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Ya hemos comentado que la ciencia no tiene moral, por lo que necesita ser guiada, tanto por la sociedad como por sus practicantes en base a unos códigos ajenos a ella. Todos los días somos inundados por un aluvión de grandes descubrimientos que afirman que cambiarán el mundo y nuestras vidas ¡para gozo y disfrute de la humanidad entera!. Pero la cruda realidad refuta tales afirmaciones. La palabrería engañosa de la tecnociencia.

Vivimos en un mundo plagado de injusticias, guerras, desigualdades, hambre, desnutrición, epidemias, y a todas luces insustentable bajo esa apisonadora a la que llaman economía liberal. He recibido quejas  por ser crítico contra diversos tipos de indagaciones científicas, ya que redacto en algunos post mis profundas preocupaciones por su estado actual e inquietante devenir, incluso cuando nos aseguran que será esplendoroso. No entiendo,  por ejemplo, que el Transhumanismo les gustará a algunos, mientras que personalmente se me antoja una locura desquiciante. Interesan controversias como la de si el denominado Antropoceno debe considerarse como un nuevo periodo geológico (sensu lato) cundo en realidad es materia de definición y gustos, que no de hechos, como demostramos ya en otros diversos post. Y así podríamos seguir “ad nausean”.

Detesto los corporativismos y más aun de los que dicen ser valedores de la “verdad”, cuando vivimos malos tiempos para la lírica, estando la literatura científica y sus entresijos, atiborrada de plagios, denunciándose constantemente en nuestro ámbito del conocimiento, la mala praxis y la corrupción. En el curso impartido en esta bitácora acerca de las ‘Filosofía, Historia y Sociología de la Edafología’ llevamos a cabo un recorrido conceptual e histórico sobre que es la ciencia y el método científico, según las diversas escuelas de pensamiento. Y al hacerlo mostramos que ambos conceptos son lascivamente escurridizos. La última gran escuela que merece tal calificativo resulta ser el anarquismo epistemológico desarrollado por Paul Feyerabend. Esta autor alemán defendía que la sociedad intentaba reemplazar las antiguas religiones por otra nueva llamada ciencia, mientras que en la práctica sus profesionales se comportaban como clientes ebrios en un prostíbulo. Y como corolario, topamos de nuevo con la moral y con la ética. Empero si antaño podíamos desarrollar filosofías de la ciencia ajenas a otros aspectos de nuestra sociedad (centradas en la ciencia exclusivamente) y  ya no es así. Al convertir la sociedad en una aldea global, y ser la tecnología el motor de los cambios que en ella se producen nos encontramos con un sistema, bastante complejo, inestable e incontrolable, como lo son todos los “no lineales.  Y tal tipo de sistema nos trae de cabeza. Y entre unas razones y otras la democracia se muere, siento reemplazada por la retrodemocracia. Y por ello comenzamos un curso de filosofía de la tecnociencia.

Cuando emergió al mundo la globalización comandada por el neoliberalismo económico de los “Chicago Boys”, abundabas los ¿expertos? Que intentaban calmar las angustias ciudadanas señalando ante las crisis cíclicas que se producían: “No hay que preocuparse, el sistema financiero se autorregula” ¿¿??. Pues bien, si un conjunto de elementos y agentes no se autoregulan su interacción, también por definición, no es un sistema. Rebuznancia cargada de  aparente erudición para ocultar la verdad: pura ignorancia e incapacidad de predecir lo que se nos avecina. Como sistema complejo nuestra economía resulta ser muy inestable, sensible a las condiciones iniciales y a las del entorno. Cambios pequeños pueden impeler a que sus trayectorias diverjan brutalmente con el tiempo, siendo impredecibles. ¡Y así lo constatamos!. En la teoría del caos, vinculada con la de los sistemas complejos y la de los no lineales, se popularizo la frase “el aleteo de una mariposa en Pekín puede producir un tornado en Texas” (el consabido efecto mariposa). Hoy podríamos parafrasear su contenido y exclamar “la tos de un agente de bolsa en Pekín, puede generar un drama/desplome en la de Wall Street” y afectar a cientos de millones de personas. Nuestro sistema económico progresa, al parecer, hacia lo inesperado, lo sorprendente, etc. Es decir todo lo que no permite ser predicho por ningún modelo salvo la destrucción del mismo. A quien la gusten las sorpresas, buenas y malas, no tiene más que sentarse en un sillón y esperar.

Reiteremos, la ciencia y sus hallazgos no son ni buenos ni malos, todo depende del fin con que se utilicen. Y es aquí en donde nos topamos con el meollo de la tragedia humana que padecemos.

Los investigadores necesitamos financiación con vistas a seguir deshilachando esa casi indescifrable madeja a la que denominamos complejidad del mundo. La financiación no surge por generación espontánea, sino que la libran los gobiernos e industrias (en su mayor parte multinacionales) con sus respectivos intereses. Empero por mucho que manifiesten lo contrario, los gobiernos desean que sea la industria subvencione ¡casi todo!,  y como corolario convertirnos en esclavos de ellas. Son las grandes compañías, sus intereses, lobbies, publicidad maniquea, etc. las que dictan pues, en que se debe invertir científicamente y en que materias no. La esencia de una empresa estriba en vender productos, que no cuidar de los ciudadanos, y la prensa nos lo recuerda todos los días, lo mismo que la corrupción política, casi siempre en contubernio con las primeras.  Si un científico no se encuentra de acuerdo con lo que ve y escucha, será desterrado (no hay dinero para sus estúpidas ideas), a no ser que lo haga cuando ya sea famoso, lo que indicaría que, con anterioridad, también fue lacayo de este perverso entramado. Eso sí, soslayemos a los más mayores, que lograron realizar sus indagaciones en un mundillo científico sin tanto conchabeo, amoral y corrupto como el del presente.

Nuestro sociedad vive en un mundo de recursos finitos, en la mayoría de los casos no abundantes, por cuanto los que lo fueran antaño han sido dilapidados o degradados.  Y por tal camino hemos degradado la salud del planeta, pero como formamos parte de él (….), también la nuestra propia, en casi todos los aspectos. No existe nada parecido, con mayúsculas, es decir ¡nada importante!, como la denominada ciencia para la ciudadanía. Se trata de actividades que, en el mejor de los casos, ayudan a algunos, de vez en cuando.

La sobrepoblación se enfrenta a esa escasez de recursos, con las paupérrimas armas que nos ofrece un neoliberalismo económico carente de otra imaginación que no se limite a desear más millones, y más billones, ¡más, más!. Se me antoja tan nefasto este “sistema” como para dudar de las bondades de su pseudo-autorregulación. Pero además del crecimiento de la población, que pretende enfrentarse a los recursos finitos de que disponemos, este “sistema” se encuentra deplorablemente estructurado. En unas partes del mundo viven los privilegiados, actualmente asustados por el envejecimiento de sus poblaciones y todos los males endémicos que tal hecho acarrea. Por ejemplo, ancianos cuyos sistemas de pensiones se encuentran al borde de la quiebra, mientras los que debieran alimentarles, son presas del desempleo y desánimo. Mientras tanto, en otros infernos de la Tierra, las criaturas son aniquiladas, viven desnutridas, enfermas, etc., en lugar de rejuvenecer las plantillas de los ricos ancianitos. ¡Unos aquí sin remplazo, y otros allí sin esperanza!. Resumiendo, conforme el neoliberalismo aprieta de manos del Banco Mundial, el FMI, y otra turba de entidades filantrópico/caritativas, ya nadie duda que las desigualdades entre ricos y pobres aumentan hasta límites insoportables. Un sistema eficiente resulta ser todo lo contrario. ¿O no?. No se trata ya de caridad o solidaridad, sino que hablamos de requisitos indispensables para la autorregulación de cualquier sistema, no solo el económico.

Pongamos tan solo un par de ejemplo, como el de la Inteligencia Artificial o IA, y el de la robótica/microrobótica

Hace pocos años leí un informe en el que se cifraba la procedencia de las principales inversiones en materia de IA. Pues bien, el grueso de la financiación  era realizada para propósitos militares y videojuegos: “Juegos y Guerra en lugar de Juegos de Guerra”. Actualmente las inversiones en IA crecen a ritmos acelerados en estos y otros muchos campos, empero el panorama es igualmente inquietante. Y si hablamos de las aplicaciones de esta rama del conocimiento, personalmente se me ponen los pelos de punta, aunque también a  otros científicos.

Reiteramos que, como en otros dominios de la ciencia y la tecnología, la IA puede aportar grandes beneficios para la humanidad. Yo no lo dudo, lo afirmo. Ahora bien, todo depende de los fines para los que se utilicen. Y aquí entra el factor humano. En un mundo en donde la ética y la moral brillan por su ausencia, serán los más fuertes los que encarrilen su destino. Y ya sabemos: multinacionales, militares, guerras, vender y vender a toda costa, sin importar los objetivos….

Vayamos ahora con la robótica y microrobótica, sin olvidar su hibridación, es decir la inteligencia artificial robótica. Existe un gran debate sobre la pérdida de empleos, y como corolario el aumento la cantidad de gente que puede seguir aumentando las ya gruesas filas del paro laboral. Nadie duda excepto los vendemotos de fantasías ilusorias con intereses ocultos que, un desempleo creciente acrecentará los problemas de una sociedad envejecida a no ser que estos juguetes mecánicos tributen a los heraldos públicos, como los ciudadanos de carne y hueso. ¿Se los imaginan ustedes haciendo huelgas para conseguir una subida salarial?.  Pero en manos de los militares, admito mis prejuicios,  el tema puede devenir en tragedia. Efectivamente, el futuro podría traernos guerras entre robots en lugar de humanos. Algunos pensaran que hasta podrían ¿disfrutar?, viéndolos en la televisión como si de un partido de futbol se tratara. Eso sí, la mayoría de los telespectadores no tendrían trabajo, y meno aun permitirse alimentar a sus familias dignamente.  ¡Robótica!. Siempre puede encontrarse uno a los que tan solo pretenden llamar la atención, aunque exista la posibilidad de que termine siendo cierta ¿ incluso asesinos en serie?. Sin ser tan melodramáticos, si cabe alegar que se producen serios debates a la hora de contestar la siguiente pregunta: ¿Son los robots tan seguros?. Pero aún resta dar respuesta al siguiente interrogante:  ¿aunque lo serán, el dilema es para qué?. ¿Con que propósitos?. No les extrañe pues que científicos de todo el mundo consideren a: ¡La Inteligencia artificial y robótica, entre los Riesgos Globales de 2017. Como pueden observar, no soy un paranoico.

Centrémonos en la microrobótica. Llueven las noticias médicas, agronómicas, ecológicas, etc., etc., que proclaman el advenimiento de los microrobots y como estos cambiarán nuestras vidas.  La microrobótica  y la inteligencia artificial nos pueden traer todo tipo de maravillas/pesadillas. Por poner algún ejemplo, se defiende que los microrobots podrían ayudarnos a salvar muchas vidas tras los desastres naturales, o como nos cuenta el encabezado de esta noticia: “Abejas robot polinizarán los campos de cultivo de Monsanto – Ecoosfera. ¡Vaya por Dios!, Monsanto Vende la piel del oso antes de cazarlo, es decir “como siempre”. ¿No son ellos con sus pesticidas las que las están exterminando?. ¡vaya forma de abrirse un nicho de mercado!. Pero ahora les bosquejo la otra cara de la moneda.

Estos migro-ingenios se irán abaratando conforme incrementen sus producciones y aplicaciones. Me siento en mi casa a leer un libro, visionar un video o jugar con mi pareja a los naipes, hablar de política con algún amigo, o algo parecido. Llegará un momento en que sean muy asequibles para el gran público, ¡no lo duden!. Pero hay un problema, por no decir muchos. Podremos tener por cualquier lugar de la casa un microrobot foráneo disfrazado de mosca u otro tipo de insecto, espiándonos. Según sea la actividad y el enemigo que nos ha enviado ese caramelo envenenado, la privacidad de nuestras vidas se esfumaría por completo.  Un caso entre otros sería que viviéramos bajo una dictadura, algún contertulio blasfemara y de pronto apareciera la policía nazi, lo arrestan, encarcelan y ¿por qué no?, ¡lo fusilan!.  Y todo por ese maldito nano-espionaje. Es fácil dar rienda suelta a la imaginación y, de nuevo, se me ponen los pelos de punta. Si es lícito fantasear, pero no tanto como para intoxicar con los «pros» ocultando los gravísimos «contras».

En resumidas cuentas, bien utilizadas estas tecnologías pueden ayudar a todos los ciudadanos. El problema, ¡el gran problema!, estriba en que nosotros no tenemos nada que decir, ya que los poderes fácticos tendrían su control. Ya sabemos los estragos que puede generar entre la población un marketing engañoso y fraudulento. De hecho ya lo padecemos con la privacidad que nos proporcionan internet (se barrunta una cibercrisis global, además de las ciberguerras: ¡Guau!) y las aplicaciones de los Smartphones. Veamos algunos ejemplos de las propias “apps”: (i)Las ‘app’ de salud ponen en riesgo millones de datos personales”; (ii)El 50% niños desde los 8 años se expone a ciberamenazas” y (iii)Siete de cada 10 aplicaciones para móviles comparten sus datos con otros proveedores”. Creo que ya es suficiente.

Abajo os dejo tres noticias relacionadas con el tema. Se trata de meros ejemplos sobre los que los lectores interesados deberían leer y reflexionar con vistas a extraer sus propias conclusiones. En ellas el grano se mezcla con la paja, mientras que el marketing mentiroso lo hace con las explicaciones honestas.

Y finalmente reiterar mi mensaje. Como científico soy una persona a favor del progreso, pero del de la humanidad entera, no de quienes juegan con nosotros y nuestros futuros. Ellos tan solo nos exigen el ¡silencio de los corderos! Necesitamos urgentemente una gobernanza mundial basada en la ética y la moral, que nos defienda de quien ostenta el poder, no de estos artilugios en si mismos. ¡Todo depende del uso que se les dé!. No nos engañemos, hay también muchos conciudadanos perversos.

Ante tal panorama, desalentador, por ser moderado, pensé en que tan solo cabía,  colaborar con una ONG. Ojeé la prensa y pensé: ¡mejor ya a ser que no!, tampoco me puedo fiar.  Ya, a la desesperada, barrunté ir buscándome mi retiro espiritual en un monasterio. ¡Pero que va….!. Ni por esas.  

Juan José Ibáñez

 Big data, ¿grandes promesas, grandes problemas?

La aplicación de la tecnología del big data o datos masivos en la salud abre un horizonte de lo más prometedor para la medicina, la investigación y la gestión sanitaria, al tiempo que también puede suponer un futuro cargado de problemas, especialmente en el campo de lo jurídico y lo ético.

Nadie duda que el Big data representa una enorme oportunidad para el avance del conocimiento científico, tanto en el diagnóstico y prevención como en el tratamiento de diferentes enfermedades o procesos clínicos, y para mejorar la salud y el bienestar de la población.

Tampoco a nadie se les escapa que las amenazas principales de estas tecnologías provienen de la confidencialidad de los datos, el uso no autorizado de la información por parte de otros agentes con fines distintos a los de proteger tu salud.

Hay que tener en cuenta que el ámbito sanitario es uno de los que más cantidad de datos genera, involucrando a un número muy elevado de ciudadanos.

El uso de estas tecnologías tiene repercusiones éticas y legales importantes, que van muy por delante de lo que contempla la legislación en vigor.

De ahí la necesidad de establecer un marco apropiado que permita el desarrollo de estas tecnologías, al tiempo que garantice la confidencialidad de la información y evite los posibles malos usos.

Esta es la base sobre la que se sustenta el proyecto BigDatius, presentado en Madrid en un seminario organizado conjuntamente por la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS), y la Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad del País Vasco (UPV) y la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M).

Investigadora principal del proyecto, la doctora Pilar Nicolás ha explicado en este seminario que «el objetivo es dar seguridad a los procedimientos, homogeneizarlos y aclararlos».

A su juicio, «la regulación existente es sectorial, fragmentada, confusa en algunos aspectos e incompleta y, por lo tanto, hace falta una regulación más global y clara».

Actualmente, los diferentes Sistemas de Salud están trabajando en la puesta en marcha de soluciones que puedan extraer información de las diferentes bases de datos para construir los sistemas de información sanitaria.

Con todo, las aplicaciones clínicas del Big data sanitario todavía están en fase muy inicial.

Para el doctor Guillermo Alcalde, especialista en nefrología y vicepresidente del Comité Ético de Investigación Clínica del Hospital Universitario Araba (Vitoria), la creciente implementación de recursos de Big data a nivel sanitario puede tener dos implicaciones fundamentales.

Por un lado, «puede ser una herramienta de gran utilidad para la mejora de la asistencia y la eficiencia del sistema sanitario», y por otro esta tecnología puede suponer «riesgos importantes para la privacidad de los ciudadanos, cuyos datos sanitarios se exponen a riesgos que actualmente comenzamos a vislumbrar».

Esta tecnología, asegura, también supone riesgos para los propios profesionales, «que pueden ver amenazados aspectos básicos de la práctica asistencial, como la libertad de prescripción o la puesta en marcha de posibles limitaciones en la utilización de recursos».

BIG DATA: AMENAZAS PRINCIPALES

«Las amenazas principales están relacionadas con la confidencialidad y el uso no autorizado de la información«.

En este sentido, las posibilidades de reidentificación de los individuos con la tecnología disponible hace que el dato completamente anónimo haya dejado de existir (dada la posibilidad de identificar a los individuos cruzando los datos con otras bases de datos disponibles), por lo que cobra especial relevancia la prevención de estos riesgos desde el momento del diseño de las bases de datos.

Además la elaboración de perfiles o patrones de riesgo de padecer determinadas enfermedades en manos de las compañías de seguros o de los propios empleadores puede llegar a producir discriminaciones individuales o de colectivos desfavorecidos en virtud de sus posibilidades futuras de enfermar.

Por todo ello, este médico defiende que es necesario garantizar el uso y la aplicación de la tecnología Big data en un marco ético y jurídico adecuado, tanto en asistencia como en investigación.

También para el coordinador de la cátedra de Derecho y Genoma Humano, Romeo Casabona, es vital mantener «una estricta observancia del régimen legal de la cesión de datos a terceros, ajenos a la actividad asistencial«.

Y es que, y según Icíar Alfonso, vicepresidenta del Comité de Ética de la Investigación con Medicamentos de Euskadi, en la era de la tecnología Big data la anonimización de datos «no garantiza la protección de la privacidad de los sujetos y la confidencialidad de los datos«.

Por eso, defiende que son necesarias medidas adicionales de control del uso de los datos para determinar quiénes tienen permiso de acceso, para qué finalidad y de qué modo se tratan, siendo necesario «fomentar una cultura de privacidad acorde con los nuevos tiempos y las nuevas realidades», subraya esta especialista en Farmacología Clínica.

BIG DATA: BENEFICIOS CLÍNICOS

En este seminario también se ha puesto de manifiesto que la utilidad clínica del Big data empieza a ser evidente, y ya hay estudios clínicos con grandes bases de datos que demuestran asociaciones que de otra forma serían imposibles de inferir, como es el caso de la relación entre inhibidores de la bomba de protones y la insuficiencia renal, demostrada utilizando datos del seguimiento de una cohorte de 250.000 pacientes.

Y según Guillermo Alcalde, los beneficios clínicos teóricos «son enormes«.

Así, por ejemplo, se está trabajando para conseguir sistemas de ayuda al diagnóstico y tratamiento, sugiriendo pruebas diagnósticas o alternativas terapéuticas en línea, según protocolos preestablecidos o incluso proponiendo alternativas basadas en patrones detectados en la práctica clínica real.

En cualquier caso, admite este experto, «en nuestro entorno, la utilización del Big data es aún limitada por la falta de conexión de las diferentes bases de datos disponibles».

También para Icíar Alfonso las potenciales ventajas de la utilización de la tecnología Big data en salud «son incuestionables».

Por un lado, indica, «puede implicar una mejoría en el manejo y control de las enfermedades, especialmente en aquellas de curso crónico»; por otra parte, «su utilización en investigación, al procesar grandes cantidades de datos de diferentes pacientes, puede facilitar el acceso a nuevos conocimientos y su posterior diseminación«, asegura.

Los 10 robots de los que podrás enamorarte

La inteligencia artificial avanza a pasos agigantados. Repasamos su pasado, su futuro y los modelos de robots más sorprendentes del mercado.

Eliza nació en los años 60 y era limitada a nivel cognitivo, daba respuestas muy básicas pero era capaz de escuchar a un melómano y construir una frase con la palabra música. Sus discursos eran elementales, pero para el hombre fueron suficientes. La creación de aquel chatbot conversacional fue un éxito.

«Las personas ponemos muchas emociones en la comunicación, por eso suceden cosas que son imprevistas», sugiere Martín Molina, catedrático de Inteligencia Artificial en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). «Hay gente que tiene simplemente muñecos con aspecto humano para tener esa sensación de compañía, quién sabe qué podrá ocurrir cuando sean capaces de tener una conversación».

Al experto no le extrañaría que en el futuro alguien llegase a enamorarse de una máquina como le ocurrió a Joaquín Phoenix en Her. En un mundo cada vez más orientado a la soledad y a la prisa, las relaciones humanas se convierten en una suerte de milagro en la agenda, y estamos cerca de encontrar al llegar a casa a una forma humanoide capaz de localizar nuestros gustos y aficiones y responder a ellos.

Los robots ya son capaces de hablarnos de nuestra película favorita o recomendarnos restaurante. Al imaginar a una forma humana haciendo esto cuesta no tocar con la memoria las lágrimas de los replicantes de Blade Runner cuando, tras cuatro años, eran capaces de almacenar recuerdos; o repasar la letra de la canción de «La máquina vapor» de Mecano, en la que un hombre enloquece por una locomotora.

Molina recuerda la bravura del gigante Talos, cuyas articulaciones de bronce cobraron vida para defender a Creta en la mitología griega. Esta figura de Las Argonáuticas demuestra que la fascinación del ser humano por crear vida, de forma natural o artificial, está presente desde la antigüedad.

Después del «broncíneo Talos», el inventor húngaro Wolfgang von Kempelen alimentó la ilusión de la sociedad de su época en 1969 dando vida al Turco, un autómata que jugaba al ajedrez con los aristócratas. El artefacto se sentó frente a la emperatriz María Teresa de Austria y se enfrentó al mismísimo Napoleón, todos los miembros de la alta sociedad vienesa querían sentarse con el robot, que no era tal. El Turco no era un muñeco, el rival en el juego era un hombre que se escondía dentro de él. Sus contrincantes lo sabían, pero les gustaba imaginar que en un futuro lejano, esa situación podía ser real.

No mucho después creó Mary Shelley a su «Moderno Prometeo», que ocultaba reflexiones más profundas sobre la posibilidad de crear vida. La literatura de Isaac Asimov le toma el testigo. En el año en el que nació el literato, 1920, se usó por primera vez la palabra robot, se pronunció en una obra de teatro de Karel Capek, lo que demuestra según Molina que «no existía la tecnología pero sí el interés», esta pulsión se sigue manifestando con el éxito en taquilla del cine de ciencia ficción.

Las películas futuristas que recaudaron millones en los años 80 y los últimos avaces en inteligencia artificial ya se han encontrado en el camino. La obediencia del robot Pepper recuerda la actitud del droide de protocolo de Star Wars, C3PO y el coche autónomo de Ellon Musk trae al presente el futuro que encarnaba Kitt en El coche fantástico. La Siri que enamoró a Raj en The Big Bang Theory aguanta pacientemente el chaparrón de ingeniosas demandas de los usuarios de iPhone.

Al igual que los niños de la década de 1980 soñaban con los androides de La Guerra de las Galaxias, los de los 90 querían encontrar un coche teledirigido dentro de su regalo de Navidad. Quienes crecieron a principios del nuevo milenio alimentaban a un Tamagotchi e intentaban comunicarse con un Furby. En la segunda década de este siglo, los más jóvenes hacen cola para apuntarse a talleres y cursos de robótica y convertirse en Víctor Frankestein.

Los adultos nipones ya se acuestan con robots sexuales y los grandes fabricantes de «real dolls» se plantean la posibilidad de programar los estados de ánimo de sus muñecas y reproducir la dirección de sus pupilas y los gestos como lo haría una mujer. Algunas empresas se frotan las manos imaginando burdeles de muñecas, sus detractores se las llevan a la cabeza porque consideran que contribuye a un mayor aislamiento social.

El debate está servido, pero mientras se abren nuevos frentes han tenido que desenchufar a dos robots que estaban creando un lenguaje paralelo y propio para hablar entre ellos. En el museo Elder de Las Palmas de Gran Canaria un droide de aspecto amistoso da la bienvenida a los visitantes y ofrece indicaciones a los recién llegados. También existen robots con profesiones: son abogados, médicos y chefs y pueden caminar por el campo sin caerse, subir escaleras, cuidar ancianos y hacerte la lista de la compra. Molina cuenta que las últimas investigaciones avanzan hacia la interpretación de imágenes en movimiento, aunque recuerda que «es una gran disciplina que abarca muchas ramas, abarca muchos sectores, pero en todos ellos todavía es un bien de lujo».

El sentido común sigue siendo su asignatura pendiente. «Los androides todavía no entienden las consecuencias de sus acciones en la complejidad de su entorno. Carecen de intuición«, Molina indica que éste es el reto de la inteligencia artificial. La ciencia avanza en esta dirección y, aunque resulta muy estimulante imaginar un mundo híbrido, sabemos que en la gran pantalla Nexus 6 lloró ante su creador. Aquella noche lo mató cuando le negó un poco más de vida.

ROBÓTICA DOMÉSTICA

Muchos dispositivos están preparados para echar una mano en el hogar y solucionar tareas sencillas.

El más avanzado es Moley, el robot creado por Mark Oleynik, dotado de las soluciones tecnológicas más altas y de dos brazos con los que repite los movimientos de los mejores chefs.

«Es un avance muy representativo, sin embargo, se limita a repetir los movimientos aprendidos, no tiene la creatividad de un cocinero», cuenta Molina.

El robot aspirador Roomba, es autónomo y silencioso. Sus creadores ya han incrustado en su cuerpo numerosas aplicaciones tecnológicas como cámaras de vigilancia. Uno de las últimas ideas de esta empresa (Irobot) es instalarle un sistema para que elabore mapas que muestren los lugares donde se encuentra la mejor conexión WiFi.

ROBOTS SEXUALES

La inteligencia artificial está revolucionando el sexo: existen desde las muñecas sexuales hiperrealistas a robots sexuales con pene biónico, los trajes sexuales con sensores que aplican dosis de placer en las zonas más sensibles del cuerpo humano o los úteros artificiales.

La tecnología aplicada al sexo ha dado origen a un nuevo término, ahora hay ciudadanos «digisexuales» que se sienten más cómodos intimando con máquinas.

Los datos hablan: mientras a las personas les cuesta cada vez más establecer relaciones sociales, un tercio de los japoneses menores de 30 años es vírgen y los embarazos de adolescentes han disminuído con el desarrollo de las nuevas tecnologías.

AYUDA A LA DEPENDENCIA

Las investigaciones más interesantes están enfocadas al cuidado de personas mayores, una necesidad en muchos hogares.

Esta máquina dará al ser humano unos brazos más fuertes para cargar a la persona dependiente, asistirá a las personas con demencia senil proporcionándoles conversación, realizando llamadas o suministrándoles la medicación.

De momento, este tipo de máquinas está desarrollándo sus posibilidades. Los proyectos más interesantes son el robot Mario, creado bajo el abrigo de la Unión Europea para su programa «Horizonte 2020» y el robot Kompai (Robosoft).

SÚPER ROBOTS

La empresa Boston Dynamics está desarrollando máquinas de excelentes capacidades motrices. Los «Atlas» tienen un gran sentido del equilibrio, pueden incluso caminar por superficies irregulares como lo haría una persona. También saltan, recogen objetos, cargan mucho peso y son capaces de desenvolverse en temperaturas extremas.

Cuando su tecnología se desarrolle completamente y puedan comercializarse, podrán ayudar a sus dueños de forma muy eficiente.

ROBOTS AYUDANTES

Se encargan de realizar tareas rutinarias muy mecánicas, colabora con las personas para facilitarles trabajos sencillos y es uno de los modelos más interesantes para uso industrial.

«No pueden sustituir, por el momento, el trabajo de los operarios de una fábrica. Estos modelos son muy eficientes, pero les falta el componente del sentido común y pueden hacer daño a las personas».

ROBOTS ACOMPAÑANTES

Este tipo de robot se popularizó mucho desde su lanzamiento, ayuda a los seres humanos con tareas sencillas: dan la bienvenida, indicaciones de cómo llegar a un lugar y los acompañan.

Ada, por ejemplo, es guía en el Museo Elder, de Las Palmas de Gran Canaria y su trabajo suscita mucha curiosidad. Molina cuenta que no soy muy inteligentes, pero «te reconoce y te da las indicaciones necesarias, además de generar un gran impacto en quien se lo encuentra».

ROBOT ABOGADO

«Visto desde fuera el robot sabe de todo, pero no es así, lo que sabe es de una tarea muy concreta del ámbito jurídico», Manuel Molina hace hincapié en que la inteligencia de estos droides es mucho más básica de lo que parece desde fuera, sin embargo, reconoce que resuelve a los juristas la parte más mecánica de su trabajo.

«La máquina no enriende el documento, pero puede hacer este trabajo porque son expertos en textos y, aunque no tengan comprensión lectora, pueden extraer la información que los humanos necesitan». El experto en legalidad, eso sí, tiene que ser el humano.

ROBOT MÉDICO

Da Vinci es una creación Intuitive Surgical que realiza en quirófano operaciones sencillas bajo la dirección de un médico.

Puede especializarse en muchos campos, pero es más útil en cirugía oral y maxilofacial, cirugía pediátrica, general, cardíaca, torácica y ginecología.

Da Vinci opera en 24 hospitales españoles, 12 de ellos son públicos. Otros modelos de funciones similares son el robot Broca, el Flex y el Senhance. La opinión que merecen a Martín Molina es muy similar a la de los asistentes legales: «cognitivamente no son muy elevados, pero son capaces de desenvolverse muy bien el las áreas especializadas para las que están programados«.

DOMÓTICA

«Imagínate que tienes un robot chef y te va a hacer la comida, pero falta un ingrediente. Puede avisar a otra máquina para que haga la lista de la compra y ésta, a su vez, a otra que lo compre que lo compre. Tú sólo vas a tener que darle permiso«, con este práctico ejemplo explica Molina la dirección hacia la que avanza la domótica.

Hoy en día hay aparatos que controlan si alguien entra en una casa y ejercen de vigilantes de seguridad, controlan la temperatura, suben y bajan la luz y controlan la televisión.

«No es un humanoide, pero sí una colección de soluciones robóticas implantadas en toda la casa. La vivienda cobra unos niveles de comunicación con la persona muy elevados», asegura Molina.

ROBOTS DE COMPAÑÍA

Se trata de robots programados para dar cariño. Dentro de la roboterapia, representa uno de los dispositivos más avanzados.

A través de sus sensores de posición, audio, luz, temperatura y tacto perciben a las personas y recogen información de su entorno que traducen al lenguaje de las caricias.

Son expertos en lenguaje, e incluso son capaces de interpretar algunas palabras. Están pensados para acompañar a niños y personas mayores y responder a estímulos afectivos básicos. Muestran alegría si les haces caso y lloran cuando se les golpea o se les ignora.

 La industria ya emplea un ejército de 35.000 robots: dos por cada 1000 trabajadores

El ejército de robots crece sin parar. La industria española ya cuenta con cerca de 35.000 unidades. El modelo tradicional de relaciones laborales está siendo cuestionado.

La inteligencia artificial avanza. Y lo hace cada vez con más fuerza. En particular, en la industria. Un ejército de 35.000 robots industriales ya trabaja en España a pleno rendimiento. Es decir, dos de cada 1.000 trabajadores son hoy de material no humano y funcionan con algoritmos. O lo que es lo mismo, su identidad responde a una definición consensuada en la Federación Internacional de Robótica, que reúne a los fabricantes de autómatas. Un robot no es otra cosa que «un manipulador multifuncional, controlado automáticamente, reprogramable en tres o más ejes, que puede estar fijo o móvil para su uso en aplicaciones de automatización industrial». Tras estas características se esconde la competencia más agresiva que hoy tienen muchos empleos ‘tradicionales’.

Se trata de un proceso de automatización sin precedentes que no ha hecho más que comenzar. Entre otras cosas, porque el coste de fabricar un robot es cada vez más reducido y su rendimiento, por el contrario, es cada vez mayor. Como ha recordado un estudio del think tank Bruegel, uno de los más influyentes de Europa, en los mercados asiáticos ya existen más de un millón de robots funcionando, y de ellos la tercera parte está en China, donde el número de autómatas está creciendo a un ritmo anual del 21%. Por lo tanto, el triple que en Europa o en España (6%).

La Unión Europea (UE), sin embargo, sigue siendo la región con más robots. Básicamente, por la poderosa industria del automóvil, que es la más intensiva en la utilización de inteligencia artificial para sus plantas de ensamblaje y fabricación de vehículos. Eso explica que en 2020, según las previsiones de la patronal de fabricantes de autómatas, estarán en el mundo plenamente operativos algo más de tres millones de robots de toda suerte y condición. En Alemania, de hecho, ya hay algo más de cuatro robots por cada 1.000 trabajadores, mientras que en Italia o Suecia hay 2,5. Los tres países son los más volcados en el proceso de automatización de la industria.

La causa de este empuje, según Georgios Petropoulos, investigador de Bruegel, tiene que ver con que 170.000 robots participan en los procesos de producción de la industria del automóvil, aunque la robotización también tiene amplia presencia en la extracción de minerales, el suministro de electricidad u otras ramas manufactureras.

De hecho, el sector con mayor crecimiento en el número de aplicaciones de robots ya no es el del automóvil, sino la manipulación de paquetería o de maquinaria. Grandes plantas logísticas utilizan hoy de forma cada vez más frecuente robots para sus operaciones. Es decir, que los robots ya no son una competencia solo para los trabajos más peligrosos, tediosos o insalubres, sino que tienen cada vez más relevancia en sectores tradicionales, también en los servicios, la abogacía, el comercio o la Administración pública.

ROBOTS Y DESLOCALIZACIÓN INDUSTRIAL

Como sostiene un informe del servicio de estudios de La Caixa, un 43% de los puestos de trabajo actualmente existentes en España tiene un riesgo elevado (con una probabilidad superior al 66%) de poder ser automatizado a medio plazo, mientras que el resto de los puestos de trabajo queda repartido a partes iguales entre el grupo de riesgo medio (entre el 33% y el 66%) y bajo (inferior al 33%).

Los robots, incluso, están cerca de provocar un cambio radical en las relaciones laborales. Como ha puesto de relieve un informe de CCOO sobre el impacto de la digitalización en la economía, la deslocalización industrial, que supone trasladar plantas completas a países emergentes para aprovechar sus bajos costes de producción, está amenazada porque un robot no entiende de fronteras ni de costes sociales. Es decir, produce lo mismo y al mismo coste en China, Vietnam, Stuttgart o Barcelona. Esto hará, según CCOO, que las industrias nacionales, como ya está sucediendo en algunos países, recuperen todos los procesos de la cadena de valor con la correspondiente creación de empleo en el país inversor, normalmente con menos riesgos en términos geopolíticos, seguridad jurídica o tipo de cambio.

Según la Asociación Española de Robótica y Automatización (AER), la soldadura ha dejado de ser la aplicación más utilizada, con algo más del 19% del número total de robots, siendo superada por la manipulación y carga o descarga de máquinas, que representa ya más del 57% de los nuevos robots incorporados en 2016 al sistema productivo. En total, el ejército de robots lo componían en España a finales de ese año un total de 34.528 unidades. Y en aumento.

Su irrupción masiva no ha hecho más que comenzar. La Federación Internacional de Robótica (IFR, por sus singlas en inglés) estima que si en 2016 entraron en funcionamiento 3.919 nuevos robots industriales, en 2020, dentro de apenas dos años, comenzarán a operar 6.500 unidades, lo que sitúa España entre los países europeos más abiertos a la utilización de ingenios electrónicos alimentados con algoritmos. Si bien todavía por detrás de Alemania, que pondrá en funcionamiento alrededor de 25.000 nuevas unidades en el periodo, cuatro veces más que España.

UNA REVOLUCIÓN DISRUPTIVA

Como se ha dicho, esto no es más que el comienzo. Por delante hay una revolución que será necesariamente disruptiva, y a medida que la industria 4.0 se generalice -lo que supone la digitalización de los procesos industriales-, el uso de robots tenderá a acelerarse gracias a la simplificación de sistemas informáticos y a la mayor compatibilidad de datos, como asegura Petropoulos. Los datos de un robot se podrán compartir con los de otros a través de la nube, lo que supone una intercomunicación entre robots que hoy es solo incipiente. Y lo que no es menos relevante, robots autónomos capaces de tomar decisiones cada vez más complejas. El riesgo es evidente para el empleo.

Pero, como dicen los expertos de CCOO, el problema no es el número de empleos que se pierdan con la automatización, sino que la economía no sea capaz de producir los suficientes puestos de trabajo para compensar las pérdidas que ocasionará la revolución 4.0 en la industria. Máxime cuando la irrupción de los robots, como ha dicho la economista jefa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Irmgard Nübler, no es lineal, constante, sino que llega en oleadas, por lo que en periodos de transición el empleo se resiente. Periodos de fuerte destrucción de puestos de trabajo vendrán seguidos de otros de recuperación del empleo. La célebre destrucción creativa de Schumpeter.

Existe una evidencia: las nuevas fábricas tenderán a ofrecer menos empleos cualificados o de muy baja cualificación, y no es seguro que otros sectores puedan absorber esa mano de obra. Por el contrario, los empleos que quedarán más protegidos serán los más creativos, capaces de escapar de la influencia de los robots.

La paradoja es que antes había coincidencia en que los trabajos más afectados serían los menos cualificados, pero hoy hay sectores como el transporte, la sanidad (nanorobots), la limpieza o, incluso, las tareas administrativas, que tienden a ser sustituidos por máquinas que no pagan impuestos ni cotizaciones sociales, lo que ha abierto otro debate sobre cómo financiar la Seguridad Social en un entorno laboral cada vez más automatizado. Y en el que los ‘compañeros’ de curro no enferman, no hacen huelgas, no piden subida de sueldo, siempre obedecen y trabajan 24 horas al día los 365 días del año. Dura, muy dura, competencia.

Comentarios

QUE DATOS TAN IMPÓRTANTES, NOS CREAN MIEDO Y DUDA, DE QUE PASARA EL DIA DE MAÑANA CUANDO LAS PARSONAS SE QUEDEN SIN TRABAJO, QUE SERA DE LA HUMANIDAD ?

Enviado por JESUS ARMANDO Q… (no verificado) el Vie, 12/01/2018 – 05:52

 El reto de la formación en la sociedad posindustrial

¿De qué forma mantenemos en el mercado laboral a aquellas personas mayores de 65 años que están en condiciones de trabajar? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cómo reciclamos a nuestros mayores?

Europa y Occidente envejecen, y España con ellos, a una velocidad aún mayor. Durante aproximadamente 60.000 años, y hasta mediados del siglo XIX, la esperanza de vida de la población mundial fue siempre de alrededor de 31 años. Las mejoras en la higiene personal y los avances médicos provocaron la reducción en la mortalidad de las edades más tempranas; estas circunstancias, así como los cambios en la actividad laboral, supusieron asimismo una reducción de la tasa de mortalidad general de la población y un aumento en la probabilidad de supervivencia en las personas de mayor edad. La modificación en los hábitos diarios hacia otros más saludables ha hecho que, hoy, un nacido en Occidente pueda esperar vivir más de 100 años.

Incluso dejando de lado la idea de la muerte de la muerte que preconizan algunos científicos, debemos ser conscientes de que la esperanza de vida, en todo el mundo, es cada vez mayor. Asimismo, el ratio de dependencia, definido como la proporción de quienes tienen entre 16 y 65 años respecto de quienes tienen más de 65 años, es decir, quienes pueden trabajar y cotizar frente a quienes estarían en la edad tradicional de jubilación, pasará de los ocho activos (potencialmente activos, entiéndase, pues no todos trabajan) por cada jubilado de ahora (en todo el mundo) a los cuatro por cada uno en 2050; en España, hoy, la tasa es de menos de dos activos por cada mayor de 65 años, de acuerdo con el INE. Y si el 1 de enero de 2016 en España contábamos con 8,6 millones de personas de más de 65 años (el 18,4% de la población), en 2066 seremos (espero) más de 14 millones; más de uno de cada tres españoles superará la barrera de los 65 años, la que ha dado, desde hace años, acceso al ‘derecho’ a una pensión.

Así pues, afrontamos un reto de dimensiones colosales, un reto del que los líderes políticos de todos los partidos de todo Occidente (también los nuestros) son absolutamente conscientes pero que, por razones electorales, prefieren ocultar, evitar y trasladar al siguiente, acogotados ante la posibilidad de tener que tomar decisiones difíciles, con un coste electoral claro. ¿De qué forma mantenemos en el mercado laboral a aquellas personas mayores de 65 años que están en condiciones de trabajar? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué fórmula habilitamos para que sus derechos consolidados en forma de pensión no se vean perjudicados por la nueva situación? Y, la más importante de todas, relacionada particularmente con la primera, y ante la enorme transformación productiva a la que estamos asistiendo: ¿cómo reciclamos a nuestros mayores?

Esta es posiblemente la clave de bóveda del nuestro entramado educativo. En Occidente, y particularmente en España, el trabajo de los jóvenes (desde el punto de vista de su incorporación al mercado laboral), dejará tarde o temprano de ser un problema; cada vez son menos, en comparación a los mayores, y por tanto siempre habrá actividades que requerirán de su vigor. Sin embargo, es altamente preocupante el desinterés de la mayor parte de la comunidad educativa por la transformación de los sistemas de formación. Los políticos, que son quienes en último lugar tienen la capacidad legislativa, se preocupan por los resultados de escolarización, de fracaso escolar y de la posición del sistema en su conjunto en las escalas internacionales, como PISA. Los sindicatos, tan preocupados por la defensa de la enseñanza pública, no plantean una sola propuesta de modificación de unos planes de estudio que quizá fuesen válidos para una sociedad industrial basada en el papel (las tasas de desempleo juvenil, tanto entre quienes abandonan la educación obligatoria como entre los de mayor titulación académica, retan tal aproximación), pero que resultan inútiles en la sociedad del 5G.

El acceso a la información (a toda la información, desde la más inocente hasta la más especializada) es prácticamente absoluto, a unos costes irrisorios. Actualmente, un estudiante que haya acabado bachillerato puede acceder sin coste a un curso completo de formación en ciencia de datos de varias universidades norteamericanas. Insisto, sin coste alguno, o más bien, sin coste de desplazamientos, de matrícula, de biblioteca, de examen; solo pagando la cuota del cable de fibra óptica (estándar prácticamente en todas las ciudades españolas), la amortización del ordenador, o las cuotas de los datos de su terminal inteligente.

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3 comentarios

  1. Ahora más que nunca sabemos de la importancia de la ciencia… Un post que sin lugar a dudas debería de tomarse más cómo una nueva realidad.

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