Fabricando Tejas y Ladrillos: la Memoria del Barro en Madrid 


 La mecanización y las primeras fábricas

Las primeras fábricas mecánicas de ladrillos aparecen en Madrid a finales del siglo XIX y con ellas las primeras concentraciones obreras del sector. La progresiva aplicación de procedimientos mecánicos y el uso extensivo de mano de obra exigirá el diseño de nuevos centros de trabajo y la concepción de espacios adecuados a las nuevas necesidades productivas. En definitiva, la implantación de una nueva lógica organizativa que supondría una ruptura con los modos de obrar tradicionales y las destrezas que caracterizaron el trabajo manual del tejero.

Conocemos así, la aparición de empresas pioneras y emblemáticas, como la Cerámica Madrileña o la Fábrica de Ladrillos Valderrivas premiadas ambas en la Exposición de Industrias Madrileñas celebrada en el Buen Retiro en 1907.

Diploma de la Exposición de Industrias de Madrid, 1907
Diploma de la Exposición de Industrias de Madrid, 1907.
Premio de cooperación Extraordinario a la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos
por el conjunto de sus instalaciones. Madrid, 30 de octubre de 1907.

Y junto a ellas, otras empresas algo más tardías, entre las que se encuentran la fábricas María Paz y Norah, ubicadas en Villaverde, o la célebre Estela de Alcalá de Henares, encabezan la nómina de las cerámicas más sobresalientes del sector durante el primer tercio del siglo veinte.

Los cambios y avances mecánicos se sucedieron a lo largo de todo el proceso productivo y junto a ellos, aparecieron oficios de distinto tipo, así como especialidades y puestos dotados de nuevos contenidos de trabajo. Picadores, aplanadores, cargadores y transportistas, organizados en cuadrillas, se encargarían de la extracción y abastecimiento de la materia prima. Molinos, trituradores, artesas, amasadoras y cortadores automáticos (o máquinas "galleteras", como las llamaban), capaces de obtener y trabajar con barros más depurados, entraron en escena sustituyendo a los antiguos moldes de madera favoreciendo la obtención de nuevos productos, como el ladrillo hueco y la teja de plana, de mayor calidad y resistencia.

Obreros trabajando Obreros trabajando
Obreros trabajando en la Sala de fabricación de la Cerámica "Pinilla" (Colección Ramón del Olmo)

El diseño y la construcción de grandes naves o secaderos con sistemas de ventilación adecuada mejoraron el proceso de secado de las piezas que se venía realizando al aire libre.

Pero el cambio más espectacular se produjo en la cocción de los materiales con la introducción del horno hoffman un revolucionario sistema basado en la circulación permanente del fuego o largo de una extensa galería compartimentada, de forma que el horno funcionaba sin interrupción aprovechando el calor de los ladrillos cocidos y empleándolo en los que estaban sin cocer.

Estas primeras cerámicas demandaron un elevado número de trabajadores repartido a lo largo de todo el ciclo productivo. Junto a los obreros encargados de las tareas de extracción, carga y transporte de la arcilla, el grueso de la plantilla abarcaba a los peones y aprendices que encontrábamos: ayudando en la alimentación y el recibimiento de la producción de las máquinas, atendiendo el arrastre y la colocación del material en los secaderos, limpiando la fábrica, etc.

El puesto de "galletero", por ejemplo, era considerado como la categoría máxima del salón de maquinas, siempre ayudado por cortadores y mozos "arrastradores".

Ramón del Olmo en la máquina galletera
Ramón del Olmo en la máquina galletera de la Cerámica Estela (Colección Ramón del Olmo)

El personal que atendía el horno, junto a otros oficios auxiliares (como mecánico, carpintero o herrero), encabezaba la jerarquía profesional, disfrutando de unos jornales superiores al resto de trabajadores. Como contrapartida a las 10 y 12 pesetas de salario diario (en los años 1930), los horneros y particularmente los operarios responsables de cargar y descargar las cámaras (encañar y desencañar en el lenguaje del oficio), sufrían las peores condiciones de trabajo, soportando agotadores esfuerzos físicos bajo las elevadas temperaturas y el clima asfixiante que imponía la labor a destajo en el horno.

En 1930, se constata la vital importancia de este ramo cerámico. Tejas, ladrillos y yesos se consumen en Madrid como bienes de primer orden al servicio casi exclusivo del sector de la construcción residencial, uno de los de mayor peso en la economía regional.

La inauguración a finales de este mismo año de la moderna Fábrica de Ladrillos San Antonio, propiedad de la Sociedad de Obras y Construcciones, es otra muestra de la buena salud de la producción de materiales cerámicos para la construcción.

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