años, me encontraba en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas, versión moderna de la antigua Junta de Energía Nuclear española, en el tribunal de una oposición cuando me encontré con una antigua amiga, a la que habían encargado parte de un estudio sobre la contaminación radioactiva de los suelos de Palomares. Me comentó la tarea, obviamente sin decir nada más (secreto del sumario), pero haciendo un gesto con la mano que equivaldría a  un “el tema es muy, pero que muy serio”. Ya fuera por pleitesía hacia el amigo americano, o mejor decir hacia el americano impasible), ya por la incapacidad de los sucesivos gobiernos  españoles para hacer cumplir con sus responsabilidades a EE.UU, hasta finales de 2015 no se ha llegado a un acuerdo para que estos último se lleven tales ingentes cantidades de tierras, “dicen” que a su país de ensueño («disneyland«). La operación  supondrá unos 640 millones de euros (ver más información abajo), aunque “según algunos periodistas y expertos”, el acuerdo alcanzado entre ambos gobiernos adolece de bastantes lagunas. ¡Medio siglo; 50 años!, se han tardado en desclasificar los documentos secretos y que los ciudadanos conozcan, “al menos, parte de la verdad” de lo realmente acaecido. Recientemente se ha publicado el libro La historia secreta de las bombas de Palomares, en el cual dicen que se explica lo ocurrido. Yo personalmente considero que en estas situaciones la verdad genuina no se sabrá nunca, aunque algo es algo.

Abajo os dejo parte de ambas notas de prensa, aunque os recomiendo que las leáis  enteras en los periódicos mentados, ya que tan solo he reproducido parte del contenido de los mismos. Accidentes como los de Three Mile Island, ChernóbilFukushima, son solo algunos de los casos que conocemos, pero ha habido mucho más de los que creemos, como me han corroborado colegas cuyos países, durante la guerra fría, se encontraban al otro lado del telón de acero.  En este sentido os recuerdo un desgraciado evento que ya mencioné en una ocasión. Ciertas parejas españolas (como supongo que también ha podido acaecer en más países) adaptaron hijos de alguno de aquellos países comunistas, y  poco después de arribar a España para disfrutar de una vida mejor, comenzaron a desarrollar enfermedades producidas por contaminaciones radioactivas adquiridas en sus lugares de nacimiento.

Resulta palmario que nadie puede evitar este tipo de situaciones inesperadas. Algunos de vosotros pensaréis que actualmente se han tomado medidas y mejorado las tecnologías. En un post que comienzo a redactar ahora os mostraré que no es así, si bien en esta ocasión la “cruzada” resulta tan increíble como hilarante. Y como ya ha trascurrido un tiempo prudencial desde el accidente de  Fukushima, en un mundo que busca energías alternativas a los combustibles fósiles debido al calentamiento climático, el lobby nuclear pronto volverá a presionar para que todos consideremos que sigue siendo una alternativa, con nuevos reactores más seguros y bla, bla, bla. Empero por todo lo que he leído y visto a lo largo de la vida, nos volveremos a topar con la Ley de Murphy («Si algo puede salir mal, saldrá mal»). Por lo tanto…….

Juan José Ibáñez

Os dejo con las noticias aludidas…….

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LUIS MATÍAS LÓPEZ

MADRID.- Cincuenta años ya y la herida de las bombas nucleares de Palomares sigue abierta, dejando atrás un reguero de secretismo y sumisión de los Gobiernos franquistas y democráticos a los intereses norteamericanos. En vísperas de la efemérides, el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, John Kerry, firmó el pasado 19 de octubre con su homólogo español, José Manuel García-Margallo, una declaración de intenciones repleta de imprecisiones pero que, en esencia, y contando con la buena voluntad de Washington, debería permitir por fin que el área del levante almeriense contaminado por plutonio a causa de la fragmentación de dos de las cuatro bombas que cayeron tras el choque de dos aviones aquel fatídico 17 de enero de 1966 se regenere hasta recuperar su estado previo al accidente. Es decir, sin rastro de radiactividad y con los terrenos afectados aptos para cualquier uso, ya sea agrícola o urbanístico.

“Bien está lo que bien acaba”, declaró un ufano Margallo con un optimismo que ahora debe confrontarse a la prueba de acordar un acuerdo vinculante que establezca las obligaciones de cada una de las partes, incluyendo el reparto de los costos de la operación de transportar a Estados Unidos y almacenar, probablemente en Nevada, decenas de miles de metros cúbicos de tierras contaminadas por plutonio. El compromiso adoptaría la forma de un tratado internacional que habría de someterse a la aprobación del Parlamento. Su ejecución podría llevar años y, según la fórmula técnica utilizada –exportación de toda la tierra contaminada o su previa compactación en la zona para reducir el volumen- supondría costes y mecanismos diferentes.

Según afirma Rafael Moreno Izquierdo en La historia secreta de las bombas de Palomares, editado por Crítica y destinado a convertirse en una referencia imprescindible a la hora de estudiar el caso, se baraja la cifra de 640 millones de euros de coste total, de los que unos 500 millones se destinarían al almacenamiento de alta seguridad y el resto al tratamiento, compactación, empaquetamiento y transporte de los residuos. La operación podría exigir, sostiene Moreno, la construcción de una carretera especial de unos 100 kilómetros para uso de los camiones desde la zona del accidente hasta el puerto de Cartagena, desde donde embarcarían rumbo a Estados Unidos. “Y todo”, así termina el libro, “para dejar esas tierras tal y como estaban antes de las 10.22 horas del 17 de enero de 1966”.

El halo de silencio y secretismo que ha acompañado a los hechos durante décadas impide que estos sean, incluso ahora, de conocimiento generalizado, por lo que no estará de más recordar lo que ocurrió ese fatídico y ventoso día de invierno. La fuente principal que utilizo es la obra de Moreno, cuya reconstrucción del accidente y sobre todo de sus consecuencia, se apoya en la recuperación de más de 5.000 documentos e informes que, hasta recientemente, se mantuvieron ocultos en archivos españoles y estadounidenses. El autor sostiene que ha obtenido muchas más facilidades en EE UU que en España, donde la ausencia de información oficial sobre el caso resulta clamorosa.

El 17 de enero de 1966, Palomares tenía apenas 1.000 habitantes y ni siquiera aparecía en los mapas de vuelo norteamericanos

Una referencia previa al contexto: se vivía en plena Guerra Fría, con el franquismo en su etapa desarrollista y abriéndose al exterior, pero con el régimen –con su ADN anticomunista y ansioso de reconocimiento externo-, convertido aún en un aliado incondicional de EE UU. Y con los acuerdos militares bilaterales plenamente vigentes, lo que implicaba la cesión de bases vitales para el despliegue estratégico mundial de la superpotencia y que permitían el tránsito continuo de aviones de combate norteamericanos cargados de bombas atómicas o convencionales, dentro de la rutina que hacía posible una respuesta nuclear inmediata contra la Unión Soviética en caso de conflicto.

Eso convertía a España en general y a Madrid y Zaragoza en particular –por la cercanía de las bases- en objetivos de primer orden en caso de ataque nuclear enemigo. Eso no implicó ninguna cautela especial a la hora de firmar el pacto, el 26 de septiembre de 1953, lo que refleja hasta qué extremos llegaba el ansia de Franco por superar el aislamiento del régimen.

El 17 de enero de 1966, Palomares tenía apenas 1.000 habitantes y ni siquiera aparecía en los mapas de vuelo norteamericanos, pero su emplazamiento, conocido por su forma peculiar como Roca Silla de Montar, lo convertía en uno de los lugares más idóneos del mundo para el reabastecimiento de combustible en vuelo. A las 10.22 de ese día un bombardero gigante B-52, con cuatro bombas termonucleares a bordo 75 veces más potentes que las de Hiroshima, y un avión cisterna KC-135 chocaron en pleno vuelo durante una maniobra de suministro de combustible sobre esa localidad del Levante almeriense.

Los dos aparatos quedaron destrozados y “los restos metálicos incandescentes –relata Moreno- cayeron por todo el pueblo, en las calles, en los patios, en los jardines y, sobre todo, por los campos de los alrededores. Lo verdaderamente milagroso es que no alcanzaran a ninguna persona ni animal”. Fue un milagro, dirían luego algunos vecinos, “como si Dios hubiera dirigido la caída de los fragmentos”. De lo que habría ocurrido de haber estallados alguna de las bombas nadie se atrevía siquiera a hablar, de tan espantoso que resultaba siquiera imaginarlo.

De los 11 tripulantes de los dos aviones, siete murieron calcinados y con los huesos triturados. (…).

Uno de los artefactos cayó al mar y fue localizado y recuperado tres meses después, con escasos daños y sin haber desprendido radiactividad. De los tres que cayeron en tierra, uno se recuperó casi intacto en el lecho del cercano río Almanzora y con su carga intacta. Hubo suerte, el paracaídas funcionó y la zona de impacto era blanda. Otra de las bombas, que se designó como número 2, se localizó al oeste de Palomares, en un cerro desértico, produjo un cráter de seis metros de diámetro y dos de profundidad y algunos de sus restos se hallaron a 90 metros de distancia. Parte del combustible nuclear se desperdigó por la zona.

La otra bomba, la número 3, cayó en lo que técnicamente era casco urbano del pueblo. Como en la 2, estalló el explosivo convencional y se produjo una fuga de plutonio.
El accidente suscitó se inmediato una grave preocupación por los efectos sobre la salud de la población de la contaminación radiológica y por los efectos negativos sobre terrenos urbanos, cultivables y baldíos que, de no ser por ese estigma, habrían multiplicado su valor durante el boom inmobiliario que estaba por llegar.

Sin embargo, la preocupación más visible del Gobierno franquista fue que, pese a la campaña interior para ocultar las auténticas dimensiones del suceso, la repercusión mediática de éste en el extranjero pudiese alejar de la zona a los visitantes en busca de sol y playa, justo cuando el turismo se estaba convirtiendo en una de las principales puntas de lanza del desarrollismo y en principal fuente de divisas. De ahí, y del similar interés de EE UU por minimizar las consecuencias del incidentes, nació la idea –al parecer de la esposa del embajador norteamericano, experta en publicidad- que, hecha fotografía, ha pasado a la historia como símbolo del suceso (…).

La cantidad exacta de plutonio de las dos bombas que sufrieron fugas sigue siendo un secreto, aunque se estima que se acercaba a los 10 kilos, de los que en torno a medio kilo sigue aún, 50 años más tarde, mezclados con decenas de miles de metros cúbicos de tierra e impregnando materiales y herramientas enterrados tras utilizarse en las tareas de descontaminación radiactiva emprendidas en la época. Fue un esfuerzo incompleto, sin la continuidad que debería haber sido imprescindible y que rompe el compromiso de sucesivas administraciones de Estados Unidos de regenerar la zona hasta dejarla tan limpia como antes del accidente, uno de los más graves de la historia de la energía atómica con fines militares.

Tampoco resultaron convincentes las tareas de seguimiento sanitario, y aún hoy sigue sin entregarse la totalidad de los expedientes médicos, y no se conoce con exactitud las consecuencias sufridas por las personas a causa de la sobreexposición a la radiación. El deseo de que no se conozca el montante exacto de las indemnizaciones a los afectados e incluso al estigma social puede influir en que algunos de los afectados no permitan que se conozcan sus datos.

También sigue sin resolverse de forma satisfactoria la cuestión de las indemnizaciones, tanto por daños físicos y psicológicos, como por pérdidas directas o por lucro cesante, ya sea por su explotación agraria o urbanística. En el momento del accidente, el Gobierno franquista dio toda clase de facilidades para que se impusiera la voluntad norteamericana (…). Justo al cumplirse un año justo del suceso, la conocida como la Duquesa Roja –Isabel Álvarez de Toledo y Maura- fue detenida por convocar una manifestación “ilegal” y una marcha en autocar a Madrid para exigir justicia.

En La historia secreta de las bombas de Palomares, se exponen en detalle todos los aspectos del caso, que sería imposible resumir aquí, desde los detalles e insuficiencias del Proyecto Indalo de supervisión radiológica de la población y de la contaminación residual, hasta el silencio y la censura que han presidido la información en la etapa franquista y la democrática, hasta los esfuerzos –insuficientes- para zanjar la cuestión de los últimos Gobierno y, por supuesto, la “declaración de intenciones” de Kerry y García-Margallo. De este acuerdo, destaca Moreno que “no es firme”, que incluye la palabra “posible”, que todo dependerá de la “disponibilidad de fondos, personal y otros recursos” y que “no supone una obligación jurídicamente vinculante”.

Han pasado 50 años. ¿Caso cerrado? No. La herida todavía sigue abierta.

Palomares, medio siglo de ‘top secret’

En pleno apogeo de la Guerra Fría, cuatro bombas nucleares estadounidenses cayeron sobre la pedanía almeriense. Los detalles y consecuencias del accidente han querido ser borrados o deformados hasta el extremo de haber desaparecido los archivos de la Junta de Energía Nuclear. «Siento vergüenza cada vez que salgo del pueblo», dice una vecina. 

Publicado: 16.01.2016 23:18 |Actualizado: Hace 3 horas

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ALEJANDRO TORRÚS; @ATorrús

MADRID.- El cura Francisco Navarrete Serrano, párroco a cargo de la pedanía de Palomares (Almería) en enero de 1966, señaló a sus feligreses que «la mano de Dios» había salvado a la población agrícola de apenas 800 adultos de la destrucción total. Cuatro artefactos termonucleares del tipo Mark 28 F1, de 1,5 megatones cada una, al menos 65 veces más potente que la bomba atómica que destruyó Hiroshima, habían caído del cielo sin llegar a explotar. Eran las 10.22 de la mañana del 17 de enero de 1966 y un superbombardero norteamericano de largo alcance B-52 colisionaba en vuelo con un avión nodriza durante la operación de repostaje.

Francisco Martínez estaba en ese momento sentado en la puerta de su cortijo en la barriada de Los Castos, a unos 40 kilómetros de Palomares, aquel 17 de enero del que se cumplen este domingo 50 años: «Aquello es algo que nunca olvidaré. Parecía que el cielo se encendía y el fin del mundo se precipitaba sobre nosotros. A continuación, saltaron trozos en todas direcciones. Luego nos enteramos por la radio de que habían chocados unos aviones, pero no nos dijeron mucho más…»

La queja de Martínez se produjo hace 50 años. Pero podía ser extensible a la actualidad. La opacidad y la falta de transparencia sigue siendo la nota que marca el suceso de Palomares, el mayor accidente nuclear de nuestra historia. De hecho, tras 49 años de diplomacia, el acuerdo alcanzado en 2015 y que compromete a EEUU a llevarse la tierra contaminada que aún queda en Palomares es secreto. Sí se conoce, no obstante, que EEUU no ha dado una fecha para ejecutar el acuerdo y que tampoco se sabe quién pagará el gasto.

De esta manera, Palomares y su contaminación siguen envueltos en un halo de secretismo, dudas y leyendas urbanas sobre el verdadero estado de las tierras y los posibles efectos en los habitantes del plutonio liberado por las bombas nucleares. Tampoco ha ayudado mucho a la credibilidad de los autoridades españolas que la documentación de la época de la Junta de Energía Nuclear (reconvertida en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) haya desaparecido o, al menos, siga siendo inaccesible para los investigadores.

Y muchos menos que durante años se mantuviera que ya no había tierra contaminada en el lugar y que años después se supiera que quedan 50.000 metros cúbicos de materiales radiactivos en la zona o que el Ciemat no haya explicado a día de hoy cuántas personas y en qué grado han dado positivo por contaminación cuando en conferencias de científicos españoles el extranjero en Fukushima y en Austria que reconocen que al menos 100 vecinos de Palomares estaban por encima de los niveles permitidos.

«Los documentos a los que he tenido acceso muestran que las autoridades españolas conocían desde el inicio que los Estados Unidos estaban dejando tierras contaminadas en España. De hecho, se cambiaron los niveles que habían fijado de contaminación aceptable porque, decían, era muy complicado limpiar estas zonas. Entonces, decidieron dejarla ahí y enterrarla entre 20 ó 30 centímetros. Hasta muy recientemente, las autoridades españolas nunca han reconocido este extremo», explica a Público Rafael Moreno Izquierdo, periodista y autor de la obra La historia secreta de las bombas de Palomares (Editorial Crítica), que acaba de salir a la venta.

Los soldados estadounidenses retiran las cosechas y tierras contaminadas en Palomares (…).

Moreno Izquierdo denuncia que Palomares ha sido durante medio siglo un laboratorio nuclear a cielo abierto único en el mundo y donde, según el relato oficial trasladado por las autoridades españoles y estadounidenses, el hombre ha podido vivir y trabajar sin problemas. «[Palomares] ha servido para confirmar teorías de que el ser humano puede vivir en este tipo de atmósfera siempre y cuando los niveles de contaminación radiológica estén controlados y se conozca cómo afectan y evolucionan estos isótopos ante el cuerpo humano», escribe el investigador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

Ana Belén Valero es una de las personas que ha desarrollado toda su vida en el «laboratorio» de Palomares. Tiene 36 años y, por tanto, no vivió ese «enorme trueno» (…) Cada dos años desde que tiene 12 visita Madrid para hacerse análisis y una especie de chequeo médico. Sale los domingos por la mañana y regresa el martes. Para compensar las pérdidas que provoca que no pueda trabajar esos días en su tienda de móviles, el Estado le da alrededor de 200 euros en cuestión de dietas. 

«Los controles me dan confianza en que todo está bien y, además, aquí nunca ha habido malformaciones ni nada por el estilo, ni tampoco hay más casos de cáncer que en el resto del país. Por el lado de la salud estoy tranquila», confiesa Ana Belén, que recuerda ahora como desde los 12 años ha estado recogiendo tomates y hortalizas en una finca que ahora está cerrada al público por tener tierra contaminada. (…)

Ana Belén lamenta que el pueblo sigue estigmatizado y que nadie ha compensado a la población por la lacra que supone ser «el pueblo de las bombas nucleares»: «No podemos ni vender lo que producimos con la etiqueta de Palomares«. No obstante, este no es el principal problema, ya que el pueblo mantiene una elevada producción de productos agrícolas que se venden con la procedencia de Cuevas del Almanzora. Su mayor queja es contra las autoridades españolas y americanas: «Nadie nos ha explicado nada. (…)

«La profesora gritaba que nos tiráramos todos al suelo, pero, de repente, vimos un fuego caer del cielo y dos motores aterrizaron al lado de la escuela. Fue horrible» (…) «Comenzamos a escuchar un ruido y sentimos que todo vibraba y pensamos que era un terremoto. La profesora gritaba que nos tiráramos todos al suelo, pero, de repente, vimos un fuego caer del cielo y dos motores aterrizaron al lado de la escuela. Fue horrible. Espantoso

Estados Unidos desplegó hasta 1.400 soldados en Palomares. La mayoría eran de origen hispano o afroamericano, como recuerda la ex alcaldesa de Palomares, Antonia Flores: «Yo nunca había visto a nadie de un color distinto, y todas las personas que bajaban de esos autobuses eran negros. Hacían fuego por la noche, entonces sólo se les veía el blanco de los ojos y los dientes. Para mí era pánico«.

Dos bombas de Palomares en el National Atomic Museum de Albuquerque, Nuevo México.

La orden de estos soldados americanos era clara y tajante«Hagan todo lo que esté en sus manos para recuperar las bombas». Así se había expresado el presidente de EEUU, Lyndon. B. Johnson, nada más salir de la cama el 17 de enero de 1966. Ahí comenzó un tortuoso proceso de búsqueda que se prolongó hasta el 7 de abril, gracias al hoy conocido como ‘Paco, el de la bomba’, que señaló a los norteamericanos en qué punto había caído la cuarta bomba, cuya existencia hasta ese momento EEUU y España habían negado.

La sumisión española

La España de Franco, que en aquellos momentos estaba desarrollando su proyecto nuclear, podría haber reclamado las bombas para sí. Estaban en su suelo. Sin embargo, España nunca pidió nada. Ni siquiera exigió una compensación económica a EEUU por el desastre ecológico causado. «Franco decidió no sacar ningún rendimiento político del accidente. Sabía perfectamente qué había ocurrido en Palomares, pero prefería el favor político de EEUU que sacar un provecho económico. Y el favor ya lo estaba consiguiendo: gracias a la alianza con los americanos, la España de Franco estaba saliendo del aislamiento internacional», señala Rafael Moreno. (…)

La versión oficial del régimen de Franco era que el accidente afectaba al turismo, principal fuente de ingresos de España. Moreno Izquierdo, por contra, demuestra en su investigación que ese no era la única preocupación de la dictadura. «En el mismo 1966, se acuerda la construcción de una central atómica en Catalunya, Vandellós, con tecnología francesa suministrada por De Gaulle que hubiera permitido tener material para uso tanto civil como militar. Y luego he encontrado un documento en los archivos privados de Franco en el que científicos explican qué tiene que hacer España para obtener un arma nuclear. Hay muy poca información sobre esto pero es cierto que, después del accidente de Palomares, existe una conversación de Franco que el coronel Velarde le cuenta a la periodista Pilar Urbano según la cual el dictador dice que no quiere seguir avanzando en el programa nuclear.

De hecho, Pilar Urbano también reproduce en una de sus obras una conversación entre Muñoz Grandes y Francisco a Franco sobre Palomares y la posición de sumisión de España respecto a Estados Unidos: «Mi general, que Fraga se moje la tripa en Palomares diciendo que aquí no ha pasado nada, en lugar de exigir una indemnización de miles de millones (…) me parece hablando y mal y pronto una bajada de pantalones«, decía Muñoz Grandes al Generalísimo, según apuntó Pilar Urbano.

La «bajada de pantalones», sin embargo, continuó a lo largo de 50 años más. Franco, con su acuerdo con EEUU, había situado a España en objetivo de la URSS en caso de guerra nuclear. «España corrió el riesgo de haberse vista involucrada en una guerra nuclear. El régimen quiso silenciar el peligro, pero las capas militares y políticas eran conscientes del peligro», incide Rafael Moreno.

La ONG Ecologistas en Acción ha venido denunciando sistemáticamente la «dejación de responsabilidades» de las autoridades españolas. «Desde la muerte de Franco España ha reclamado periódicamente Gibraltar al Estado británico. Podría haber hecho lo mismo con Palomares. Pero no ha sido así. España ha intentado pasar de puntillas sobre este tema. Ha habido ocasiones en las que se han firmado tratados bilaterales, como la extensión de la base de Morón o el despliegue del escudo antimisiles en las que España debería haber puesto como línea roja la limpieza de Palomares. En los cables de Wikileaks, además, se lee como el embajador norteamericano dice que las autoridades españolas no muestran mucho interés«, señala a Público Francisco Castejón, portavoz de Ecologistas en Acción e investigador en fusión nuclear del CIEMAT.

El primer happening político

Pero Palomares también ha supuesto mucho más para España. Concretamente, el episodio de las bombas nucleares marcó un cambio en la política comunicativa del franquismo y el encumbramiento de la nueva promesa del régimen: Manuel Fraga. Durante semanas, el Estado norteamericano y el español negaron la existencia de una cuarta bomba perdida en el mar. Franco había impuesta una censura total. No se podía publicar nada al respecto, pero los lugares comenzaban a reconocer en boca de los americanos la palabra «radioactivo» y la prensa extranjera (y también la pirenaica) comenzaba a filtrar información que llegaba a los ciudadanos en forma de rumor.

El embajador americano en 1966 en España, Angier Biddle Duke, sugirió entonces a Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo de la dictadura, (a propuesta de la mujer del embajador americano, que había sido directora de Relaciones Públicas y Publicidad de Pepsi) que un baño en la zona podía ser la imagen necesaria para evitar cualquier tipo de recelo sobre la posible contaminación de la zona. «Te tomo la palabra, nos bañamos juntos», replicó Fraga. Se cumplen 50 años del baño de Fraga en aguas de Palomares

Fraga eligió entonces un grupo escogido de periodistas, fotógrafos y camarógrafos de total confianza y organizó un recibimiento al estilo Bienvenido Míster Marshall en Palomares con banda de música, pancartas y el pueblo entero en el papel de extras entusiasmados. La fecha escogida fue el 8 de marzo. El baño duró 15 minutos ante las cámaras de TVE y de la televisión norteamericana.

La historia del baño fue tímidamente recogida dentro de España pero fue un gran éxito internacional y constituyó el lanzamiento de Fraga como el futuro del franquismo. » (…).

El final del túnel 

Con la foto de Fraga, el rescate de la bomba el 7 de abril y la limpieza total de la zona, según las informaciones difundidas en aquel momento, se puso fin a la crisis. Sin embargo, una vez más las informaciones eran inciertas. La contaminación continuó en el terreno con el conocimiento de las autoridades españolas y hasta que la especulación inmobiliaria de finales del siglo XX y el desarrollo de la agricultura intensiva reactivó el interés en la zona, provocando que el CIEMAT y el Consejo Seguridad Nuclear realizar una reevaluación de la contaminación remanente evidenciando que la contaminación residual era superior a la estimada inicialmente. El acuerdo con EEUU del año pasado parece el final del túnel de la crisis de Palomares.

Mientras tanto, cada vez que llega el 17 de enero, la población de Palomares vuelve a sufrir el estigma de ser el pueblo «de las bombas nucleares» con el consecuente enfrentamiento en el pueblo entre los que quieren que se limpie y los que quieren olvidar el episodio bajo kilos de hormigón. «Parece un tema tabú. (…) «Me gustaría un Museo que contara la historia lo más digna posible. Si los americanos se gastan el dinero en las guerras, que se los gasten también en los accidentes», sentencia

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