Historia de la Tecnociencia: De la Ciencia a La Macrociencia Temprana
Fuente: Colaje Imágenes Google.
Antes de comenzar, me gustaría que entendierais que los conceptos y definiciones que proponen diferentes autores sobre la tecnociencia y la denominada “gran ciencia o Big Science”, no dejan de ser más cajones que intentan capturar, sintetizar y categorizar la realidad en pocas palabras. Empero, como en casi todos los ámbitos del saber humano, las fronteras conceptuales de esta guisa resultan ser difusas y discutibles. Simplemente, algunos carpinteros elaboran mejores cajones que otros. En este post nos centraremos fundamentalmente en las primeras décadas de la macrociencia y como ésta se fraguó desde el campo de la ciencia con la intervención de los Estados, y poderes militares. En otra entradilla que seguirá a esta abordaremos el tránsito de la Big Science a la tecnociencia, si bien ya anticipamos aquí algunos rasgos de la última. A la primera la denominaremos Big Science temprana y a la última Big Science tardía, sin ánimo alguno de generar escuela. Se trata pues de puro pragmatismo al objeto de facilitar la redacción y edición de los contenidos de este Curso Básico sobre Filosofía de la Tecnociencia.
Casi todos los autores que estudian la transición de la ciencia a la macrociencia suelen coincidir en la existencia de un paso intermedio, al que denominamos macrociencia o «Big Science». Sus diferencias estriban en incluir la primera en los orígenes de la segunda o bien, defender que existirían tres estadios más o menos, temporalmente secuenciados, es decir, de la ciencia a la macrociencia y de ésta finalmente a la tecnociencia. La macrociencia se originaría por la cantidad ingente de inversiones estatales, o principalmente estatales, hacia la consecución de objetivos que demandarían financiaciones imposibles de asumir por otros agentes económicos de la época. Estas no podían ser, dada su cuantía, sufragadas por el capital empresarial. Los eventos que citan los expertos suelen, en su inmensa mayoría, coincidir que tal salto se produjo en EE.UU., con el proyecto Manhatan, por el cual se lanzaron las primeras bombas atómicas sobre Japón durante la II guerra mundial. Dicho de otro modo, la puesta en escena de la macrociencia fue debida a intereses militares avalados por las políticas de Estado. Seguidamente, la lucha de poder por la hegemonía, entre el mundo capitalista y el comunista, en sus intentos por alcanzar la supremacía tecnológica y militar daría lugar a ese denominada guerra fría, en la que se fraguó una escalada armamentística que enfrentaba a ambos bloques geopolíticos, y así poniendo de paso a toda la humanidad y el planeta que mora en riesgo de devastación y extinción total. No se me ocurre un esfuerzo técnico y económico más deplorable o desafortunado. Seguidamente, ambos bloques, enfrascados en una guerra mediática propagandística por demostrar que eran superiores a su rival, se volcaron también en onerosísimas investigaciones aeroespaciales con vistas a poner el primer hombre en la Luna, etc. No se trataba pues de un tema económica y prioritariamente estratégico, sino de puras batallas para demostrar quién era “the best one”. Obviamente, no puede negarse que, con el tiempo, tal investigación aeroespacial ha ofrecido importantes frutos a la sociedad civil. Empero tampoco se puede soslayar que esos programas no se encontraban destinados a tales propósitos.
Resulta palmario que este tipo de macrociencia, dio lugar a estructuras complejas orientadas a objetivos muy concretos en la cual la ciencia y los científicos se convertían en trabajadores del poder gubernamental y militar, cuyos intereses a menudo son distintos. Del mismo modo, con harta frecuencia, al tratarse de investigaciones que por su naturaleza debían imperiosamente ser secretas, los resultados obtenidos tampoco, en primera instancia, eran mostrados al publico ¿gratuitamente? y menos aun diseminados con los cánones de la ciencia clásica, es decir, la publicación de los resultados obtenidos en revistas, libros y congresos especializados.
Por lo tanto, los investigadores dejaron de ser “mentes maravillosas” y se transformaron en meros currantes/laborantes bajo las manos de personas y objetivos, a menudo nada nobles, subordinados a los deseos de políticos y militares. Con el tiempo, las empresas, asaltaron tales enormes capitales gubernamentales, se privatizaron subprogramas de los grandes proyectos macrocientíficos, entrando la industria privada a ingerir más y más porciones de la tarta que estaba sobre la mesa. Y así, terminaría por emerger lo que hoy denominamos tecnociencia. Sin embargo, también casi todos los autores consultados parecen coincidir que tal cambio surgió a principios de los años 80 del siglo XX en EE.UU.
No os preguntáis aun: ¿Dónde fueron quedando paulatinamente tan nobles propósitos como el avance del conocimiento sin más o la búsqueda de esa mal denominada verdad científica? Pero sigamos…
Como habréis podido observar, a partir de las descripciones previas, y sobre las que abundaremos abajo (apelando a fragmentos, más o menos extensos de expertos en la materia), tan solo las dos superpotencias militares de la época podían permitirse tan brutales gastos a la hora de conseguir tales generosos objetivos, como sembrar de bombas atómicas todo el planeta y alardear de sus portentosas tecnologías “en la Luna”. Más tarde entraron en Juego Japón (cuya investigación militar se encontraba secuestrada/vigilada/supervisada, tras la II Guerra Mundial, por EE.UU) y Europa. El viejo continente tuvo que esperar hasta fraguar, en un campo repleto de minas nacionalistas, un espacio y objetivo común al que hoy denominamos la Unión Europea (UE). Habían pasado varias décadas desde la II guerra mundial, las prioridades ya no eran examante las mismas, por lo que la presión de la industria militar menguó, en aras de otros objetivos estratégicos, como conseguir avances tecnológicos que no retrasaran a la UE, aún más, de las grandes superpotencias. Podemos hablar pues de dos tipos de la Big Science, uno temprano y otro tardío. Abajo se ofrece una mayor información al respecto, si bien en otro post abordaremos esta “Big Science” a la que denominaremos tardía y que resulta más difícil de ubicar conceptualmente que la temprana.
Seguidamente, recogemos unos cuantos fragmentos de un artículo en el que figura como coautor Javier Echeverría, uno de los principales pensadores en habla española-castellana sobre la filosofía y sociología de la tecnociencia. Nos referimos concretamente a la publicación que lleva por título “.La teoría del actor-red y la tesis de la tecnociencia”. Incluimos también parte del material de Wikipedia.
Debemos hacer énfasis en que las aportaciones de Javier Echeverría y colaboradores son de lectura obligada para todos aquellos que estéis interesados por estos temas.
Juan José Ibáñez
Continuemos pues……
Post Previos de Nuestro Curso Básico de la Tecnociencia hasta marzo de 2019
Bibliografía de libre Acceso en la Red Para el Curso Básico de Tecnociencias
De la Filosofía de la Ciencia a la Filosofía de la Tecnociencia (Nuevo Curso Básico y Sus Razones)
Tecnociencia Definiciones y Objetivos
Sobre el Origen del Vocablo Tecnociencia
Sanz-Merino N. 2008. La apropiación política de la ciencia: origen y evolución de una nueva tecnocracia. Revista CTS, nº10, vol.4, Enero de 2008 (pág. 85-123)
Rescatemos primero algunas sentencias del artículo de Noemí Sánchez Merino, por cuento nos narra el origen del vocablo Macrociencia o Big Science.
Muchos científicos mantenían que la contribución de la ciencia a la sociedad no podía ser mejorada por cambios en el rumbo de la ciencia, pues este sistema, aunque no fuera perfecto, era el mejor posible. Un ejemplo de ello lo tenemos en el científico Alvin Weinberg, que a pesar de ser unos de los primeros en denunciar la incertidumbre a la que se enfrentaba la práctica científica e ingenieril contemporánea, defendió la necesidad de tener muy clara la frontera entre las cuestiones científicas y las transcientíficas (Weinberg, 1972). Weinberg fue también el primero en poner en circulación el término Big Science (Weinberg, 1961), el cual popularizaría pocos años después Solla Price (1963).
LA TEORÍA DEL ACTOR-RED Y LA TESIS DE LA TECNOCIENCIA (contenido literal)
Javier Echeverría y Marta I. González
De la ciencia a la tecnociencia
Durante la segunda mitad del siglo XX la ciencia y la tecnología han experimentado un profundo cambio, generando un híbrido entre ambas, la tecnociencia. Esta convergencia entre ciencia y tecnología se ha producido en todas las áreas de conocimiento, empezando por las ciencias físico-matemáticas y las tecnologías de computación, y ampliándose luego a la biología, la medicina y las ciencias sociales y humanas. Como resultado de dicho proceso, que se ha desarrollado ante todo en los EEUU de América, la ciencia académica ha quedado subordinada a la ciencia posacadémica (Ziman, 2000) o tecnociencia, generándose una nueva modalidad de práctica investigadora, hoy en día dominante.
Cabe distinguir dos modalidades de tecnociencia: la macrociencia (Big Science), basada en grandes programas de investigación financiados por instituciones gubernamentales y diseñados en función de objetivos políticos, estratégicos, militares y sociales; y la tecnociencia propiamente dicha, en la que la inversión privada, la participación empresarial, las expectativas de beneficio y las innovaciones en el mercado resultan determinantes para el desarrollo de los programas de investigación. Ambas tienen en común:
– la estrecha vinculación entre científicos, ingenieros y técnicos, que colaboran en proyectos y programas conjuntos;
– la creación de agencias o empresas tecnocientíficas para desarrollar dichos programas; pueden ser públicas, privadas o mixtas; en ocasiones adoptan la forma de consorcios y alianzas entre organizaciones;
– la importancia de la financiación de dichos proyectos, que sólo pueden ser desarrollados si se cuenta con recursos humanos, materiales y técnicos adecuados;
– la planificación de los objetivos propuestos y de las tareas a realizar para alcanzarlos;
– la subordinación de los objetivos clásicos de la ciencia a metas prefijadas por quienes establecen y financian las líneas prioritarias de investigación, lo que trae como consecuencia que, en términos generales, el objetivo último de la actividad tecnocientífica sea la innovación;
– la relevancia de la gestión de los proyectos, actividades y resultados;
– la evaluación ex ante y ex post de los resultados propuestos y obtenidos, así como el seguimiento de los mismos;
– la utilización de equipamientos tecnológicos complejos, tanto para la investigación como para la evaluación y la gestión. Conforme a la teoría del actor-red, dichos equipamientos estarían dotados de agencia y en muchos casos son determinantes para la obtención de resultados.
La macrociencia surgió en los EEUU en la época de la Segunda Guerra Mundial y se consolidó durante la guerra fría. La tecnociencia emergió en el último cuarto del siglo XX y está en plena expansión. Desde el punto de vista de la financiación, la tecnociencia se caracteriza por la fuerte presencia de la inversión privada. Las tecnologías de la información y la comunicación, así como las biotecnologías, son dos ejemplos relevantes de tecnociencia.
Así como algunas ciencias y técnicas estuvieron estrechamente vinculadas a la sociedad industrial a lo largo del siglo XIX y buena parte del siglo XX, el desarrollo de las tecnociencias se correlaciona con una nueva forma de organización social, la sociedad de la información y el conocimiento. La tecnociencia está basada en los lenguajes informáticos, que sólo son practicables si se dispone de los equipamientos TIC correspondientes y se saben usar adecuadamente.
La actual e-science ilustra bien ese profundo cambio en la práctica científica generado por las TIC: Web 2.0 y ya 3.0, laboratorios en red, redes de excelencia, recursos compartidos, etc. Además, la actividad tecnocientífica ha de generar innovaciones, y puesto que el éxito de una innovación se comprueba en los mercados, las empresas y agencias conforman una componente relevante de la actividad tecnocientífica.
EMERGENCIA DE LAS TECNOCIENCIAS EN EL SIGLO XX
En 1961, Alvin Weinberg propuso distinguir entre ciencia y macrociencia (Big Science). Para que un proyecto fuese considerado como macrocientífico era preciso que su realización requiriera una parte significativa del producto interior bruto (PIB) de un país 5. Conforme al criterio de Weinberg, la distinción entre ciencia y macrociencia es ante todo presupuestaria y depende de la inversión a realizar en grandes equipamientos de investigación 6. Poco después, en su libro Small Science, Big Science, Derek de Solla Price (1963) amplió este criterio económico, precisándolo y formalizándolo. Propuso un modelo matemático que justificaba la necesidad de incrementar considerablemente la financiación de la ciencia y sugirió que dicho modelo cuantitativo no era más que un primer paso: “sihemos de caracterizar la fase actual como algo nuevo, distinto de la ciencia burguesa común a Maxwell, a Franklin y a Newton, no podemos basarnos únicamente en una tasa de crecimiento” (1963: 50). Dejaba así abierta la vía para distinguir la macrociencia de la ciencia no sólo por su tamaño, sino también mediante criterios cualitativos y culturales.
La mayoría de los estudiosos afirman que la macrociencia emergió en la época de la segunda guerra mundial en EEUU, particularmente en el ámbito de la físico-matemática, representada por laboratorios y proyectos como el Radiation Laboratory de Berkeley, el Radiation Laboratory del MIT, el proyecto ENIAC de la Moore School de Pennsylvania y, sobre todo, el Proyecto Manhattan (Los Álamos), el gran paradigma de la macrociencia inicial, que condujo a la fabricación de las primeras bombas atómicas. La Big Science tuvo un origen militar y contribuyó decisivamente a la victoria de los EEUU en la segunda guerra mundial. Pero la decisión clave consistió en impulsar la nueva estructura organizativa de la macrociencia durante la postguerra, conforme a la propuesta de Vannevar Bush (1945) al Presidente Roosevelt. Finalizado el conflicto bélico, el único país que estaba en condiciones económicas, políticas, militares e industriales para impulsar la Big Science era EEUU. Algunos años después la URSS se convirtió en potencia nuclear, desarrolló su propia macrociencia y tomó la iniciativa en la exploración espacial con el lanzamiento del primer satélite artificial, el «Sputnik» (1957). La competición científico-tecnológica entre las dos grandes potencias militares fue una las características más significativas de la guerra fría y estuvo estrechamente vinculada a su rivalidad militar, política, industrial e ideológica.
En conjunto, esta primera época de la tecnociencia puede ser caracterizada mediante los siguientes rasgos distintivos:
(a) Financiación gubernamental. Se financiaron grandes equipamientos y macroproyectos de investigación, algo que estaba fuera del alcance de los medios económicos de las universidades y centros de investigación, salvo raras excepciones. Las grandes necesidades militares suscitadas por la Segunda Guerra Mundial fueron decisivas a la hora de incrementar el tamaño de los proyectos y los medios de financiación.
b) Convergencia entre científicos y tecnólogos. Para el desarrollo de esos macroproyectos se requerían grandes equipamientos e inversiones, pero también equipos de investigación multidisciplinares y de gran tamaño. La macrociencia trajo consigo la convergencia entre científicos, ingenieros y técnicos, que se plasmaba en la práctica de los laboratorios y centros de investigación.
c) Macrociencia industrializada. La macrociencia generó una nueva modalidad de industria, luego denominada de I+D (investigación científica y desarrollo tecnológico). A la ciencia académica se le superpuso un entramado industrial, político y militar que modificó radicalmente la organización de la investigación. Así se estableció lo que se ha denominado “contrato social de la ciencia”, entre científicos, ingenieros, políticos, militares y corporaciones industriales. (….). Algunas instituciones de nueva creación (National Science Foundation, Los Alamos, National Institutes of Health, NASA, etc.) se convirtieron en las principales agencias promotoras de la nueva modalidad de ciencia. Ello permitía optimizar los recursos, que eran obtenidos a partir de convocatorias competitivas.
d) Macrociencia militarizada. Muchos de los macroproyectos científicos tuvieron apoyo y financiación militar, sobre todo en sus primeras fases de desarrollo. Por tanto, fueron secretos, contrariamente a la tradición de la ciencia moderna, basada en la publicación de los resultados de la investigación, aunque los resultados de algunos de estos proyectos fueron luego transferidos a la sociedad civil. Las agencias de investigación militar promovieron también nuevos macroproyectos (sistemas de defensa, exploración espacial, energía nuclear, criptología…) con la participación de universidades y empresas. De esta manera, algunas instituciones militares se convirtieron en agentes muy relevantes para la investigación científica y tecnológica 7.
e) La política científica. La emergencia de la macrociencia es concomitante con la aparición de las políticas de ciencia y tecnología. Algunos científicos de prestigio dejaron los laboratorios y pasaron a gabinetes de dirección y asesoramiento, convirtiéndose en expertos en la negociación y diseño de políticas científico-tecnológicas. Surgió así un nuevo tipo de acción científico-tecnológica: el diseño de políticas para la macrociencia. Su principal consecuencia fue la progresiva organización de sistemas nacionales de I+D. En suma, la macrociencia implicó una estrecha vinculación de la ciencia con el poder (político, militar, económico).
f) La agencia macrocientífica. Frente a los “hombres de ciencia” de la época moderna, la macrociencia la hicieron grandes equipos coordinados que integraban sus respectivos conocimientos y destrezas en un proyecto común que tenía diversos tipos de objetivos (científicos, tecnológicos, políticos, empresariales y militares). El sujeto de la macrociencia devino plural e institucional, rompiéndose con el tradicional individualismo metodológico y desbordando el Royalist Compromise que dio origen a la ciencia moderna, según el cual los propios científicos determinaban las líneas de investigación (Proctor, 1991). Las agencias tecnocientíficas marcan las líneas estratégicas y los objetivos a las comunidades científicas, aunque éstas mantengan un grado de autonomía y libertad en los laboratorios.
g) Subordinación de los objetivos científicos. Los objetivos de la macrociencia no son únicamente científicos, ni tampoco tecnológicos. Un macroproyecto científico puede tener como uno de sus objetivos el avance en el conocimiento, o la invención de artefactos más eficientes, pero sobre estos objetivos priman otros, que son los que dan sentido a la financiación y desarrollo de los grandes proyectos de investigación: mejorar la capacidad defensiva y ofensiva de un ejército, incrementar la productividad de un sector industrial, o simplemente aumentar el prestigio de un país, su nivel de seguridad o su posición en los mercados internacionales. En el proyecto Manhattan, por ejemplo, a los científicos les interesaba calcular la masa crítica en un proceso de fusión nuclear, cosa que lograron. Pero, por encima de ello, los diseñadores del proyecto pretendían disponer de un arma de destrucción masiva que pudiera servir para ganar rápidamente la guerra o, ulteriormente, como arma de disuasión ante eventuales ataques de otras potencias. Los objetivos propiamente científicos y tecnológicos estuvieron subordinados a las metas de otra índole que habían definido los promotores y financiadores de dichos proyectos macrocientíficos.
Wikipedia: Bigscience o Macrociencia:
La megaciencia o ciencia mayor, llamada big science (‘gran ciencia’) en inglés, es un término usado por los científicos, y particularmente empleado al tratar la Historia de la ciencia y de la tecnología. Con este concepto, con este neologismo, se describen y engloban una serie de cambios en la investigación científica ocurridos en los países industrializados durante y con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. En efecto, hacia el fin de la primera mitad del siglo XX, el progreso científico notoriamente se aceleró, y cada vez más vino de confiar en proyectos a gran escala, por lo general financiados por gobiernos nacionales o grupos de gobiernos.
Se enfatiza que a principios de los años cuarenta algo comenzó a cambiar en cuanto a investigación y desarrollo (I+D), ya que el progreso científico había madurado suficientemente en esa época, abriendo entonces paso a proyectos en gran escala (megaproyectos), usualmente dirigidos o al menos financiados por gobiernos nacionales o por asociaciones gubernamentales o internacionales (léase: Proyecto Manhattan, Proyecto Uranio, Batalla del agua pesada, Wunderwaffe, Programa atómico de Japón, Carrera espacial, Skylab, Proyecto Apolo-Soyuz, Energía nuclear en Japón, Telescopio espacial Hubble, Exploración de Marte, Tevatrón y Gran colisionador de hadrones y microagujero negro, Proyecto Genoma Humano, nanotecnología y nanofibras).1
Esfuerzos individuales o de pequeños grupos, lo que en el área de habla inglesa se llama Small Science, hoy día continúan siendo relevantes y tienen significativo impacto, especialmente en lo que concierne a resultados teóricos y a proyectos tecnológicos que pueden desarrollarse con recursos limitados. Pero con frecuencia, las verificaciones prácticas de esas elucubraciones científicas, o ciertas fases de los procedimientos, requieren de complejas y costosas instalaciones, y/o de elaborados procedimientos de fabricación. Como indicación de los megacostos de los megaproyectos, puede señalarse por ejemplo que el llamado gran colisionador de hadrones a la fecha ya ha tenido un costo valuado entre 5000 y 10 000 millones de dólares.
Mientras la ciencia y la tecnología siempre han sido importantes, e indirectamente en muchos casos han conducido a la guerra, el financiamiento de proyectos militares con perfil científico con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, sin duda fue en una escala totalmente sin precedentes. No por capricho, la Segunda Guerra Mundial a menudo fue llamada «the physicists’ war»2 («la guerra de los físicos«), dado el rol que ciertos científicos de primera línea jugaron en el desarrollo de nuevas armas e instrumentos, como por ejemplo la espoleta de proximidad, el radar, y la bomba atómica.
Indudablemente, ciencia, tecnología, y guerra, en más de una ocasión se han desarrollado juntos. La Primera Guerra Mundial también fue llamada la guerra de los químicos, dado el rol jugado por las armas químicas en la misma, en tanto y como ya se dijo, la Segunda Guerra Mundial fue la guerra de los físicos, que pronto dio paso a la llamada guerra del espacio o guerra de las galaxias.34 .
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