Ya no viene a mi lado esta ciudad, no me hace compañía ni tampoco me proteje del viento y de la lluvia. Aquello que pensaba que aprendíamos -cálculo de estructuras, templos griegos- cuando la Diagonal cruzaba el campo y yo estaba estudiando arquitectura, es un oficio de albañiles muertos y cimientos de niebla. También ella, la cálida muchacha que me amó, se ha convertido en la desconocida que, contemplo tumbada, en bañador, en la fotografía de un jardín. Un deseo rebelde late triste, y busco el rastro de algún otro amor en el camino que hoy, entre estas piernas desnudas, todavía me conduce, cansado, hacia mi sueño.
De esta manera entro en la vejez: no parece haber cambios al principio, como una barca que, al llegar a puerto, ha apagado en la noche sus luces y el motor, pero en la oscuridad aún prosigue resbalando en silencio por el agua. A pesar de saber que recordar el sexo en solitario es morir solo, recorriendo su cuerpo ya perdido hoy calculo mi última estructura. |
|