NOVATORES PARA PRINCESAS<br>
Tres libros que se ocupan de la cultura científica en la edad media a través de su desarrollo en el ámbito judaico, musulmán y cristiano
Reseña realizada por Juan Pimentel<br>
Instituto de Historia. CSIC
En las décadas que rodean el 1700 Leibniz mantuvo
correspondencia con varias princesas de las cortes europeas. Lejos de polemizar
con Descartes, Newton o Clarke, el gran filósofo buscaba otros interlocutores y
otro lenguaje para sus ideas. Encontró en la fórmula epistolar y el diálogo el
medio indicado. Es la filosofía para princesas, género que no inventó
pero en el que, como era su costumbre, destacó sobremanera. En estas cartas
Leibniz supo explicar los misterios del poder, el amor y la búsqueda de la
verdad; los principios de la geometría, el cálculo y la belleza del mundo. Su
objetivo era educarlas, prepararlas para que supieran prestigiar sus cortes.
Para que el día de mañana protegieran las artes, la cultura, las ciencias. Sabía
que heredarían reinos; que de sus gustos e inclinaciones se incubarían gestos,
hábitos sociales.
Y fue por entonces precisamente cuando comenzó en España un
movimiento renovador de las ideas y las prácticas científicas. Fueron los
Novatores, un grupo de médicos y experimentalistas conscientes del atraso de
un país lastrado por el escolasticismo universitario y la marginalidad respecto
a las grandes corrientes europeas. Los Novatores supieron sacar el debate
fuera de las aulas, fueron proscritos y defendidos a partes iguales. Lograron
polemizar. Como Leibniz, buscaban nuevos escenarios para sus tesis, nuevos
interlocutores. En ambos casos nos encontramos ante el surgimiento de un espacio
público, una llamada a lo que un siglo después se llamaría la ciudadanía. Hoy
día todos somos princesas; los propietarios del conocimiento somos todos.
La colección Novatores de la editorial Nivola pretende
rescatar las biografías y obras de ese segmento de la cultura tan desconocido en
España como es nuestro pasado científico. Circula la idea de que tal pasado es
exiguo, poco relevante, menor. Novatores ha nacido para desenterrar esta
especie, para reducirla al rango de creencia, de mera superchería. Y lo está
haciendo (son 15 volúmenes ya) con nuevas formas, apelando a nuevos públicos,
explorando estrategias más mundanas y permeables para el atribulado lector de
nuestros días.
Sus tres últimos títulos fueron presentados en la reciente
Feria del Libro de Madrid. Las tres culturas:
la España musulmana, judía y cristiana. Y en todas ellas, la ciencia. Pero
sucede con la ciencia como con España. O con cualquier otra entidad histórica:
que son contingentes, que cambian. Son categorías históricas y realidades vivas,
pero lo que permanece no es todo lo que fue. Resulta difícil cartografiarlas.
Nuestros instrumentos y escalas, el modo en que proyectamos las cosas en el
plano, no son los de entonces. La ciencia de la que hablan estos tres libros, a
lo largo de una ancha Edad Media, transcurre dentro de la filosofía y de la
política. Por descontado, dentro de la religión.
Mariano Gómez Aranda retrata Sefarad a través de Ibn Ezra,
Maimónides y Zacuto. Cristina de la Puente se ocupa de la medicina andalusí:
Avenzoar, Averroes e Ibn al-Jatib; Cristina Jular de Isidoro de Sevilla, Alfonso
X y Ramón Llull, tres grandes sabios cristianos. Son nueve vidas que ilustran
los extraños caminos del conocimiento. Hay lugar para aristotélicos, galenistas
y astrólogos. Para exégetas bíblicos y poetas. No faltan expertos en leyes y
precursores de los descubrimientos geográficos. Uno de ellos escribió en
prisión, muchos fueron cortesanos e incluso alguno de vida disoluta, un Pablo de
Tarso convertido luego a Dios y a la epistemología. Hay un santo, un rey,
numerosos juristas, filósofos. ¿De qué escribieron? De plantas, remedios,
venenos, ángeles, monarquías universales, palabras, orígenes, números,
astrolabios, estrellas, cuerpos y almas. ¿Qué buscaban? Curar, conocer a Dios,
gobernar hombres o mares, escrutar destinos, descifrar lenguajes, matematizar la
naturaleza. Perseguían, pues, saberlo y conocerlo todo. Como el resto de los
científicos, no sólo reflejaron el mundo, sino que en gran medida contribuyeron
a crearlo, puesto que sus escritos y sus días ensancharon literalmente las
posibilidades de lo real.
Son tres textos eruditos pero en absoluto escolasticistas.
Cultos pero no pedantes. Académicos y sin embargo legibles. Bien escritos,
interiorizados, amenos, editados con elegancia. No faltan ilustraciones y
cuadros explicativos. Quedan incógnitas por despejar, por supuesto. ¿Puede
hablarse de una ciencia judía o cristiana? ¿Qué significa apellidar la ciencia?
Las tradiciones y las formas de recuperar los saberes desde la antigüedad se
superponen y alimentan unos a otros. Hay muchas ciencias, obviamente, pero ¿se
las puede asignar tintas isométricas, coordenadas geográficas, banderas? ¿Qué
tipo de mapa precisamos para fijar la verdadera forma de ese conjunto de
valores, prácticas, ideas y lenguajes de la naturaleza que llamamos ciencia? Las
respuestas no son sencillas, de ahí la necesidad de las preguntas. Para las
obviedades y las certezas absolutas hay ya mucha literatura (y toda la
televisión). Novatores ha nacido con vocación mundana y polemista. Como
quería Platón, para que la musa filosófica se adueñe de la cosa pública. Para
recuperar la historia que tal vez nos falte y vernos así menos huérfanos, menos
mutilados. Ciencia para todos: Novatores para princesas.