¿Por qué las publicaciones científicas están prisioneras detrás de un muro de pagos?

Normalmente, cuando veo una noticia o una entrada de un blog que es interesante para esta bitácora, intento plasmar un resumen personal del mismo, encontrar entradas independientes relacionadas en algún sentido y aportar mi granito de arena adicional, excavando un poco más en lo que he encontrado.

Pero siempre hay excepciones. En el blog Priceonomics, he encontrado la entrada Why is Science behind a paywall?, publicada por Alex Mayyasi el 10 de Mayo de 2013, que pienso que merece ser traducida íntegramente al castellano, al proporcionar una gran retrospectiva sobre por qué los descubrimientos científicos, y las publicaciones donde fueron hechos públicos, son como son (un poco más centrado en Estados Unidos que en el resto de países, todo sea dicho de paso). Espero no hacer un trabajo muy burdo…

¿Por qué la ciencia está detrás de un muro de pagos?

El trabajo de los científicos sigue un patrón consistente. Cada científico solicita ayudas a la investigación, realiza sus proyectos, y publica los resultados obtenidos en ello en una publicación científica. El proceso es tan rutinarios que casi parece inevitable. Pero, ¿qué pasaría si no fuera la mejor manera de hacer ciencia?

Aunque la acción de publicar parezca implicar que compartas tu trabajo de investigación con el mundo, la mayor parte de los artículos científicos publicados se encuentran detrás de «muros de pagos». Las revistas científicas que los publican cobran miles de euros por suscripción, poniendo el acceso a ese conocimiento fuera del alcance de casi todo el mundo, salvo las universidades de más alta alcurnia. Los costes de suscripción se han elevado de forma drástica a lo largo de las últimas décadas. De acuerdo a las críticas a los editores de revistas, esos incrementos son el resultado de la compra y aglutinación de revistas por parte de empresas privadas que intentan sacar beneficios del conocimiento científico de forma indiscriminada a partir de su cuota de mercado.

Cuando investigamos estos presuntos miserables del mundo de la ciencia, descubrimos que, para sus adversarios, la batalla por este exiguo beneficio es sólo una parte del proceso científico que necesita ser reformado.

Los defensores del open science (ciencia de libre disposición) argumentan que el modelo actual de ciencia, desarrollado en el siglo XVII, necesita cambiar y aprovechar al máximo Internet para compartir las investigaciones científicas y colaborar en el proceso de realización de nuevos descubrimientos. También argumentan que, cuando la totalidad de la comunidad científica pueda conectar de forma instantánea en línea, simplemente no habrá razones para que los equipos de investigación trabajen de forma aislada (como en silos) y compartan sus hallazgos de acuerdo a los calendarios de publicación de las revistas.

El modelo de suscripciones limita el acceso al conocimiento científico. Y cuando las carreras científicas ya están hechas y se han conseguido los puestos de científico titular por haber publicado en revistas de prestigio, entonces ya se ha desincentivado el compartir conjuntos de datos, colaborar con otros científicos, y financiar de forma popular (crowdsourcing) la investigación de problemas difíciles. Los defensores del open science insisten en que, seguir las costumbres del siglo XVII limita el progreso de la ciencia en el siglo XXI.

La creación de las revistas académicas

«Si he llegado a ver más lejos ha sido por haber estado de pie sobre los hombros de gigantes»

Isaac Newton

En el siglo XVII, los científicos a menudo mantenían secretos sus descubrimientos. Isaac Newton y Gottfried Leibniz discutieron sobre cuál de ellos inventó primero el cálculo infinitesimal porque Isaac Newton no había publicado su invención décadas después de haberla hecho. Robert Hooke, Leonardo da Vinci y Galileo Galilei publicaban sólo mensajes codificados que demostraban sus descubrimientos. En aquella época, los científicos ganaban poco con compartir sus investigaciones, salvo reclamar su pequeño lugar en la historia. Como resultado de ello, prefirieron mantener sus descubrimientos en secreto sin permitir que se usaran como base sus hallazgos, sólo revelando cómo decodificar sus mensajes cuando otra persona hiciera el mismo descubrimiento.

La financiación pública de la investigación y su distribución en forma de revistas académicas comenzó en ese tiempo. Mecenas ricos agruparon su dinero para crear academias científicas como la England’s Royal Society o la francesa Académie des sciences, lo cuál permitió a los científicos continuar sus investigaciones en un ambiente estable y con financiación. Con la subvención de la investigación, estos mecenas tenían la esperanza de apoyar su creación y diseminación para el beneficio de la sociedad.

Las revistas académicas se desarrollaron en la década de 1660 como una manera eficiente para las nuevas academias de difundir sus hallazgos. La primera revista se inició cuando Henry Oldenburg, secretario de la Royal Society, publicó los artículos de la sociedad de su propio bolsillo. En ese momento, el mercado de artículos científicos era pequeño y publicar, un gran gasto. Los científicos regalaron los artículos de forma gratuita porque el editor otorgó un gran valor a la difusión de los hallazgos obteniendo muy pocos beneficios. Cuando el mercado de las revistas científicas se volvió más formal, casi todas las editoriales hacían su trabajo sin ánimo de lucro, a menudo asociadas con centros de investigación. Hasta mediados del siglo XX, los beneficios fueron bajos y las editoriales privadas poco comunes.

Desde entonces las universidades han reemplazado a las academias como los centros científicos predominantes. Debido al incremento de los costes en investigación (un buen símil son los aceleradores lineales), los gobiernos reemplazaron a los mecenas individuales como los mayores subvencionadores de ciencia, con los investigadores solicitando ayudas al gobierno o fundaciones para financiar proyectos de investigación. Y las revistas pasaron de ser un medio para publicar los hallazgos a tomar el papel de indicador de prestigio. La calificación más importante de un científico a día de hoy es su historial de publicaciones.

Actualmente muchos investigadores trabajan en el sector privado, donde el aliciente de beneficios de la propiedad intelectual incentivan el descubrimiento científico.

Pero fuera de las investigaciones con aplicaciones comerciales inmediatas, se ha mantenido como una constante relativa el sistema desarrollado en el siglo XVII. Como indica el físico reconvertido en escritor de ciencia Michael Nielsen, este sistema facilitó «una cultura científica que hasta estos días premia la compartición de descubrimientos con trabajos y prestigio para el descubridor… Sorprendentemente ha cambiado poco en los últimos 300 años».

La monopolización de la ciencia

En Abril de 2012, la Biblioteca de la Universidad de Harvard publicó una carta comunicando que sus suscripciones a revistas académicas eran «financieramente insostenibles». Debido a los incrementos en el precio tan altos como un 145% en los pasados 6 años, la biblioteca dijo que pronto se vería forzada a recortar sus suscripciones.

La Biblioteca de la Universidad de Harvard señaló un grupo editorial como el principal responsable del problema: «Esta situación se ha exhacerbado por los esfuerzos de ciertas editoriales (llamadas «proveedores») de adquirir, empaquetar, e incrementar el precio en las revistas».

La más famosa de estas «proveedoras» es Elsevier. Es una editorial de tamaño monstruoso. Cada año publica 250000 artículos en 2000 revistas. Sus ingresos de 2012 alcanzaron los 2700 millones de dólares. Sus beneficios por encima de los 1000 millones de dólares conforman el 45% del Reed Elsevier Group – su compañía madre que es la número 495 en tamaño de todo el mundo en términos de capitalización de mercado.

Compañías como Elsevier se formaron en las décadas de 1960 y 1970. Compraron revistas académicas de las sociedades sin ánimo de lucro o académicas que las llevaban, apostando con mucho éxito por la idea de que podían subir sus precios sin perder clientes. Actualmente tres editoriales, Elsevier, Springer y Wiley, dan cuenta de alrededor del 42% de todos los artículos publicados en el mercado de más de 19000 millones de dólares de publicaciones de ciencia, tecnología, ingeniería y temas médicos. Las bibliotecas universitarias conforman el 80% de sus clientes. Ya que cada artículo se publica en sólo una revista y los investigadores, de forma ideal, quieren acceder a cada artículo en su campo, las bibliotecas compraron las suscripciones sin importar el precio. Desde 1984 hasta 2002, por ejemplo, el precio de las revistas de ciencia se incrementó cerca de un 600%. Una estimación calcula que los precios de Elsevier subieron un 642% más que la media de los precios promedio industriales.

Estos proveedores también empaquetan revistas juntas. Las críticas dicen que esto fuerza a las bibliotecas a comprar revistas menos prestigiosas para ganar acceso a las ofertas indispensables. No hay un costo establecido para un paquete, y en su lugar proveedores como Elsevier estructuran planes de paquetes en respuesta al historial pasado de suscripciones de cada institución.

Las tácticas de Elsevir y los de su clase las han convertido en un imperio malvado a los ojos de sus críticos: catedráticos de ciencia, administradores de biblioteca, estudiantes de doctorado, investigadores independientes, empresas de ciencia, y personas interesadas que encuentran frustrados sus esfuerzos de acceder a la información dentro de los muros de pago de Elsevier. Ponen dos objeciones principalmente:

La primera es que los precios se incrementan en una época en la que Internet ha hecho más barato y fácil que nunca compartir la información.

La segunda es que las universidades están pagando por acceder a investigaciones que ellas mismas producen. Las universidades financian la investigación con ayudas y pagan los salarios de los investigadores que hay detrás de cada artículo. Incluso la revisión por pares (peer review), que Elsevier cita como un gran valor que añade mediante el chequeo de la validez de los artículos y publicando sólo hallazgos valiosos y significativos, es realizada de forma voluntaria por profesores y catedráticos cuyo salario es pagado por las universidades.

Elsevier responde de forma activa a cada desafío a su legitimidad, refutando punto por punto y hablando de «trabajar en equipo con la comunidad de investigadores para hacer contribuciones reales y sustentable a la ciencia». Deutsche Bank, en un informe de analistas inversores, resumen los argumentos de Elsevier:

Justificando los márgenes de beneficios ganados, los editores señalan a la naturaleza altamente cualificada del personal que ellos emplean (para rechazar artículos presentados antes del proceso de revisión por pares), el apoyo que ellos proveen a los grupos de examen por pares, incluyendo modestas remuneraciones, tipografía compleja, actividades de impresión y distribución, incluyendo publicación web y hospedaje. REL [Reed Elsevier] emplea alrededor de 7000 personas en su conjunto en su negocio de Ciencia. REL también argumenta que los altos márgenes reflejan economías de escala y los altísimos niveles de eficiencia con los que ellos operan.

¿Cómo se mantienen sus argumentos?

Una forma de análisis es comparar el valor de las revistas con ánimo de lucro con el de las revistas sin ánimo de lucro. Dentro del área de ecología, por ejemplo, el precio por página de una revista con ánimo de lucro es casi tres veces el de una revista sin ánimo de lucro. Cuando se compara tomando como base el precio por citación (un indicador de la calidad de un artículo y su influencia), las revistas sin ánimo de lucro funcionan 5 veces mejor.

Otra manera es mirar a sus márgenes de beneficios. Los márgenes de beneficios de Elsevier del 36% están bastante por encima de la media del 4%~5% existente en los negocios de publicaciones periódicas. Es duro imaginar que nadie pudo hacer el viejo negocio secular de publicar artículos funcionar con menores márgenes. El anteriormente mencionado informe de Deutsche Bank concluye de manera similar:

Creemos que [Elsevier] añade relativamente poco valor al proceso de publicación. No estamos intentando menospreciar lo que 7000 personas en [Elsevier] hacen para ganarse la vida. Estamos simplemente observando que si el proceso fuera realmente tan complejo, costoso y con valor añadido como las editoriales afirman que es, no sería posible obtener un 40% de márgenes de beneficio.

Las bibliotecas apuntan al alto coste de las suscripciones de las revistas como un problema. The Economist ha informado sobre ello desde hace tanto como 1998. Pero ahora incluso la universidad más adinerada del mundo no tiene los recursos para comprar el acceso al nuevo conocimiento científico – incluso aunque sean las universidades las responsables de financiar y llevar a cabo esa investigación.

Nadie a quien culpar salvo a nosotros mismos

Para las críticas a la monopolización de la industria de las publicaciones científicas por parte de las editoriales privadas, hay una solución sencilla: las revistas de libre acceso. Como las revistas tradicionales, aceptan la presentación de artículos, gestionan un proceso de revisión por pares, y publican. Pero no cargan tasas de suscripción – hacen todos sus artículos disponibles de forma gratuita en la red. Para cubrir los costes, en su lugar cobran a los investigadores de la publicación tasas de alrededor de 2000 dólares. (Los revisores que no están en nómina son los que deciden qué artículos se aceptan para evitar a las revistas la tentación de aceptar cada artículo y ordeñar a la masa). A diferencia de las revistas tradicionales, que exigen derechos de autor exclusivos sobre el artículo para publicarlo, las revistas de libre acceso (open access, OA) están libres de casi todas las restricciones de derechos de autor.

Si las universidades son la fuente de financiación para la investigación, y sus investigadores realizan tanto la investigación y la revisión por pares, ¿por qué no cambian todos a revistas de libre acceso? Ha habido algunas notables victorias en la forma de las bien consideradas revistas de libre acceso de la Public Library of Science. Como quiera que sea, la cultura científica actual hace difícil cambiar.

Un historial de publicaciones en revistas prestigiosas es un prerrequisito a cada paso en la escalera de la carrera de un científico. Cada artículo enviado a una nueva revista de libre acceso todavía por valorar es uno que podría haber sido publicado en revistas de gran impacto como Science o Nature. E incluso si un profesor titular o idealista está dispuesto a sacrificarlo en nombre de la ciencia, ¿qué ocurre con sus estudiantes de doctorado y coautores para cuáles la publicación en una revista prestigiosa podría significar todo?

Algo que podría cambiar las reglas de juego sería que los gobiernos impusieran que la investigación financiada con fondos públicos sea hecha públicamente disponible. Cada año el gobierno de los Estados Unidos proporciona alrededor de 60000 millones de dólares en ayudas públicas para la investigación científica. En 2008, el Congreso de los Estados Unidos ordenó (pasando por encima de la frenética oposición de las editoriales privadas) que toda la investigación financiada a través del National Institute of Health, que hace un total del 50% de los fondos gubernamentales para ciencia, estuviera disponible de forma pública en un año. Extender este requisito a toda la demás investigación financiada por el gobierno sería hacer recorrer un largo camino a las publicaciones OA. Éste es el caso de esfuerzos similares por parte de los gobiernos británico y canadiense, que se encuentran en medio de esos pasos.

Los costes de las publicaciones cerradas: el artículo Reinhart-Rogoff

La polémica sobre el artículo de 2010 «Growth In a Time of Debt», publicado por los economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en la American Economic Review, ilustra algunos de los problemas con el sistema de publicaciones.

El artículo usó un conjunto de datos de la tasa de crecimiento del PIB y los niveles de deuda de los países para sugerir que los países con deuda pública por encima del 90% de su PIB crecían significativamente más lentos que los países con niveles de deuda más modestos.

Para los medios que cubrían sus hallazgos y los políticos y los tecnócratas que lo citaron, el mensaje estaba claro: la deuda es mala y la austeridad (reducir los gastos gubernamentales) es buena. Aunque discutieron sus hallazgos con más matices, Reinhart y Rogoff le hicieron un favor a Washington mediante de la discusión sobre cómo sus hallazgos apoyaban el caso de la reducción del déficit.

Pero el pasado Abril, un grupo de investigadores de UMass Amherst (Universidad de Massachusetts) hicieron público que el artículo de Reinhart-Rogoff estaba equivocado. Como muchos economistas, los investigadores habían estado intentando sin éxito replicar los hallazgos de Reinhart y Rogoff. Sólo cuando los economistas de Harvard les enviaron su conjunto de datos original y la hoja de datos Excell sucedió que el equipo de la UMass descubriera por qué nadie pudo replicar sus hallazgos: los economistas habían hecho un error en Excel. Olvidaron incluir 5 celdas de datos. Dándose cuenta de esta equivocación, y la exclusión de un número de años de alto crecimiento de la deuda en varios países y un sistema de normalización que encontraron cuestionable, el equipo de la UMass declaró que el efecto que Reinhart y Rogoff informaron desaparecía. En lugar de contraerse el 0.1%, la tasa de crecimiento medio de los países con deuda por encima del 90% del PIB fue un respetable 2.2%.

Se encontró el error, pero durante 2 años el falso hallazgo influenció a los que toman las decisiones políticas y denunció el trabajo de otros economistas.

Malos incentivos

Cambiarse a las revistas de libre acceso abriría el acceso al conocimiento científico, pero si preserva la idolatría a los artículos científicos, entonces el trabajo de los reformistas científicos estaría incompleto.

Ellos argumentan que el sistema actual de publicaciones ralentiza la publicación de la investigación científica. La revisión por pares raramente tarda menos de un mes, y las revistas a menudo solicitan que los artículos sean reescritos o que se lleven a cabo nuevos análisis, lo que alarga la publicación medio año más como mínimo. Mientras que son necesarios los controles de calidad, gracias a Internet, los artículos no necesitan estar en su forma final antes de que aparezcan. Michael Eisen, co-fundador de la Public Library of Science, también destaca que, en su experiencia, «los fallos técnicos más importantes son descubiertos después de que los artículos sean publicados».

La gente celebra el descubrimiento de nuevos medicamentos, teorías, y fenómenos sociales. Pero si conceptualizamos la ciencia como tachar  hipótesis de una lista de todas las posibles para mejorar nuestras probabilidades de dar con la correcta, entonces los experimentos que fallan son entonces tan importantes de publicar como los que dan en el clavo.

Pero las revistas no mantendrían su prestigio si publicaran letanías de experimentos con resultado negativo. Como resultado, a la comunidad científica le falta una forma eficiente de aprender de las hipótesis refutadas. Peor, anima a los investigadores a realizar una selección de sus datos y expresar confianza plena en una conclusión que los datos y sus entrañas no apoyan por completo. Hasta que la ciencia cambie a algo más allá del sistema de publicaciones, nunca podremos saber cuántos falsos positivos se producen por este tipo de pequeño fraude.

Un proceso científico para el siglo XXI

Aunque los científicos están en la cresta de la ola, hay muchos casos de oportunidades perdidas para hacer el proceso de la ciencia más eficiente a través de la tecnología.

Como parte de nuestra mirada a las revistas académicas y el proceso científico, hablamos con Banyan, una nueva empresa cuya misión principal es la ciencia abierta. Un momento sorprendentemente esclarecedor fue cuando nos dimos cuenta de cuántas oportunidades hay ahí fuera. «Queremos ir después de la revisión por pares», nos contó el director ejecutivo Toni Gemayel. «Mucha gente aún imprime sus artículos y se los dan [físicamente] a profesores para que se los revisen o los pongan en documentos Word que no tienen ninguna compatibilidad software».

Banyan presentó recientemente una versión pública beta de su producto – herramientas que permiten a los investigadores compartir, colaborar y publicar las investigaciones. «La base de la compañía», explicó Toni, «es que los científicos irán hacia la libre disposición si se les proporcionan herramientas simples y beneficiosas».

El físico Michael Nielsen, reconvertido en defensor de la ciencia abierta, es una voz elocuente sobre qué aspecto podrían tener las nuevas herramientas que faciliten una cultura aperturista de compartición y colaboración en ciencia.

Una herramienta existente que él defiende que hay que ampliar es arXiv, que permite a los físicos compartir «preprints» de sus artículos antes que sean publicados. Esto facilita la realimentación sobre el trabajo en marcha y disemina los hallazgos más rápidamente. Otra práctica que él defiende – publicar todos los datos y el código fuente usado en los proyectos de investigación junto con los manuscritos – ha sido reclamado desde hace mucho por los científicos y se podría llevar a cabo desde dentro del marco de la revista.

Él también imagina nuevas herramientas que aún no existen. Un sistema de wikis, por ejemplo, que permita a los científicos mantener perfectamente al día «súper-libros de texto» en sus campos para referenciar a sus compañeros investigadores. O un sistema eficiente para científicos para beneficiarse de la experiencia de los científicos en otros campos cuando su investigación «da lugar a problemas en áreas» en los que no son expertos. (Incluso Einstein necesitó la ayuda de matemáticos que trabajaban en nuevas formas de geometría para construir su Teoría de la Relatividad General). Para una explicación completa de sus propuestas, leed su excelente ensayo, «The Future of Science».

Pero ninguna de estas ideas parece que vayan a ser aplicadas en masa hasta que los científicas tengan claros incentivos para contribuir a ellas. Mientras que el historial de publicaciones sea a menudo la única métrica por la cuál el trabajo de un científico es juzgado, un científico que principalmente ensamble conjuntos de datos para que los usen otros o mantenga una wiki pública de metaconocimiento de su campo no progresará en su carrera.

Para arreglar este problema, Toni hace referencia al espíritu abierto entre los codificadores que trabajan en software de libre acceso. «No hay un sistema de premios actualmente para la ciencia abierta. Las carreras de los científicos no se benefician de ella. Pero en software, cada uno quiere ver tu cuenta de GitHub».

Los programadores con talento que podrían hacer dinero por cuenta propia a menudo echan horas de trabajo no pagado en software abierto, que es libre y gratuito de ser usado para cualquier propósito. Por un lado, mucha gente lo hace así para trabajar en problemas interesantes y como parte de un carácter distintivo de contribución a su desarrollo. Miles de compañías y servicios simplemente no existirían sin el desarrollo del software de libre disposición.

Pero los programadores también se benefician personalmente del trabajo de código abierto porque el resto del campo reconoce su valía. Los empleadores miran en su trabajo de libre acceso mediante sus cuentas de GitHub (mostrando públicamente su trabajo, puede funcionar de forma efectiva como su curriculum vitae), y la gente generalmente respeta las contribuciones que las personas hacen mediante proyectos de código abierto y la compartición de pistas valiosas en publicaciones de blogs y comentarios. Es el tipo exacto de pasatiempo abierto que esperarías en ciencia. Pero lo vemos más en Silicon Valley porque se valora y beneficia a las carreras de las personas.

Interrumpiendo la ciencia

El proceso del descubrimiento científico – cómo hacemos ciencia – cambiará más en los próximos 20 años que en los pasados 300 años.

Michael Nielsen

El modelo actual de investigación financiada públicamente y publicación en revistas académicas fue desarrollado durante  los días de Isaac Newton en respuesta a los problemas del siglo XVII.

Comenzando en la década de 1960, las compañías privadas comenzaron a comprar y beneficiarse excesivamente de los derechos de autor que disfrutaron como editores del nuevo conocimiento científico. Esto ha causado pánico entre las bibliotecas universitarias restringidas en sus fondos. Pero el problema mayor puede ser que los científicos no hayan usado en todo su potencial Internet para compartir, colaborar, e inventar nuevas maneras de hacer ciencia.

El impacto de este fallo es «imposible de ser medido o de ser acotado», nos contó Toni. «No sabemos qué podría haber sido creado o resuelto si el conocimiento no estuviera dentro de un muro de pagos. ¿Qué hubiera ocurrido si Tim Berners-Lee hubiera puesto la web detrás de un muro de pagos? ¿O si la hubiera patentado?».

Los defensores de la ciencia abierta ofrecen un caso bastante sólido en el que la idolatría de publicar artículos en revistas ha resultado en demasiado secretismo, demasiados falsos positivos, y una ralentización en la tasa de realización de descubrimientos científicos. Sólo cambiando la cultura y los incentivos entre los científicos se podrá adoptar un sistema de apertura y colaboración.

Internet fue creada para ayudar a los científicos a compartir sus investigaciones. Parece que llega con retraso que los científicos se aprovechen por completo de su propósito inicial.

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Un comentario

  1. Increíble. Gracias por este artículo, la verdad fue muy ilustrativo para alguien tan novel en investigación científica. Un saludo desde la ciudad de Guanajuato

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