Colón, cabeza abajo, soportaba su columna, la fuente era cúpula de lágrimas ingrávidas y la palmera, escoba perpleja ante un suelo inmenso de nubes grises.
El hombrecillo, la cabeza escondida bajo el tupido terciopelo, extraía fragmentos de futuro a cada instante luminoso para acabar dispensando pálidos reflejos de pasado inmediato. Sus palabras conjuraban un pájaro diminuto que hacía trampas con el tiempo y el espacio sobre el papel sensible. Con el sol a la espalda, iba batiendo el horizonte sin repetir ángulo ni luz, despreciando retales de lo que habría de venir, cartulinas descartadas, imágenes como palabras - robadas - con las que fui aprendiendo una forma de mirar el mundo.
Un misterio de la óptica: ese retrato de otro yo en el que hasta ahora no me había reconocido. |
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