EL PAIS | GENES Y GENOMAS
.
. . .

Presentación

El mapa de la vida, descifrado

Qué es / Qué son

Los hitos / La historia

Noticias

Gráficos

Polémicas

Aplicaciones

Una perspectiva de futuro

Mapa del web

.

POLÉMICAS
Los transgénicos y su influencia en el medio natural

ALICIA RIVERA
La soja transgénica, los nuevos tomates resistentes a la putrefacción, el maíz y un puñado de cosechas más (de momento) han atraído las iras de los grupos ecologistas, especialmente en Europa, provocando, cuanto menos, el recelo de los consumidores, que temen que estos nuevos engendros que van saliendo de los laboratorios entrañen peligros conocidos o desconocidos. Y no sólo plantas, también microorganismos manipulados geneticamente y animales con genes artificialmente añadidos para que adquieran propiedades especiales, estan listos para para salir de los recintos experimentales.

La polémica no se ha hecho esperar: ¿Son peligrosos? ¿Son buenos? ¿Son malos? ¿Entrañan riesgos? ¿qué riesgos? ¿Para qué los queremos?

De momento las plantas han centrado la alarma social. Aunque en algunos casos la condena de estas variedades producto de la ingeniería genética han sido condenadas en su totalidad por quienes se oponen a ellas, el argumento más sereno que se ha levantado es el riesgo medioambiental, es decir que estas plantas se propaguen en la naturaleza de modo incontrolado, que colonicen ecosistemas naturales y que afecten a otras plantas, microorganismos y animales con efectos siniestros.

Los expertos reconocen que cabe imaginar esa posibilidad pero señalan los muchos experimentos que se han hecho y se siguen haciendo sin que se vislumbren catastrofes derivadas de su utilización. Ahora bien, recuerdan los científicos, el intercambio de genes es algo que se ha producido siempre de forma natural, y artificial a menudo, al margen de la ingeniería genética. Es más, al utilizar esta nueva técnica se pueden hacer cosas para evitar el riesgo, como diseñar organismos programados para el suicidio de manera que cuando han cumplido su misión, o en caso de propagación incontrolada, puede darseles la orden de morir.

En cuanto al riesgo de comer alimentos transgénicos y adquirir los genes añadidos, hay que tener en cuenta que al alimentarnos ingerimos los genes de la lechuga, de la vaca o de la gallina, sin que por ello los incorporemos a nuestro genoma. Un famoso experimento realizado con ratones presuntamente envenenados con patas transgénicas, realizado hace unos años en el Reino Unido, resultó ser un ensayo mal hecho que de ninguna manera demostraba lo que pretendía.

Lo que la ingeniería genética puede hacer no es algo antinatural, ya que se trata de introducir genes interesantes que existen en unas especies en otras que carecen de ellos para conferirles las propiedades deseadas. La naturaleza siempre lo ha hecho, la mezcla y transferencia de genes ha ocurrido siempre, pero ahora se pueden crear en laboratorios, con una gran precisión, rapidez y eficacia, variedades que la naturaleza puede tardar miles de años en producir dado que ésta actúa sin finalidad.

La tercera parte implicada en el debate, las empresas de biotecnología que han invertido grandes sumas de dinero en el desarrollo de estas nuevas especies y que quieren recuperar ya sus inversiones vendiendo sus semillas modificadas genéticamente para conferirles una resistencia especial frente a herbicidas, defienden, por supuesto, la bondad de las nuevas especies.

La idea básica de estas semillas es añadir genes a determinadas especies para que sean resistentes a determinados herbicidas (los de la misma empresa que comercializa la semilla modificada) de manera que se pueda fumigar los cultivos sin que la planta útil sufra daño alguno. En el caso de los famosos tomates transgénicos el truco consiste en modificar genéticamente la planta para que sea muy resistente a la putrefacción y facilitar su almacenaje. Pero en perspectiva están también, por ejemplo, patatas que brotan cuando se les indica que lo hagan, variedades vegetales con especial resistencia ante las heladas y otras características útiles.

Ante estas variedades, la respuesta social ha sido, por lo menos de cautela, cuando no de abierto miedo y rechazo. La sombra de la presunta bondad de desarrollos tecnológicos como las centrales nucleares, que no tenían riesgo alguno según sus defensores hasta que se produjeron los pavorosos accidentes, plantea sobre esta nueva tecnología, exigiendo cautela y debate transpartente antes de tomar una decisión.

En este panorama, las autoridades políticas se encuentran entre la presión social que exige prohibición de estos cultivos o, cuanto menos, un muy estricto control, y la presión de las empresas biotecnológicas que quieren ver eliminadas las trabas que encarecen la comercialización de sus nuevos productos. De aquí la polémica sobre el etiquetado específico sobre variedades vegetales modificadas genéticamente, y alimentos en general, que unos exigen y otros detestan por lo que puede significar de rechazo en el mercado.

Por ejemplo, en Estados Unidos, tras los experimentos de control, han sido autorizadas varias plantas transgénicas al considerar que no entrañan peligro por el hecho de serlo y su venta no tiene que estar amparada por especificaciones al consumidor. En Europa la situación es más confusa. De ahí ha venido, por ejemplo, el conflicto de la llegada a Europa de la soja transgénica procedente de Estados Unidos, dado que puede venir mezclada con la natural.

La postura del consumidor, en un debate limpio sobre ventajas y beneficios de estos nuevos productos esta, en última instancia, determinada por el balance riesgo/beneficio. En el caso de vacunas transgénicas, medicamentos o terapias génicas, el rechazo social a la ingeniería genética apenas existe y millones de personas en todo el mundo utilizan insulina fabricada de este modo con enormes beneficios para los diabéticos porque, gracias a esta técnica, la insulina es humana (producida a partir de genes humanos) y han pasado a la historia las insulinas de origen animal que tantos problemas causaban.

Sin embargo, en las primeras plantas trasnsgénicas que llegan al mercado la utilidad para el consumidor no es tan evidente y si pudiera haber algún riesgo... ¿por qué correrlo? se plantean muchos.

Los defensores de las variedades transgénicas insisten en su importancia económica en un futuro muy próximo y en las perspectivas que abren. Por ejemplo, nada impide planear el diseño de vegetales más alimenticios, variedades resistentes a plagas que liberen el suelo cultivable de la importante contaminación generada por los productos químicos, plantas especialmente aptas para su transporte y distribución que minimice la pérdida de cosechas y los costes de trasnporte...

Los especialistas apuntan que las especies transgénicas deben ser examinadas y probadas a fondo antes de ser autorizada su explotación, igual que debería o debe ser analizada cualquier variedad o producto químico o biológico antes de ser autorizada su utilización. Y recuerdan que los riesgos, efectos indeseados y accidentes, químicos o biológicos, que se han producido no procedían de los laboratorios de la ingeniería genética sino de prácticas agrícolas e industriales tradicionales.

Sin embargo argumentos aportados por algunos defensores de la ingeniería genética en el sentido de que puede utilizarse para combatir el hambre en el mundo, han quedado pronto fuera de lugar porque no es la escasez de alimentos lo que condena al hambre a millones de personas en el planeta sino su muy desigual acceso a los mismos.

BACTERIAS PARA EL MEDIO AMBIENTE.- Muchos desastres ecológicos, vertidos accidentales, contaminaciones masivas por residuos, mareas negras, etcétera no tienen actualmente remedio eficaz. Demasiado a menudo los métodos paliativos utilizados ante un desastre ecológico repentino o lento, no pueden hacer frente a los daños.

De la mano de la ingeniería genética ha llegado un enfoque nuevo ante estos daños. Se trata de diseñar o modificar microorganismos para hacerlos eficaces ante la contaminación, por ejemplo bacterias devoradoras de petróleo en el mar y en las plazas, o de metales pesados, etcétera. Ante esta estrategia el rechazo social y la oposición ecologista es muchos menor, si es que existen, que en el caso de las plantas transgénicas.

Se trata igualmente de diseminar en la naturaleza organismos modificados genéticamente en laboratorio y los riesgos de transfencia de genes de las especies artificiales a las naturales sería similar. Sin embargo, en este caso la ventaja pesa más frente al riesgo que en el caso de los tomates que resisten la putrefacción o las cosechas resistentes a un herbicida específico.

. .