El alma está encerrada en sus asombros hecha un ovillo negro. Nadie sabe los años que durmió, las aventuras que tuvo que cumplir mientras inmóvil se iba gestando. Un agua, un sol, un aire, han hecho de la piedra una sustancia que no nos dice nada de sí misma; un cuerpo mudo y ciego. Pero un día se advierte que refleja unos abismos o que mana un fluido tendencioso que no es aquel inerte peso vago que sestea indefenso. Una potencia duerme, como las almas, escondida dentro de cada ser o cosa. Duerme replegada en sí misma como un ave o como una alimaña. Advierte el hombre que cada cosa vive su prodigio con una intensidad indescifrable y que esto reposante que llamamos naturaleza, el sueño de la vida, es un terrible pomo de virtudes que amenaza romperse. Entonces vemos que la seguridad es cosa vana, que estamos afincados en el centro de una hoguera incesante, que vivimos como en una abstracción omnipotente sin escape posible, y que ese cielo, las locas luminarias que fascinan, la tierra que refugio nos parece, y este mismo latir que en nuestro pecho da calor y bondad intransferible a nuestras relaciones más hermosas, es todo un .enigmático silencio que empavorece, avanza y nos consume sin que podamos más que embelesarnos o atormentamos. O desesperamos.
Aunque también vivir. Dichoso el hombre que ha sabido extraer de su ignorancia su más lírica suerte: el arrebato de su curiosidad: la ciencia viva. Explora en el vacío los resortes de tanta esplendidez desconcertante y como quien acecha lo inherente a su plan inicial, descubre un signo. Una especulación endemoniada que está como el dios mismo en cada cosa dando la proporción, el flujo, el alma, a todo cuanto vive, aún lo invisible, del caos material: número o númen, bajo cuyo dictamen riguroso vanse abriendo profundas las entrañas de lo desconocido. Lentamente nos vamos acercando, como un ángel, a la luz virginal, originaria, al plasmado secreto que nos guía a lo que tantos miles de años muertos adoraron en cruz, o sobre cumbres con melodiosos cantos y crueles prácticas victimarias. Sólo ahora, como quien ha entreabierto temerario una puerta vedada, se recibe la lejana descarga todavía de una beldad oculta y monstruosa cuyo imperio se inicia o no se sabe si utilidad o muerte. Pero el hombre, como quien se ha cogido a un clavo ardiendo, ya no podrá vivir más que apurado en su consecución definitiva: perecer o saber altivamente. Mientras en torno nuestro nos sombrean los árboles con dulce complacencia. |
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