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Autor
Mario García París (Biólogo. Museo de Ciencias Naturales)

Estado de conservación de la diversidad animal de Madrid

La Comunidad de Madrid, como el resto del Planeta, está sumida en la denominada <a href="http://www.madrimasd.org/InformacionIDI/Noticias/Noticia.asp?Buscador=OK&amp;id=1640&amp;Sec=2" target="_blank">"Crisis de la Biodiversidad"</a>. El resultado tangible de esta crisis es la pérdida rápida de organismos, que afecta tanto a las especies como a las poblaciones. Este problema es particularmente serio en una Comunidad como Madrid en la que se combinan un importante desarrollo industrial, un crecimiento espectacular de la superficie urbanizada y una gran expansión de las infraestructuras viarias.
En estos aspectos Madrid es una región europea más, en rápida expansión económica, cuyo desarrollo pasa una alta factura a la Naturaleza. Sin embargo, se trata de un caso marcadamente diferente al de otras zonas de Europa, ya que en Madrid el conocimiento de nuestra diversidad biológica es extraordinariamente limitado. Además, y a diferencia de lo que ocurre en casi todos los países de nuestro ámbito, gran parte de la escasa información existente sobre diversidad faunística no está disponible ni es accesible a los gestores de Medio Ambiente. Por poner un ejemplo, la última revisión de conjunto de la fauna madrileña se realizó entre 1854 y 1858 por el insigne director del Museo Nacional de Ciencias Naturales, Mariano de la Paz Graells, y en ella únicamente se incluyeron unos pocos grupos zoológicos como aves, mamíferos y algunos invertebrados. Esta revisión se publicó en una obra muy poco difundida, integrada en las Memorias de la Comisión del Mapa Geológico de España. Y ése fue el último intento para abordar el estudio de la fauna madrileña en su conjunto. Desde entonces no se ha vuelto a abordar el problema, con la excepción de unos pocos casos enfocados a determinados grupos zoológicos entre los que se incluyen las aves, los anfibios, los reptiles, los lepidópteros diurnos y los coleópteros de la familia Carabidae.

Desafortunadamente incluso estos grupos supuestamente bien conocidos no lo están tanto. Y para darse cuenta de esto basta con echar un vistazo a la literatura científica reciente. En los últimos diez años se han añadido tres especies de anfibios al listado de especies presentes en Madrid (dos de ellas endemismos ibéricos amenazados), se han descrito 45 especies nuevas para la ciencia de insectos (algunos endémicos de Madrid), e incluso se han descrito algunos géneros nuevos... algo realmente inverosímil en la Europa del siglo XXI. Esto se traduce en una realidad descorazonadora: estamos muy lejos de conocer la diversidad faunística real de Madrid, tanto por la carencia de información taxonómica básica, como por el desconocimiento de la distribución geográfica y la densidad de las distintas especies. Esta ausencia de información ha imposibilitado la elaboración de inventarios fiables y las consiguientes propuestas sobre el estado de conservación de las mismas.

La tan manida biodiversidad es un concepto que claramente se escapa al conocimiento de quienes lo usan fuera de un ámbito meramente científico. El conocimiento de la diversidad biológica se estructura en varios grados de complejidad creciente que cada vez requieren herramientas intelectuales más complejas y sofisticadas. Pero el paso inicial, el punto básico sobre el que se sustenta el resto, es el conocimiento de algo aparentemente trivial: ¿qué hay? y ¿dónde está? Estas preguntas aparentemente simples no tienen respuesta hoy en Madrid. Y mientras no la tengan, no hay ninguna posibilidad de abordar coherentemente ningún proyecto de conservación para el futuro.

Pero ¿por qué no interesa conocer qué especies hay y dónde están? ¿qué importancia tiene saber eso? Posiblemente no querer saber qué hay aquí no es una actitud deliberada. El problema más bien parece derivar de la gestión tradicional de la Naturaleza, una gestión dirigida claramente por una mentalidad de ingeniería tradicional, y con el claro propósito de obtener beneficios económicos de la Naturaleza. Siempre se ha tratado de conocer lo que nos conviene económicamente, las plagas y las especies productivas, y ese concepto sigue siendo el que se transmite a diario a la opinión pública. ¿Quién podría defender hoy día que un espartal tiene más interés para la conservación de la biodiversidad que muchos bosques? Los bosques son mucho más rentables económicamente que los espartales, y sin embargo en algunos casos los bosques de hoy son puros monocultivos sobre un suelo casi ajardinado y no contienen ni una ínfima parte de la diversidad que alberga un espartal en una colina de yesos. Hasta hace muy poco nunca se había hecho un inventario de la fauna de una zona árida ibérica, pero ahora, cuando acaba de hacerse en Los Monegros, resulta que ese secarral de aspecto inhóspito es una de las regiones con mayor diversidad del Planeta.

Desafortunadamente la biodiversidad no da beneficios a corto plazo y además su conservación resulta cara. El estudio serio de la diversidad faunística de Madrid revelará sin duda la existencia de numerosos endemismos con distribuciones geográficas restringidas y que por lo tanto merecerían una protección inmediata. Y eso ¿qué supondría? Pues en primer lugar un control absoluto y riguroso de la utilización de productos fitosanitarios en las áreas donde esas especies habiten (con el consiguiente malestar de los sectores agrícolas y ganaderos), en segundo lugar se debería impedir a toda costa la modificación de los usos tradicionales del suelo (y eso incluye la imposibilidad de continuar edificando), y finalmente se debería legislar la protección de pequeñas áreas conectadas entre sí donde se concentren estas especies de alto interés.

Tampoco se trata de inventar nada nuevo, ya que de acuerdo con la legislación española vigente (Ley 4/1989) no se puede molestar y menos sacrificar ninguna especie de fauna salvaje no incluida en los reglamentos de caza y pesca sin la autorización correspondiente (y eso afecta lo mismo a una nutria que a una chinche de campo, estén en un prado de montaña o en un solar de una urbanización). Ahora esa ley es casi de imposible aplicación. Y no se aplica por un motivo muy sencillo: desconocemos qué había en una parcela antes de edificar sobre ella, desconocemos qué había en el trayecto de carretera antes de construirla y desconocemos qué especies había en los bosques y campos antes de fumigar contra la procesionaria y otras plagas. Pero ¿por qué no lo conocemos? No lo conocemos porque la biodiversidad todavía no nos interesa realmente. De hecho en los estudios de impacto ambiental, rara vez se hace un muestreo de la fauna que habita en la zona a evaluar, y no se hace porque desde el punto de vista de ingeniería es caro, porque hay que visitar el lugar cuatro veces al año para tener una muestra razonable y porque una vez que se obtiene hay que recurrir a taxónomos especialistas que sean capaces de identificar lo que se ha obtenido, y eso no es compatible con la realidad económico-social del país. Además ¿qué pasaría si lo conociéramos?, pues sin duda en un territorio con una diversidad faunística tan especial como la de Madrid, seguro que aparecería en esa carretera o en ese solar alguna especie singular por cuya presencia sería necesario el traslado de la población o como mínimo la paralización de las obras.

Hoy día los ciudadanos, concienciados o no con la conservación de la Naturaleza, están sometidos a un continuo bombardeo informativo, en el que la imagen de la Naturaleza se distorsiona y lo que parece aceptable es la utilización de la Naturaleza de forma sostenible. ¿Sostenible para quién? Dejar cuatro pinos entre los chalets no es conservar la Naturaleza, es actuar de manera hipócrita obviando el hecho de que los cientos (posiblemente miles) de especies animales que vivían en ese pinar ya no pueden hacerlo, pero las conciencias están tranquilas porque hay una serie de especies llamativas y de fácil observación (carboneros, ardillas...) que se adaptan a estos medios antrópicos e incluso se observan con facilidad, dándonos la impresión de que la biodiversidad se mantiene. ¿Pero qué ha sido de las veinte o treinta especies de invertebrados amenazados que vivían en las zonas más umbrías del pinar? ¿qué futuro tienen las poblaciones aisladas entre los chalets? Seguramente no podremos sentir que protegemos la biodiversidad y disfrutar a la vez de nuestras autopistas y de nuestros chalets, ni podremos caer en la hipocresía de pensar que un campo de golf, todo verde y bonito, es algo más que un yermo monocultivo de especies alóctonas que requiere el uso continuado de agroquímicos para su mantenimiento y que por supuesto, supuso la extinción completa de casi todo lo que vivía en ese lugar antes de su instalación. Pero esa es precisamente la imagen de Naturaleza que hoy día se vende y que se considera aceptable; y el no conocer lo que estamos perdiendo ayuda a asumir y conformarse con esta visión descafeinada de la Naturaleza.

Pero volviendo al tema inicial, el desconocimiento de la biodiversidad es claramente beneficioso para el desarrollo económico inmediato, porque obviamente si no sabemos lo que hay, tampoco importa perderlo. Y de todas formas cuando alcancemos el nivel de desarrollo urbanísco y de servicios que queramos, y hayamos convertido la Naturaleza en "jardines" disfrutables, sin mosquitos y sin víboras (y sin todo lo que sea necesario hacer desaparecer para que todos disfrutemos de una Naturaleza sostenible a la medida del español urbano del siglo XXI), entonces será muy fácil hacer inventarios de lo poco que quede, y nuestras conciencias estarán tranquilas. Así es como se han hecho las cosas hasta ahora, pero parece que al fin nos estamos dando cuenta de que la diversidad biológica de verdad existe y de que nuestros hijos no llegarán a conocer ni una sombra de lo que es hoy.

A pesar de este panorama desolador, aún nos queda la posibilidad, de por lo menos saber qué nos queda todavía, y sobre todo la enorme posibilidad de intentar mantener una gran parte de lo que queda, aunque sólo sea para poder dormir tranquilos pensando que las próximas generaciones no tendrán la necesidad de acusarnos de no haber intentado evitar por todos nuestros medios el desastre natural que conlleva la actual "crisis de la biodiversidad", al menos en Madrid, que es donde vivimos.

En el caso de la diversidad faunística, un primer paso ineludible para su conocimiento y gestión, es la elaboración de listados taxonómicos exhaustivos y actualizados de cada uno de los grupos faunísticos. Unos listados que no existen para la mayoría de los taxones de Madrid, y para cuya elaboración se requiere un importante uso de recursos humanos y financieros. Sólo en un punto de Madrid, El Ventorrillo, se han encontrado unas 13.000 especies de insectos. Pero no todas esas especies son igual de importantes, habrá algunas que tengan una distribución muy amplia por toda Europa, o por toda la Península, pero habrá otras que sólo vivan aquí, los endemismos madrileños, y la conservación de esas especies que no viven en ningún otro lugar del Planeta es sólo responsabilidad nuestra. Y eso nos lleva a preguntarnos ¿cuántas se pierden cada vez que se levanta un chalet o se asfalta una carretera? No lo sabremos hasta que no tengamos inventarios adecuados.

Un segundo paso es conocer de forma aproximada la distribución de cada especie y su abundancia, para poder determinar, no sólo la importancia de la especie en cuestión, sino para tomar medidas necesarias para su conservación en caso necesario. Posteriormente se puede llegar a estimar la distribución potencial de cada una de las especies mediante la aplicación de modelos diversos que, teniendo en cuenta los datos de presencia y diversas variables ambientales manejadas mediante un Sistema de Información Geográfica, permiten predecir con relativa fiabilidad la distribución potencial de las especies en el área de estudio.

Además, la diversidad de muchos grupos se encuentra profundamente infravalorada como consecuencia, por una parte, de la existencia de especies morfológicamente crípticas y, por otra, de una profunda subdivisión poblacional que se refleja en una gran diferenciación genética intraespecífica. Para estudiar esta diversidad oculta a nivel molecular es necesario hacer estudios filogeográficos e identificar la existencia de linajes particulares con historias evolutivas independientes dentro cada especie. La existencia de estos linajes, en ocasiones muy antiguos, permite obtener información sobre los procesos que han configurado a la especie tal como es en la actualidad. La eliminación de estos linajes intraespecíficos por desconocimiento de su existencia supone una enorme pérdida genética.

Con todos esos datos, ya se puede empezar a realizar una gestión ambiental adecuada, decidir dónde es menos dañino levantar edificaciones, qué tipo de trazado es más conveniente para una autopista y sobre todo dónde deben establecerse las reservas naturales. Hasta ahora, esa información no existe, o sólo se conoce para unos pocos grupos de animales y plantas, y por lo tanto las decisiones se toman con pocos datos, y casi siempre influidas, aunque sea inconscientemente, por motivos económicos.

Tratando de paliar este desconocimiento, la Comunidad de Madrid ha tomado una primera iniciativa para la catalogación e inventario a nivel regional de la fauna del territorio madrileño a través de un proyecto de un año de duración, en el que participan 26 investigadores, conservadores y becarios de los departamentos de Biodiversidad y Biología Evolutiva, y Colecciones del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC). En este proyecto, con el que sólo podemos pretender acercarnos al problema, presentaremos lo que consideramos debería constituir la línea de actuación para el estudio integral futuro de la Biodiversidad Regional. Los resultados de este proyecto serán piezas clave para poder abordar de manera coherente cualquier actuación futura en la Naturaleza madrileña y sobre todo, permitirán abordar y enfocar los posibles estudios taxonómicos y genéticos y, por último, plantearse de manera coherente futuras actuaciones de conservación. La continuidad de estas iniciativas por parte de otros estamentos e investigadores, la inclusión de otros grupos faunísticos y la aplicación de la legislación vigente en materia de conservación de la vida silvestre, podrían permitir, al menos tener un mínimo de optimismo frente al futuro, algo que en la actualidad es difícil de mantener.

En definitiva, los profesionales implicados en el estudio de la diversidad biológica, nos preguntamos por qué valen tan poco para la sociedad unas obras de arte vivas e irrepetibles, como son cualquier especie de rana, de mariposa o de escarabajo, que han costado millones de años de evolución, y que jamás nadie va a ser capaz de copiar o duplicar cuando se extingan. Y sobre todo, aún nos sorprende más que la sociedad actual esté dispuesta a prescindir de todo esto sin ni siquiera querer saber que existe. Es como quemar los cuadros que tenemos en los almacenes del Museo del Prado porque al fin y al cabo no los vemos, cuesta dinero mantenerlos y ni siquiera sabemos con certeza cuántos hay. A corto plazo posiblemente obtendríamos un beneficio económico mayor haciendo un aparcamiento en el lugar que hoy ocupan estos almacenes.

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