Tenías abecedario innumerable de estrellas; clara ibas poniendo la letra, noche de agosto. Pero yo, sin entenderla, misterio, no la quería. Aquí en la mesa de al lado dos hombres echaban cuentas. Más bellas que los luceros fúlgidas, cifras y cifras, cruzaban por el silencio, puras estrellas errantes, señales de suerte buena con largas caudas de ceros. Y yo me quedé mirándolas: -¡qué constelación perfecta tres por tres nueve!- olvidado de Ariadna, desnuda allí en islas del horizonte. |
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