Se conoce como “red micorrizal” y consiste en una red donde las raíces de diferentes especies interaccionan bajo tierra. La interacción está mediada por un tipo de hongos que vive de forma simbiótica con las plantas.
A través de esa red, los árboles intercambian nutrientes, señales de estrés y minerales, incluso con ejemplares de otras especies. El descubrimiento de estas redes cooperativas a finales del siglo XX supuso un nuevo desafío a la idea de que la competición es el motor fundamental de la evolución.
Podéis leer más en este artículo en The New York Times.