El calor irradiado -lo mismo por una fogata campestre que por las explosiones atómicas al centro del sol- no forma un flujo continuo: se parece más al latir del corazón que al pausado tránsito de un río, porque la radiación procede por saltos cuánticos.
Tal vez nuestro conocimiento proceda de la misma forma. Que en el campo de la física se haya asignado números enteros a cada uno de estos saltos, y que en las distintas tradiciones existan rituales de iniciación para cada pasaje, en nada altera el fenómeno fundamental.
Los círculos en el agua clara se desplazan a partir de la piedra que cae pero la profundidad del estanque permanece inalterada.
El corazón pulsa por saltos pero la circulación de la sangre es una sola y continua realidad.
En un tiempo se pensó que los electrones eran como planetas girando alrededor de un núcleo -un sol central- y que a su movimiento y a su velocidad correspondía una órbita, naturalmente.
Sin embargo -para nuestra gran sorpresa- la teoría cuántica propuso que los electrones -a pesar de tener movimiento, velocidad, etc.- ¡no tienen órbita! ¿Cómo es esto posible?
Si observamos al microscopio electrónico un átomo de hidrógeno (el más sencillo de todos veremos que la luz misma del instrumento provoca que su único electrón absorba energía, se excite, y se salga de su órbita... y esa otra órbita nunca la conoceremos.
La teoría cuántica nos propone -a diferencia de la mecánica clásica- que puede existir movimiento sin trayectoria, sin recorrido y sin órbita.
Al menos, sin un camino conocido, y -lo que es más importante- sin un camino que se pueda conocer.
¿No es esto la poesía? |
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