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“La autonomía universitaria se malinterpreta si no está articulada con la sociedad”

Ángel Gabilondo Pujol

Presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE)
 

13/03/2008

Ángel Gabilondo Pujol es, desde el 9 de octubre de 2007, presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), gracias al voto favorable de 58 de los 62 rectores asistentes a la reunión en la que se eligió al sucesor del profesor Juan Vázquez, Rector de la Universidad de Oviedo.

Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, de la que es Rector desde 2002, ha sido previamente presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Madrileñas (CRUMA).

1.- ¿Cuáles son los principales proyectos contenidos en el programa electoral que va a llevar a cabo como presidente de la CRUE?

Más que nunca en un sistema universitario que acabó implantándose casi por provincias, extensivo, ahora se está haciendo una política de intensidad o de calidad, dirigida hacia una idea de universidad más de excelencia. Hubo un tiempo de democratizar socialmente la educación superior, y ahora, cuando el sistema tiene una extensión razonable, es tiempo de trabajar en otra línea: en la de que cada universidad tenga sus propias señas de identidad, sus prioridades. Hay que establecer procesos de colaboración, con gestos de vertebración, de redes plurales, no cerradas. Una misma universidad puede estar en varias modalidades de articulación, lo que tiene que ver con los estudios, la investigación o la captación de fondos.

La CRUE tiene que trabajar para propiciar y favorecer esos espacios de colaboración, relación y articulación, esto es determinante para lograr que el sistema sea abierto y plural. Y no sólo abierto y plural, sino a la vez coordinado y organizado. La CRUE tiene primero que organizarse mejor, coordinarse y trabajar más como una organización, y colaborar en todos los procesos de articulación del sistema universitario español, así como con otras universidades. También es preciso trabajar en los procesos de comunicación y de presentación pública y social del sentido y del alcance de la labor de la universidad. Tenemos que trabajar para tener un mensaje más claro y una relación más directa con la sociedad haciendo políticas específicas de comunicación. En vez de hacer un discurso de lamentos, de no nos comprenden, la universidad debe tratar de explicar su actividad. No basta con estar convencido, sino que hay que ser convincente, así que esta política de comunicación para generar espacios de confianza me parece importantísima.

Asimismo es preciso trabajar para que el Consejo de Universidades no sea un mero foro, sino un espacio de toma de decisión, lo que requiere que haya un reglamento y unos procedimientos bien definidos. El Consejo debe elaborar informes para que el Gobierno pueda tomar decisiones en uso de sus atribuciones, es decir, queremos que no sea sólo un ámbito para exponer o debatir.

También me parece que debemos trabajar en la modalidad de financiación de la propia CRUE. Concretamente, la reunión sectorial de gerentes está trabajando en la elaboración deun estudio sobre su financiación, para que podamos proponer objetivos distintos de la pura supervivencia.

La dirección de todo un debate social sobre la financiación de la universidad es insoslayable. Hay que hablar sin prejuicios, con libertad, con convicción, pero sin temor también, sobre cuál es el modelo de financiación del sistema universitario. No es un asunto que deba resolverse sólo entre las universidades y el Ministerio de Educación y Ciencia. Es un debate social. Habría de ser un modelo con indicadores, con objetivos, con resultados, elaborado sobre una base común. Un modelo en sintonía con los que ya existen en las Comunidades Autónomas. Debe facilitar la articulación con las iniciativas de las Comunidades Autónomas, así como con las que procedan de la iniciativa privada, que es uno de los déficits principales del sistema universitario español. No hemos sabido generar la confianza o la cultura de la participación de la iniciativa privada en la financiación de la universidad. Pero también a cada cual le corresponde hacer su autoanálisis crítico.

Por otro lado, queremos una CRUE como espacio de estudio, de análisis y de difusión de resultados, de generación de una documentación rigurosa. En las universidades tenemos personal capacitado para hacerlo. Disponemos de La Universidad en cifras[1], pero hay que contemplar otros aspectos. Me gustaría generar una mínima estructura para ello, no digo un gabinete de estudios, pero sí un equipo que pudiera hacerlo.

Por otro lado, trabajamos para que la CRUE dé cuenta pública de cuál es la labor de la universidad. Las universidades cuentan con miles de personas capacitadísimas, con una extraordinaria formación, tienen un millón y medio de estudiantes, esto es, tenemos un enorme potencial y hemos de mejorar la gestión y la organización. Los desafíos se relacionan con el objetivo de involucrar a otros para que sientan como suyo este proyecto. La universidad no es de los que están en ella, la universidad es de la sociedad, no es patrimonio de ninguna institución.

2.- Se ha convertido en un lugar común destacar la necesidad que la universidad tiene de adaptación a un entorno dinámico y turbulento en el que diversas fuerzas económicas, culturales, políticas y sociales hacen precisa una renovada visión estratégica, pero ¿cómo puede promoverse eficazmente que sea la propia universidad quien genere el impulso transformador, asumiendo de nuevo (tal y como hizo en otras etapas históricas) su papel de vanguardia social y cultural?

La universidad ha tenido momentos de supervivencia en los cuales era el espacio de debate, precisamente el debate que correspondía a otros ámbitos políticos que no existían. También había que crecer, y esto genera una cultura difícil de cambiar, en la que cada uno lucha por salir adelante. Ahora necesitamos masa crítica, lo que pasa por comprender que sólo creceremos juntos. En este nuevo contexto la competitividad debe ser compatible con la solidaridad, porque de lo contrario la competitividad se convierte en un instrumento de autodestrucción.

La generación y la transmisión del conocimiento van juntas, tienen una articulación, lo que incluye -si se entiende bien- un elemento de transmisión que llamamos transferencia: retornar a la sociedad el conocimiento. El conocimiento genera realmente bienestar social. El sentido mismo de la universidad requiere una aplicación social, no meramente técnica, del conocimiento. La universidad debe adaptarse a la realidad existente, pero también generar una realidad diferente, por eso es importante el espíritu crítico. A veces por diversas necesidades hemos entendido que aplicar el conocimiento básico era una supeditación al mercado existente. Hay un concepto de rentabilidad social que no excluye la idea de una crítica para generar una sociedad diferente. Es precioso buscar formas de sociedad que me atrevería a calificar como más justas. Ya hemos realizado una travesía, ya no hay excusas, debemos dejarnos de lamentos y asumir que la generación y la transmisión del conocimiento tienen que ir íntimamente unidas para hacer rentable socialmente la labor universitaria. Por tanto, la rentabilidad social de la universidad sí incluye su dimensión crítica como institución generadora de posibilidades. Se podrá explicar sociológicamente de muchas formas, pero no somos meros espacios de formación de profesionales o de adiestramiento de empleados.

3.- No obstante, a pesar de esa función crítica y creadora, ¿no considera que la universidad como organización adolece en ocasiones de un comportamiento conservador y poco dado a la innovación y al riesgo?

Somos una institución centenaria, lo que implica que la universidad tiene todas las ventajas de las instituciones centenarias, entre ellas la sabiduría, que es un forma de saber. Las instituciones son bastante sólidas, sobreviven a distintas leyes y gobiernos, y, como tal, la universidad es una institución que tiene una cierta tendencia por la que le cuesta moverse. La universidad ha agitado socialmente, pero luego no se ha agitado a sí misma. Estimo que el cambio más difícil es precisamente ese cambio de cultura, perder el temor a revisar nuestros planteamientos y abrirnos a nuevas posibilidades. No se trata de perder la identidad, yo diría que se trata de recobrar alguna identidad perdida. Lo más difícil es cambiar las cabezas, las mentalidades, las ideas.

La universidad es uno de los sitios más extraordinarios en los que hoy se puede estar. En la universidad hay mucha libertad, muchas posibilidades, mucha creatividad, se diga lo que se diga. Bastante más que en ámbitos como por ejemplo la banca, la política o la religión. Sin embargo, una vez que tenemos esas posibilidades, ¿por qué nos cuesta tanto cambiar? Durante años en la universidad ha predominado una política de salir adelante, de hacer tu propia carrera personal en unas condiciones que nunca han sido fáciles, con una remuneración y un reconocimiento social que no han sido grandes. Lo que sí se hacen son discursos sobre la labor del profesor, pero luego los reconocimientos, las retribuciones que tienen no son tan importantes. Vemos como hay profesionales que son seducidos por otros contextos y lugares. En la universidad se está por vocación, claro, y cuando a alguien se le dice que esté por vocación ya se le está diciendo que se le va a pagar mal. Este ha sido muchas veces el discurso sobre la profesión de profesor o de investigador cuando no ha sido considerado socialmente.

La universidad es una institución que en algún momento ha vivido a la defensiva, por tanto hay que superar ese estado de opinión o de ánimo con un mensaje claro: creemos que el conocimiento produce bienestar, y hemos de demostrarlo. En todos los ámbitos, si se quiere hacer algo de verdad, se necesita conocimiento. Sin conocimiento no hay nada que hacer. Hoy por hoy las grandes potencias del mundo saben que es preciso, y lo buscan por todo el mundo, esté donde esté. Considero que es un muy buen tiempo para la universidad, una gran oportunidad, un gran desafío. Hemos de afrontar sin temor este debate mundial sobre qué es una universidad y como en ella hacemos las cosas en serio. Debemos abordarlo con toda seriedad, ver qué tipo de alianzas hay que establecer con las administraciones, con las organizaciones, con las empresas, para ser verdaderamente eficaces y rentables.

La universidad no es un fin en sí mismo, sino un medio para la creación de una sociedad distinta y mejor. Creo que estas dinámicas que nos hacen estar casi diría en una crisis de madurez, de desconcierto, de búsqueda de caminos, explorarán fructíferamente, porque tenemos a mucha gente muy válida pensando sobre ellas.

4.- Diversos investigadores de la organización universitaria, como Birnbaum, hablan de la institución como de una anarquía organizada. ¿Cómo se pone en marcha una entidad tan grande y anquilosada cuando no siempre se dispone de las técnicas y las herramientas propias del cambio organizativo?

Este es el gran desafío, el de las formas de gobierno, lo que ahora se llama la gobernanza. Es necesario estudiar y comprender los diversos modelos existentes y adaptarlos a nuestras realidades. También es verdad que hemos pasado de un sistema autoritario a otro más democrático, lo que ha extendido los ámbitos de la toma de decisiones. No estoy en contra de que las decisiones sean compartidas, pero a veces malentendemos la palabra “compartida”. Noquiere decir más asamblearia, con la participación de cientos de personas en procesos lentísimos que diluyen la responsabilidad. Parece que siempre estamos como exculpándonos, y decimos lo decidió el claustro, o la junta, o el departamento. Hay que asumir la responsabilidad y luego dar cuenta pública de lo que se hace. La gestión, la organización y las formas de gobierno o la gobernanza son de los temas más serios que hoy tiene planteados la universidad. Por ejemplo, uno de los temas prioritarios de debate ahora en Cataluña es que todas las universidades públicas catalanas están planteando establecer una alianza con el nombre de Universidad de Cataluña, no universidades de Cataluña, sino una única estructura con objetivos específicos, sin diluirse, ni dejar de ser cada una. Otro ejemplo: las Universidades Autónoma de Barcelona, la de Madrid, Carlos III de Madrid y Pompeu Fabra hemos constituido la “Alianza 4 Universidades” para establecer quizá alguna sede unitaria en Bruselas para captar recursos de investigación, hacer intercambio de doctores, o hacer otras políticas de interés común.

En suma, las formas de gobierno, la gobernanza, son para mi gusto uno de los temas más importantes de la universidad. El caso es que de lo que se habla es de cómo se elige al rector. No digo que esto no sea importante, pero es absolutamente secundario siempre que se respeten las formas democráticas, dentro de las cuales hay varios modelos para elegir a esa figura. Creo que la universidad tiene formas de gobierno lentas y que podrían dar la sensación de diluir las responsabilidades.

5.- En Europa se están acometiendo importantes cambios que afectan a la universidad. Incluso en países que no acostumbramos a poner como ejemplo en estas cuestiones, como Portugal, se inician transformaciones profundas. Por ejemplo, poner a las universidades públicas bajo el control de fundaciones en las que tienen presencia distintos sectores sociales, con lo que se quieren aproximar a ciertas situaciones propias de los países anglosajones. En ese marco se plantean cuestiones tales como que los profesores dejen de ser funcionarios públicos y pasen a ser contratados por la fundación.

No creo en los arrebatos ni en las ocurrencias, creo más en la intensidad que se muestra en la convicción que en las medidas supuestamente contundentes que no pasan de ser arrebatos. Aquí lo que hace falta es adoptar un camino firme, serio y continuado que lleve hasta la transformación. Esa transformación está claro que va a significar una implicación muy distinta de los Consejos Sociales que están llamados, si se hacen las cosas bien, a tener un protagonismo enorme en la forma de gobierno de la universidad. Eso si se hacen las cosas bien porque, para empezar, ya tienen mucho poder: entre otras cosas, son los que aprueban el presupuesto de la universidad. Pero también creo en que la autonomía universitaria necesita incorporar la opinión de la sociedad.

El problema consiste en saber dónde se pone el oído para escuchar la voz de la sociedad, porque aquí hay mucho supuesto portavoz de la sociedad. Y nos dicen: es que la sociedad demanda, es que la sociedad pide, pero, ¿quién es la sociedad que pide y con qué voz reclama? Portavoces de la sociedad que se eligen a sí mismos hay muchos, y una cosa está clara: para tener una universidad con autonomía, la sociedad debe estar también presente en el propio seno de su organización. Hay que preguntar en muchos lugares, pero desde luego uno de los sitios en los que hay que preguntar es en el consejo social, en el que están representados los sectores sociales. Por eso estoy a favor de unos consejos sociales fuertes, con personas de enorme implicación y responsabilidad, dispuestas a trabajar conjuntamente los consejos de gobierno de las universidades. Hay miembros del consejo social en el consejo de gobierno, y hay miembros del consejo de gobierno en el consejo social. Eso está bien, y, por ejemplo, ahora que se van a hacer nuevos títulos, hay que saber lo que piensa el consejo social. O cuando se vayan a adoptar nuevas formas de financiación, hay que oír al consejo social. También el consejo social ha de trabajar intensamente con iniciativas. Si el consejo social es débil, la autonomía universitaria se resiente. La autonomía universitaria no es la independencia con respecto a las demandas sociales. Aquí se emplea la idea de la libertad de cátedra como una maravilla intangible. La autonomía universitaria también se puede malinterpretar si se considera que cada uno puede hacer lo que se le ocurra, también se malinterpreta si no está articulada con la sociedad. La autonomía o es colaboración o es articulación, o está malentendida. Y, para que eso sea así, es indispensable la transferencia y la rendición de cuentas.

6.- En el Comité Permanente de la CRUE que usted encabeza hay paridad considerando el conjunto de los vicepresidentes y los vocales, aún cuando sea llamativamente escaso el número de rectoras de las universidades españolas. ¿Será esta una de las señas de identidad de su mandato? ¿Cómo piensa promover desde la CRUE la paridad en la institución universitaria?

Son todas ellas personas competentes, que aman al sistema universitario, que representan la diversidad y la pluralidad de ciencias, de concepciones, de modelos. También representan a universidades grandes y pequeñas, en grandes y pequeñas ciudades, en distintas comunidades autónomas. Creo en la diversidad de la universidad. Lo que he buscado sobre todo es a personas competentes. Y al margen de fijarme en unas universidades u otras, resulta que unas de esas personas son hombres y otras son mujeres, además me gusta que sea así. Ha de hacerse así. Por ejemplo, en esta universidad hay un Observatorio de Género. Es necesario realizar políticas específicas, lo que supone acciones positivas, pero no me gusta la expresión discriminación positiva. Lo que hace falta son acciones positivas, porque la universidad tiene un déficit extraordinario en este sentido. Llega un momento en que, por ejemplo, para ser catedrático, catedrática, la conciliación se hace difícil. Incluso se genera una cultura de crear espacios para que el otro crezca: parejas universitarias en las que mayoritariamente se abre paso al hombre y no a la mujer. Tenemos que trabajar claramente en esto. Transmito mi voluntad y mi apertura a las ideas mejores y más claras en esa dirección.

Encontramos acciones interesantes, como las medidas específicas que ha tomado el CSIC, o la reciente resolución del Tribunal Constitucional sobre la paridad en las listas electorales. Todo eso nos lleva a que necesariamente todos los equipos de gobierno han de presentar una composición paritaria, desde los equipos decanales a los equipos de gobierno de las universidades. No quiero interferir en la autonomía de las universidades, pero me parece que hoy un candidato a decano o a rector debe presentar una candidatura paritaria, y paritaria quiere decir que no haya más de un sesenta por ciento de un mismo sexo. Esto debería interiorizarse en la cultura, de modo que no haya que tomar disposiciones para que esto sea así. Luego ya vienen más problemas de paridad en la vida académica, de número de catedráticos y de catedráticas. Debemos procurar una mayor presencia de la mujer en tribunales y en comisiones. Hay que trabajar en esa dirección, porque luego uno se encuentra con comisiones donde todos sus miembros son hombres. Debería entenderse con naturalidad que la paridad debe estar presente siempre, incluso en los actos públicos donde toda la mesa está compuesta por hombres. Eso se percibe hasta visualmente en las inauguraciones de curso y en otros actos, y no estoy hablando sólo de hacer una estética, sino que hay que visualizar la realidad de que en la universidad hay hombres y mujeres. Simbólica y efectivamente. Este es un trayecto difícil, pero es una necesidad clara. 

7.- ¿Cuál es su percepción de las relaciones actuales entre innovación y universidad?

España no ha sido un lugar de grandes innovaciones, parece más bien el espacio de los inventores, de la invención en la que se premiaba la originalidad del ocurrente. Algo parecido sucedía en otros contextos, como por ejemplo los deportivos, en los cuales de vez en cuando aparecía la estrella fulgurante.

Ahora ya no es así, ahora hace falta equipo, aunque existe la figura del gran médico, del gran investigador que trabaja aislado para ver si llega a premio Nobel. Pero el camino es diferente. El premio Nobel es la apuesta de todo un país, porque su logro requiere estructuras e infraestructuras, procedimientos y sistemas. Creo que ahora empezamos a entrar en esa cultura, pero también debe señalarse que en el ámbito de las empresas tampoco domina ese enfoque. Espero que el Plan Nacional de I+D+i favorezca esta orientación, pero me inquieta que ese plan no vaya unido como desearía a la formación de gestores de la innovación. Es decir, que haya dinero para investigación pero no lo rentabilicemos adecuadamente,porque hay que gestionar la innovación.

La cultura de la innovación esta cambiando en España, no diré que persiste eso de que inventen ellos, pero también es cierto que la cultura de la innovación no estaba implícita en las propias empresas. Por eso la implicación de las empresas, de las pequeñas y medianas empresas, ha de ser mayor. Con esa implicación se podrán desarrollar muchos procesos de colaboración, porque cada empresa no puede tener necesariamente un servicio de investigación y de innovación propio. Sus esfuerzos deber incorporarse a unidades de gestión de esa investigación en las universidades. Por ejemplo, la Autónoma tiene en su entorno a cientos de empresas, y en nuestro consejo social hay representantes de asociaciones que aglutinan más de mil quinientas empresas. También está representada la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, que agrupa a miles y miles de empresas. Se trabaja en esa línea, como indica el crecimiento de las cátedras de patrocinio o el desarrollo de los Parques científicos y tecnológicos, y estamos generando unidades de coparticipación en la gestión. Pero este no es sólo un problema de España, sino también de Europa. De ahí los esfuerzos por desarrollar y articular los Espacios Europeos de Educación Superior y de Investigación, que esperamos fructifiquen adecuadamente para mejorar el bienestar de todos.

[1] Hernández Armenteros, J. (dir.), 2007, La universidad española en cifras 2006. Madrid: CRUE. Accesible en la siguiente URL: www.crue.org/pdf/Launiversidadcifras2006.pdf



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