Fecha
Autor
Jular, Cristina. 157 pp. Madrid, Nivola, 2003.

Sabios cristianos medievales. Nombrar, ordenar, predicar.

NOVATORES PARA PRINCESAS<br> Tres libros que se ocupan de la cultura científica en la edad media a través de su desarrollo en el ámbito judaico, musulmán y cristiano Reseña realizada por Juan Pimentel<br> Instituto de Historia. CSIC

En las décadas que rodean el 1700 Leibniz mantuvo correspondencia con varias princesas de las cortes europeas. Lejos de polemizar con Descartes, Newton o Clarke, el gran filósofo buscaba otros interlocutores y otro lenguaje para sus ideas. Encontró en la fórmula epistolar y el diálogo el medio indicado. Es la filosofía para princesas, género que no inventó pero en el que, como era su costumbre, destacó sobremanera. En estas cartas Leibniz supo explicar los misterios del poder, el amor y la búsqueda de la verdad; los principios de la geometría, el cálculo y la belleza del mundo. Su objetivo era educarlas, prepararlas para que supieran prestigiar sus cortes. Para que el día de mañana protegieran las artes, la cultura, las ciencias. Sabía que heredarían reinos; que de sus gustos e inclinaciones se incubarían gestos, hábitos sociales.

Y fue por entonces precisamente cuando comenzó en España un movimiento renovador de las ideas y las prácticas científicas. Fueron los Novatores, un grupo de médicos y experimentalistas conscientes del atraso de un país lastrado por el escolasticismo universitario y la marginalidad respecto a las grandes corrientes europeas. Los Novatores supieron sacar el debate fuera de las aulas, fueron proscritos y defendidos a partes iguales. Lograron polemizar. Como Leibniz, buscaban nuevos escenarios para sus tesis, nuevos interlocutores. En ambos casos nos encontramos ante el surgimiento de un espacio público, una llamada a lo que un siglo después se llamaría la ciudadanía. Hoy día todos somos princesas; los propietarios del conocimiento somos todos.

La colección Novatores de la editorial Nivola pretende rescatar las biografías y obras de ese segmento de la cultura tan desconocido en España como es nuestro pasado científico. Circula la idea de que tal pasado es exiguo, poco relevante, menor. Novatores ha nacido para desenterrar esta especie, para reducirla al rango de creencia, de mera superchería. Y lo está haciendo (son 15 volúmenes ya) con nuevas formas, apelando a nuevos públicos, explorando estrategias más mundanas y permeables para el atribulado lector de nuestros días.

Sus tres últimos títulos fueron presentados en la reciente Feria del Libro de Madrid. Las tres culturas: la España musulmana, judía y cristiana. Y en todas ellas, la ciencia. Pero sucede con la ciencia como con España. O con cualquier otra entidad histórica: que son contingentes, que cambian. Son categorías históricas y realidades vivas, pero lo que permanece no es todo lo que fue. Resulta difícil cartografiarlas. Nuestros instrumentos y escalas, el modo en que proyectamos las cosas en el plano, no son los de entonces. La ciencia de la que hablan estos tres libros, a lo largo de una ancha Edad Media, transcurre dentro de la filosofía y de la política. Por descontado, dentro de la religión.

Mariano Gómez Aranda retrata Sefarad a través de Ibn Ezra, Maimónides y Zacuto. Cristina de la Puente se ocupa de la medicina andalusí: Avenzoar, Averroes e Ibn al-Jatib; Cristina Jular de Isidoro de Sevilla, Alfonso X y Ramón Llull, tres grandes sabios cristianos. Son nueve vidas que ilustran los extraños caminos del conocimiento. Hay lugar para aristotélicos, galenistas y astrólogos. Para exégetas bíblicos y poetas. No faltan expertos en leyes y precursores de los descubrimientos geográficos. Uno de ellos escribió en prisión, muchos fueron cortesanos e incluso alguno de vida disoluta, un Pablo de Tarso convertido luego a Dios y a la epistemología. Hay un santo, un rey, numerosos juristas, filósofos. ¿De qué escribieron? De plantas, remedios, venenos, ángeles, monarquías universales, palabras, orígenes, números, astrolabios, estrellas, cuerpos y almas. ¿Qué buscaban? Curar, conocer a Dios, gobernar hombres o mares, escrutar destinos, descifrar lenguajes, matematizar la naturaleza. Perseguían, pues, saberlo y conocerlo todo. Como el resto de los científicos, no sólo reflejaron el mundo, sino que en gran medida contribuyeron a crearlo, puesto que sus escritos y sus días ensancharon literalmente las posibilidades de lo real.

Son tres textos eruditos pero en absoluto escolasticistas. Cultos pero no pedantes. Académicos y sin embargo legibles. Bien escritos, interiorizados, amenos, editados con elegancia. No faltan ilustraciones y cuadros explicativos. Quedan incógnitas por despejar, por supuesto. ¿Puede hablarse de una ciencia judía o cristiana? ¿Qué significa apellidar la ciencia? Las tradiciones y las formas de recuperar los saberes desde la antigüedad se superponen y alimentan unos a otros. Hay muchas ciencias, obviamente, pero ¿se las puede asignar tintas isométricas, coordenadas geográficas, banderas? ¿Qué tipo de mapa precisamos para fijar la verdadera forma de ese conjunto de valores, prácticas, ideas y lenguajes de la naturaleza que llamamos ciencia? Las respuestas no son sencillas, de ahí la necesidad de las preguntas. Para las obviedades y las certezas absolutas hay ya mucha literatura (y toda la televisión). Novatores ha nacido con vocación mundana y polemista. Como quería Platón, para que la musa filosófica se adueñe de la cosa pública. Para recuperar la historia que tal vez nos falte y vernos así menos huérfanos, menos mutilados. Ciencia para todos: Novatores para princesas.

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