Ciencia y Cultura


Juan Gil-Albert
(España)

EL CIENTÍFICO
(2ª parte)
El alma está encerrada en sus asombros
hecha un ovillo negro. Nadie sabe
los años que durmió, las aventuras
que tuvo que cumplir mientras inmóvil
se iba gestando. Un agua, un sol, un aire,
han hecho de la piedra una sustancia
que no nos dice nada de sí misma;
un cuerpo mudo y ciego. Pero un día
se advierte que refleja unos abismos
o que mana un fluido tendencioso
que no es aquel inerte peso vago
que sestea indefenso. Una potencia
duerme, como las almas, escondida
dentro de cada ser o cosa. Duerme
replegada en sí misma como un ave
o como una alimaña. Advierte el hombre
que cada cosa vive su prodigio
con una intensidad indescifrable
y que esto reposante que llamamos
naturaleza, el sueño de la vida,
es un terrible pomo de virtudes
que amenaza romperse. Entonces vemos
que la seguridad es cosa vana,
que estamos afincados en el centro
de una hoguera incesante, que vivimos
como en una abstracción omnipotente
sin escape posible, y que ese cielo,
las locas luminarias que fascinan,
la tierra que refugio nos parece,
y este mismo latir que en nuestro pecho
da calor y bondad intransferible
a nuestras relaciones más hermosas,
es todo un .enigmático silencio
que empavorece, avanza y nos consume
sin que podamos más que embelesarnos
o atormentamos. O desesperamos.

Aunque también vivir. Dichoso el hombre
que ha sabido extraer de su ignorancia
su más lírica suerte: el arrebato
de su curiosidad: la ciencia viva.
Explora en el vacío los resortes
de tanta esplendidez desconcertante
y como quien acecha lo inherente
a su plan inicial, descubre un signo.
Una especulación endemoniada
que está como el dios mismo en cada cosa
dando la proporción, el flujo, el alma,
a todo cuanto vive, aún lo invisible,
del caos material: número o númen,
bajo cuyo dictamen riguroso
vanse abriendo profundas las entrañas
de lo desconocido. Lentamente
nos vamos acercando, como un ángel,
a la luz virginal, originaria,
al plasmado secreto que nos guía
a lo que tantos miles de años muertos
adoraron en cruz, o sobre cumbres
con melodiosos cantos y crueles
prácticas victimarias. Sólo ahora,
como quien ha entreabierto temerario
una puerta vedada, se recibe
la lejana descarga todavía
de una beldad oculta y monstruosa
cuyo imperio se inicia o no se sabe
si utilidad o muerte. Pero el hombre,
como quien se ha cogido a un clavo ardiendo,
ya no podrá vivir más que apurado
en su consecución definitiva:
perecer o saber altivamente.
Mientras en torno nuestro nos sombrean
los árboles con dulce complacencia.
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