Un frasco diminuto, pero con gran cantidad de detalles tallados en cuarzo, ha guardado durante siglos uno de los aromas de las clases más altas de la antigüedad romana
La higiene siempre ha sido una forma de búsqueda. Si bien es difícil pronosticar sus orígenes, es decir, el momento exacto en el que alguien pensó que su olor corporal debía ser otro, que aquel olor era "malo", que el agua no solo era importante para beber, sino también para arrastrar consigo la suciedad, o incluso qué era exactamente la suciedad, sabemos que la sociedad antigua romana ya contaba con un marco de nociones más o menos clara al respecto: los acueductos monumentales dan constancia de ello incluso hoy, miles de años después.
Esponjas, letrinas, y un sinfín de herramientas halladas en yacimientos también lo hacen evidente: a los romanos ya les preocupaba la higiene en una forma bastante similar a la nuestra. Un nuevo hallazgo en este sentido nos permite conocer ahora cuáles eran los olores que encontraron para disimular el suyo propio, para emular esa idea de la limpieza a través del cuerpo.
Algunas antiguas recetas de perfumes escritas encontradas previamente ya nos podían dar alguna pista, aunque vagas e incompletas, y sabíamos así que aquella sociedad antepasada aprendió a mezclar extractos fragantes con aceites vegetales, como el aceite de oliva, a modo de conservante. También en estudios anteriores, los investigadores habían detectado extractos florales en botellas, seguramente utilizadas para guardar cosméticos, conocidas como "unguentaria". Pero nunca, hasta ahora, se había identificado la fuente exacta de un aroma de entonces.
Un hallazgo único en Sevilla
Un frasco de perfume, ahí está todo lo que las palabras y los esbozos no podían ofrecernos: la esencia. Apareció durante unas exploraciones en 2019 en un asentamiento romano situado en Carmona (Sevilla). Hecho con cuarzo, se encontraba en una fosa, probablemente porque en su momento sirvió de exequias a la persona enterrada. Dentro de él, aquel aroma que quisieron que llegara más allá de la muerte, por lo pronto, ha llegado más allá de lo que se creía en el tiempo.
No sería cualquier persona, eso sí. Una botella de cuarzo era en un objeto de lujo en la época romana. Como un material extremadamente duro, es difícil moldearlo, lo que le otorga un valor extra sobre otros materiales más fáciles. Además, el diminuto tamaño y la cantidad de detalles tallados en este curioso objeto lo hacen particular en un lugar de enterramiento. No obstante, el misterio no acababa ahí. ¿Qué surgió al abrirlo? Para empezar, hacerlo no fue tarea sencilla. Estaba herméticamente sellado en su parte superior con una sustancia oscura parecida al alquitrán que, más tarde, el análisis químico reveló como una forma de betún. Lo que había dentro, contra todo pronóstico, era una masa sólida.
Las posibilidades del pachulí
Los investigadores, Daniel Cosano, Juan Manuel Román, Fernando Lafont y José Rafael Ruiz Arrebola, sometieron a la botella a un proceso de cromatografía de gases, una técnica por las que la muestra se volatiliza y se inyecta en la cabeza de un mechero de una columna cromatográfica. Con esto, pasaron a la espectrometría de masas, es decir, la obtención de iones a partir de las moléculas orgánicas que habían logrado de la muestra ya en su fase gaseosa. Los resultados, publicados el pasado 23 de mayo en la revista científica Heritage, revelaron el olor del pachulí.
Se trata de una hierba (Pogostemon cablin) que a modo de arbusto crece bien en climas templados y húmedos, de ahí su cultura de cultivo en India, y que ofrece aceites esenciales clave en la historia de los perfumes. Se sabe, por ejemplo, que durante la antigüedad los mercaderes de seda chinos viajaban hacia el oeste protegiendo las telas con hojas de pachulí secas, que evitaban cualquier ataque de polillas. Muchos historiadores especulan además que en aquella era, la asociación de la fragancia del pachulí con los dioses del este era un símbolo de opulencia.
Es probable que llegara a tierras del Imperio Romano a través de aquel comercio, y quizás por aquella opulencia con la que viajó, en el continente europeo la clasificaron como una fragancia de lujo, que poco o nada ha cambiado en la industria de la perfumería moderna. En este caso, identificaron múltiples sustancias típicas del aceite esencial de pachulí, sobre todo pachulenol o alcohol de pachulí. Para descartar el aceite de nardo, que tiene muchos componentes en común con el aceite de pachulí, pero en diferentes proporciones, los investigadores compararon los resultados con muestras modernas. Este descubrimiento va en consonancia con una tendencia creciente de reconstruir una imagen multidimensional de la vida antigua, para lo que sus sonidos y olores son fundamentales. Ahora también saben (y sabemos) gracias a él que el sello bituminoso con el que cubrieron la botella fue fundamental para preservar la firma química del pachulí: no solo mantuvo la fragancia dentro de la botella, sino que también atrapó las moléculas de perfume a través de un proceso llamado adsorción.
Por supuesto, no todo el Imperio Romano olía a pachulí. Hay que tener en cuenta que, en ese momento, los perfumes estaban reservados para la alta sociedad. Además, aún se trataba de una esencia exótica, lo que determina que pudo reconstruir el olor de la alta sociedad.
Fotografía de portada:
Juan Manuel Román
