Documentación histórica en detalle

La Torre de la Mina señala la importante vinculación que ha tenido Bustarviejo con la extracción de minerales. Las primeras noticias de esta actividad proceden del año 1417 cuando unos comisionados del Rey don Juan II avisaron del descubrimiento de "un venero de margaritas argénticas en el Bustarviejo".

Esto lo sabemos gracias a la labor recopilatoria que hizo el presbítero Tomás González alrededor de 1832, a instancias del Rey Fernando VII, quien le encargó que inventariase todos los documentos que sobre minería estuvieran guardados en el Archivo de Simancas.

También localizó Tomás González otro importante texto, fechado el 7 de junio de 1649, según el cual se reconoce a Antonio Zambrana para que pudiese labrar cuatro minas, una de ellas ubicada en el denominado Cerro de la Plata de Bustarviejo.

Durante aquellos años de la segunda mitad del siglo XVII, el interés por los minerales aumentó considerablemente en esta localidad madrileña. Fue en 1660 cuando un "Indio", probablemente alguien que regresaba de América, trabajó en la mina y empezó a construir el molino. Años después, otros buscadores de riqueza consiguieron la licencia para beneficiar vetas minerales en la misma zona del Cerro de la Plata.

Ya en la siguiente centuria, en torno al 1771, Casimiro Gómez Ortega, Catedrático del Jardín Botánico de Madrid, se dedicó a analizar la composición química del agua de distintos cauces; en las del arroyo que nace entre las faldas del cerro Bustar y Cabezas de la Braña, donde encontró partículas de metales preciosos, así como jaspe, con vetas afiligranadas que pensó pudieran ser de plata o de oro.

A esta misma conclusión llegó el estudio que ha pasado a la historia como "Cuestionario del Cardenal Lorenzana", realizado en 1780 por la diócesis de Toledo. En él se puede leer que las aguas de varias fuentes en el término municipal de Bustarviejo, especialmente la de la Mina, en el Cerro de la Plata, cuenta con minerales sulfurosos y algunos pedazos de oro.

Según señala Casiano de Prado (1864) hasta 1841 no se contagió Madrid de la fiebre minera que estaba extendiéndose por la Península Ibérica. Fue entonces cuando "pasaron de 500 las solicitudes de registro o denuncio que se presentaron". Se buscaba el mineral con ahínco, casi sin saber muy bien cómo sacarlo de las entrañas de la tierra, con la ilusión de arrinconar la pobreza a golpe de martillo contra la roca.

En 1855 aparecen en la Jefatura de Minas los primeros datos oficiales. Se habla de dos minas, la Indiana y la Soledad. En la primera "se realizó un pozo de sección cuadrada de 2,30 metros, con 25 metros de profundidad en el granito". En la otra, "se trabajó un pozo de 10 metros". La mina fue explotada por la Sociedad La Madrileña hasta 1867. Este año señala el fin de la prospección de plata; de ahora en adelante, el objetivo será el arsénico.

La producción de arsénico debió ser lo suficientemente rentable como para que se instalaran dos fundiciones, una a pie de mina, y la otra en la parte Norte del municipio, en el lugar que ahora se llama "calle de la Fundición". Esta última desapareció completamente en el año 1940, cuando fue derruida para llevar a cabo diversas edificaciones. El mineral, por tanto, se trituraba en el molino existente en la Torre y, después, se fundía de manera continua. El oro y la plata obtenido se llevaba a Madrid en lingotes para la fabricación de monedas.

A principios del siglo XX parece ser que quedaban restos de varios hornos derruidos de poca altura, que alineados, según escribiera Menéndez Ormaza, "señalan la galería de gases a unas cámaras de condensación al tresbolillo, de los cuales se inicia la galería de humos que por la ladera asciende hasta lo alto del cerro, donde se había colocado la chimenea a nivel muy superior para conseguir el tiro". En la actualidad casi no es posible reconocer los restos de los que hablaba este investigador.

Reconstrucción del croquis de Menéndez Ormaza
Reconstrucción del croquis de Menéndez Ormaza

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